El 2 de agosto del año 1602, en la ciudad de Valladolid, un hecho extraordinario quedó grabado en los anales de la historia: Jerónimo de Ayanz presentó ante Felipe III su revolucionaria invención, el primer traje de buceo de la historia. Este intrépido navarro logró lo nunca antes imaginado, permitiendo a los buzos sumergirse durante largos periodos bajo las aguas del Pisuerga.
El traje de piel de vacuno diseñado por Ayanz contaba con dos conductos para la entrada y expulsión de aire, resolviendo las limitaciones de los sistemas previos, como las campanas. Con una escafandra rudimentaria y un fuelle conectado a los conductos, el buzo podía permanecer largo tiempo bajo el agua, liberado de las restricciones de movimientos y con una renovación constante de aire.
Felipe III, maravillado, presenció la hazaña en las aguas del Palacio de la Ribera. Jerónimo de Ayanz se mantuvo sumergido por más de una hora, asombrando a cortesanos y plebeyos. Su invento, además de abrir nuevas posibilidades para la exploración submarina, prometía ser una herramienta para recuperar riquezas del fondo marino, como las perlas abundantes en América.
Aunque la memoria colectiva ha olvidado en gran medida a Jerónimo de Ayanz, sus invenciones y mente adelantada marcaron un hito en la historia de la tecnología. Con su traje de buceo y otras 48 patentes, Ayanz se destaca como uno de los grandes genios científicos y tecnológicos de la época, mereciendo un lugar en el podio junto a figuras como Leonardo da Vinci. Su legado perdura como un recordatorio de cómo el ingenio y la visión pueden abrir nuevas fronteras en la evolución de la humanidad.
Fuente de la imagen: laviejaespaña