Infinidad son las ocasiones en las que, tras unos cuantos
tragos en el bar, alguien ha soltado un que eres muy capaz de hacer alguna
disparatada cosa y uno de sus interlocutores lo ha retado a realizarla,
iniciándose ahí una apuesta que puede quedarse en aguas de borraja tras varias
copas más o finalmente llevarse a cabo, ganando la apuesta y dejando a todos
los presentes boquiabiertos.
Y es que apuestas estrambóticas las ha habido de todos los
tipos (hace un tiempo os hablé en otro post la
que provocó que un perro acabase siendo elegido alcalde de su población) y
en esta ocasión os explicaré la que protagonizó en Nueva York un joven piloto
de 26 años llamado Thomas Fitzpatrick,
quien una noche de 1956 se apostó, con un grupo de amigos con los que se
encontraba en un bar situado en el barrio de Washington
Heights (en la parte alta de Manhattan), que era capaz de ir a buscar una avioneta
y aterrizarla delante mismo del bar.
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La apuesta podía haberse quedado en una simple fanfarronada
en un momento de euforia etílica, pero lo curioso del asunto es que Thomas la
llevó a cabo.
Ni corto ni perezoso, recién estrenado el 30 de septiembre
de 1956 Tommy Fitz (como era
conocido por sus amigos) se dirigió hacia el aeropuerto
de Teterboro (Nueva Jersey), a escasos 20 kilómetros de donde se
encontraba, y tal y como se había apostado fue capaz de volar con una avioneta
que había sustraído y aterrizarla a las tres de la madrugada frente al bar, en St.
Nicholas Avenue con la calle 191.
Como es de imaginar no tardó en aparecer una patrulla de la policía
metropolitana cuyos agentes no podían creer lo que estaban viendo. Tommy era un
tipo de recursos y gran agilidad mental, y a pesar de que llevaba una considerable
melopea supo comportarse como si estuviera totalmente sereno y explicó a los
policías una increíble historia en la que relató que iba de regreso a Teterboro
y que uno de los motores le había fallado en pleno vuelo, teniendo que realizar
un aterrizaje de emergencia.
Los agentes tomaron nota y tuvieron que poner la
correspondiente denuncia y llevarlo hasta comisaría donde pasó unas pocas horas
y tan solo pagó una multa de 100 dólares.
Tommy Fitz tuvo mucha suerte, debido a que el propietario de
la avioneta finalmente no presentó cargos contra él.
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Pero como suele suceder en algunas ocasiones, cuando algo
sale bien, Tommy decidió repetirlo una segunda vez… El 4 de octubre de 1958 se
encontraba tomando unas copas en otro bar cuando explicó a los presentes la
hazaña que dos años antes había protagonizado. Casualmente ninguno de los
presentes en el local había escuchado lo sucedido la vez anterior y como es de
imaginar nadie creyó lo que les estaba explicando.
Ante la incredulidad del propietario del bar, Tommy se lo
llevó consigo hasta el aeropuerto de Teterboro, allí cogieron una avioneta y en
poco menos de un cuarto de hora sobrevolaba de nuevo el barrio de Washington
Heights. Era la una de la madrugada y debido a que el tránsito era más denso
decidió aterrizarlo en la confluencia de Ámsterdam Avenue con la calle 187
(frente al edificio de la Universidad de Yeshiva).
Ante la mirada atónita de los peatones que por allí
transitaban, ambos hombres descendieron de la avioneta, se despidieron y cada
uno tomó un camino diferente, dejando el aparato allí estacionado.
Tal y como explican las crónicas de la época, pocas horas
después Thomas Fitzpatrick se presentó ante la policía para declarar que era él
quien dejó la avioneta allí aparcada. En esta ocasión el castigo fue mayo y la
condena que el juez le impuso fue de seis meses de prisión que le sirvieron
para que no volviera a repetirlo nunca más.
Fuentes de consulta e imágenes: EeOne11000 (Youtube) / Register-Guard
(Google News) / cityroom.blogs.nytimes
/ mentalfloss
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