A Fernando VII le
tocó reinar en una de las épocas más convulsas
de la Historia de España, siendo admirado por unos pocos (que lo llamaban ‘el Deseado’) y odiado por la mayoría
(que lo bautizaron como ‘el rey Felón’),
ha quedado para la posteridad como el peor de los reyes que han pasado por el
trono español (no solo de los Borbones, sino de todas las casas reales).
A lo largo de su vida contrajo matrimonio hasta en cuatro
ocasiones, en una búsqueda desesperada por tener un descendiente a quien dejar
como heredero del reino e intentando que, tras su fallecimiento, el trono no fuese a para a manos de su
hermano Carlos María Isidro de Borbón, un pretendiente ultraconservador que
fue capaz de llevar al país a una serie de conflictos bélicos (Guerras Carlistas) en un desesperado
intento por ser coronado rey.
Las crónicas de la época se dedicaron a culpabilizar a las respectivas esposas del monarca, a las que
señalaban como infértiles o incapaces de
engendrar un hijo. Pero la intrahistoria de aquellos matrimonios esconde
otra razón muy diferente respecto a la dificultad por mantener relaciones
sexuales: el desproporcionado y deforme miembro
viril de Fernando VII. Éste padecía de macrosomía
genital, la cual consistía en tener un pene desmedidamente largo, estrecho
por la base y un glande excesivamente grueso. Según dejó por escrito el célebre
historiador, de origen francés, Prosper Mérimée, el Borbón tenía unos atributos
sexuales […]fino como una barra de lacre
en su base, tan gordo como el puño en su extremidad […]. A pesar de que los
facultativos y personal de confianza eran conocedores de ello, se dedicaron a
ir señalando como responsables a las diferentes mujeres con las que se casó.
Fernando VII no consiguió tener descendencia con su primera
esposa María
Antonia de Nápoles con quien contrajo matrimonio en 1802, cuando ambos
acababan de cumplir 18 años de edad y no tenían ni idea de cómo se concebía un
hijo. El entonces Príncipe de Asturias y heredero al trono se comportaba de una
manera tosca y torpe en el lecho nupcial, provocando el miedo y rechazo por
parte de su esposa, con quien no logró consumar hasta un año después de la
boda. La joven sufrió dos abortos y falleció en 1806, a causa de tuberculosis.
El segundo matrimonio, del ya entonces rey, fue en 1816 con
su sobrina María Isabel
de Braganza, que contaba con 19 años de edad (13 menos que él). También
constan como pocas las relaciones conyugales, aunque quedó embarazada poco después
del enlace, dando a luz en agosto de 1817 a una niña (que recibió el nombre de María
Isabel Luisa) y que falleció súbitamente con tan solo cuatro meses y medio de
vida (en enero de 1818).
Pocos meses después María Isabel de Braganza volvería a
quedarse embarazada, pero, en diciembre de 1818, tuvo lugar un hecho realmente
trágico y espantoso, debido a que sufrió un síncope (desmayo profundo) estando
en avanzado estado de gestación y los médicos reales, creyendo que la reina
había fallecido, decidieron efectuarle una cesárea para extraer al bebé de sus
entrañas. Según las crónicas, en aquel momento profirió un desgarrador grito de
dolor, muriendo tras aquella salvajada, al igual que el nonato que fue sacado
sin vida.
Diez meses después de enviudar, y ante el acuciante deseo de
conseguir un heredero cuanto antes, Fernando VII, a los 35 años, se casó en octubre
de 1819 en terceras nupcias con la germana Marie
Josepha Amalia, de tan solo 15 años de edad (cumplía los 16 en
diciembre) y que era hija del príncipe Maximiliano de Sajonia y a su vez
sobrina del monarca español.
