El descubrimiento de oro en el Estado de California, en 1848, provocó una masiva afluencia de
personas que llegaron desde cualquier rincón del país y desde otros lejanos lugares
del planeta (australianos, asiáticos, europeos, sudamericanos…). La ciudad de San Francisco pasó de tener un millar
de habitantes a superar los 25.000 en tan solo un año.
A la avalancha de buscadores
de oro y sus respectivas familias, especuladores, banqueros y comerciantes con
ánimo de hacer buenos negocios se les sumó una gran cantidad de forajidos que provocaron
que, a inicios de la década de 1850, el caos y el desorden se apoderaran del
condado.
De la noche a la mañana aquel lugar se había convertido en
una ‘ciudad sin ley’ donde los
delitos se cometían uno tras otro, las
calles se llenaron de prostitutas y los especuladores ‘hacían su agosto’, quedando los agentes
de policía desbordados por tal cantidad de trabajo.
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Esto fue lo que motivó que, en vista de que la seguridad de
San Francisco iba de mal a peor día tras día, un grupo de voluntarios (alrededor
de 700) decidieran constituir una milicia ciudadana con la intención de
salvaguardar la seguridad, la moral y el orden en la ciudad.
El 9 de junio de 1851 el ‘Comité de Vigilancia de San Francisco’ comenzó a hacer rondas imponiendo
la ley. Sabían que debían tener mano dura en su lucha contra la delincuencia,
por lo que aplicarían sin miramientos lo que ellos entendían como ‘justicia’. Tan solo un día después de haber
empezado las rondas de vigilancia ya habían detenido a medio centenar de
malhechores, ahorcando públicamente a uno de ellos: John Jenkins a quien habían pillado robando una caja fuerte.
Según cómo iban actuando las milicias callejeras los delitos
iban disminuyendo en la ciudad, aunque a pesar de ello siempre había algún
bandido que intentaba saltarse las leyes.
Muchas fueron las ocasiones en las que se producía un
conflicto entre la policía y el comité de vigilancia. Estos últimos se quejaban
de la poca mano dura con la que se aplicaba la ley y no entendían cómo podían
soltar a la calle (a las pocas horas) a un criminal al que se había pillado
cometiendo un delito.
Incluso se dio el caso en el que, el 24 de agosto de 1851, dos
bandidos de origen australiano con un larguísimo historial delictivo que
estaban detenidos (Samuel Whittaker
y Robert McKenzie) habían sido
llevados a confesar sus pecados a un sacerdote (y mientras los agentes de
policía que los custodiaban estaban escuchando la homilía dominical) para
asaltar la capilla un grupo de 36 miembros de la milicia que aprovecharon para llevárselos
de allí, lincharlos y colgarlos públicamente.
En cuestión de tres meses los delitos habían descendido alrededor
de un 75 por ciento (sobre todo aquellos que tenían que ver con peleas callejeras
e incluso incendios de propiedades) gracias a la presencia por las calles de
los miembros del comité de vigilancia (y la dureza con la que aplicaban la ley).
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Pero el caso del ahorcamiento de Samuel Whittaker y Robert McKenzie
hizo intervenir a John McDougall,
gobernador de California, quien obligó al Comité de Vigilancia de San Francisco
a disolverse, comprometiéndose que tanto los jueces, como autoridades y
políticos harían prevalecer el cumplimiento de la ley.
Pero San Francisco creció de una manera vertiginosa y en
cuestión de cuatro años ya rozaba los doscientos mil habitantes y, por aquel
entonces, la mayoría de los crímenes se cometían desde las propias instancias
políticas.
Esto motivó a que un puñado de antiguos miembros del Comité
de Vigilancia se decidiera a reorganizarse a mediados de mayo de 1856.
Querían combatir la corrupción política y policial que se
había apoderado de la ciudad. Apenas quedaban funcionarios honestos y la mayoría
de las gestiones oficiales se solucionaban previo pago de una ‘gratificación’.
En cuestión de pocos meses más de seis mil personas formaban
parte de ese nuevo Comité de Vigilancia, pero la tarea de éstos no era realizar
rondas callejeras en busca de delincuentes sino averiguar que políticos y
funcionarios eran corruptos y presionar para que fueran destituidos.
El problema surgió cuando algunos miembros del Comité de
Vigilancia decidieron meterse en política para sustituir a los que habían hecho
expulsar, pero en poco tiempo la mayoría de esos honorables hombres también
estaban sumergidos totalmente en la espiral de cohecho, malversación y
corrupción a todos los niveles.
Fuentes de consulta e
imágenes: History
of the San Francisco Committee of vigilance of 1851 / museumca
/ executedtoday / history
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