Fue un matrimonio que duró hasta 1829, año en el que la reina
consorte falleció por unas ‘fiebres
graves’ (tal y como se denominaba a las muertes que se producían sin saber
el motivo real de las mismas). A lo largo de la década que estuvieron casados, María
Josefa Amalia (se españolizó el nombre) y Fernando VII mantuvieron muy pocas
relaciones sexuales, al principio por la inexperiencia de ella y el terror que
sentía al ver a su esposo desnudo en el lecho conyugal con un desproporcionado
y deforme miembro, el cual él tmpoco sabía usar con delicadeza y provocaba un
gran daño a su jovencísima esposa.
Ante la imposibilidad de que ella quedase embarazada y
creyendo los facultativos reales de que se debía a algún problema de
infertilidad de la joven reina, en el verano de 1826 se envió a la pareja real
a realizar unos baños en el balneario
de Solán de Cabras (en la provincia de Cuenca) entre el 6 de julio y el
12 de agosto. Aquel lugar se había puesto muy de moda entre la aristocracia de
la época gracias a sus aguas minero-medicinales, donde se acudía para curar
todo tipo de dolencias: desde reumáticas, pasando por las anémicas, las del
desamor (tal y como se llamaba por aquel entonces a la depresión) e incluso de
infertilidad. Aquel lugar había sido declarado
como ‘Real Sitio’ por Carlos IV en 1790.
Pero de nada sirvieron los tratamientos terapéuticos allí
recibidos, ya que el problema no radicaba en la joven reina sino en la torpeza
sexual del rey a la hora de utilizar su miembro viril, quien no era capaz de realizar
el acto en condiciones y llegar a su fin, debido a los terribles dolores que
provocaba en su esposa.
Según consta, era tal la rotundidad de María Josefa Amalia a
negarse a mantener cualquier tipo de relación íntima con su esposo que éste llegó
a pedir la intermediación del papa Pio
VII, enviando el pontífice una carta a la reina consorte recomendándole a
cohabitar, pero la encomienda papal de poco sirvió, falleciendo esta en 1829
sin dejar descendencia.
En diciembre de ese mismo año (tan solo siete meses después
del fallecimiento de su tercera esposa) Fernando VII, ante la desesperación de
ir cumpliendo años y no tener descendencia (tenía 45 y en aquella época ya se
consideraba esa edad inapropiada para concebir hijos) decidió volver a contraer
nuevamente matrimonio con otra de sus sobrinas (hija de su propia hermana) María
Cristina de las Dos Sicilias, que contaba con 23 años de edad.
Fue durante este matrimonio cuando los médicos del rey
determinaron que, probablemente, el problema de no haber tenido descendencia
con sus tres esposas anteriores no se debía a estas sino al propio rey. El
asunto de tener un heredero ya se había convertido en un asunto de Estado y
había que poner remedio (si se quería evitar que heredara el trono el hermano
del monarca, Carlos María Isidro de
Borbón).
Asumiendo que, con toda probabilidad, era el
desproporcionado miembro viril del rey lo que dificultaba el tener unas
relaciones sexuales satisfactorias se le creó una especie de cojín con un
agujero en el centro que se colocaría entre las partes íntimas de ambos cónyuges
a la hora de intimar y que haría de tope para no causar daño a la joven esposa.
Un inventó que dio sus frutos, debido a que tan solo un mes después de contraer
matrimonio, la reina consorte quedó embarazada, dando a luz a una hija en
octubre de 1830 y a la que bautizaron con el nombre de María
Isabel Luisa de Borbón (futura reina como Isabel II de España). Incluso, la pareja llegó a tener una segunda
hija dos años después (Luisa Fernanda).
El 29 de septiembre de 1833, a los 48 años de edad, Fernando
VII falleció (llevaba tiempo enfermo con complicaciones renales entre otras
dolencias), dejando como heredera al trono a su primogénita Isabel II, siendo
hasta la mayoría de edad de esta la regente su madre María Cristina de las Dos
Sicilias e iniciándose tres días después del fallecimiento del rey la Primera Guerra Carlista.
Fuente de la imagen: Wikimedia
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