El plan del MI6 británico para atentar y desestabilizar a la Unión Soviética

Tras la Segunda Guerra Mundial y coincidiendo con el inicio de la Guerra Fría, el nuevo Primer Ministro Británico, el laborista Clement Attlee (sucesor en el cargo de Churchill) tomó importantes medidas de política exterior (entre ellas conceder la independencia a la India), pero también apoyó el papel del MI6 en su lucha contra el comunismo de la Unión Soviética que se iba imponiendo en un gran número de países de la Europa del Este.

Para ello, en 1947, desde el Ministerio de Exteriores británico se diseñó una serie de operaciones secretas contra la URSS cuyo principal propósito era desestabilizar al gobierno bolchevique.

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En dicho complot se incluía realizar sabotajesasesinatos, secuestros de personalidades relevantes, poner explosivos en algunos ferrocarriles, provocar incendios y falsificar dinero y cartillas de racionamiento para introducirlos en el país.

El gobierno laborista británico quería frenar el auge de euforia y apoyo hacia los comunistas, que iba en aumento en Gran Bretaña desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Muchos eran los ciudadanos del Reino Unido que habían mostrado sus simpatías hacia los ideales bolcheviques, por lo que era preciso comenzar una campaña de desprestigio para que los apoyos hacia la socialdemocracia del Partido Laborista fuesen en aumento.

El plan contemplaba secuestrar personajes relevantes de la vida social y cultural de la Unión Soviética y hacer ver que en realidad se habían marchado voluntariamente del país, como muestra de inconformismo hacia la política comunista ejercida desde el Kremlin.

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Asesinar a personas claves de la política moscovita y tratar de hacer ver que el crimen se había cometido por disputas de ideología interna del aparato comunista era otro de los planes a llevar a cabo.

Ernest Bevin (a la izquierda) junto al Primer Ministro británico Clement Attlee (Wikimedia commons)

Hacer fallar las comunicaciones terrestres atentando contra los ferrocarriles era otro de los objetivos. Todo ello debería parecer como si fuesen accidentes fortuitos, causados por la poca previsión del gobierno de Moscú. Ya de por sí era mínima la inversión que se estaba realizando en aquella época de cara a las infraestructuras básicas y si hacían fallar a éstas tenían asegurado el descontento generalizado de una gran parte de la población soviética.

Para desestabilizar al gobierno bolchevique también era necesario hacerlo golpeando a la economía de la URSS, por lo que el introducir billetes falsos para hacer saltar la inflación podría ser una buena solución. Cuanto más dinero hubiese corriendo por las calles, y éste estuviese en manos de los más desfavorecidos, mayor sería el riesgo de provocar una bancarrota en el sistema. Lo mismo pasaría introduciendo cartillas de racionamiento falsas; algo que haría que el abastecimiento de productos de primera necesidad descendiese y no hubiese suficiente comida para toda la población.

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Un estratégico y elaborado plan que, a pesar de tener el visto bueno por parte de la cúpula del gobierno y los altos mandos de la inteligencia británica, no convencía a Ernest Bevin, secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, quien no terminaba de estar del todo conforme con el complot desestabilizador que llevaría a cabo el MI6.

La reciente desclasificación de unos documentos secretos custodiados por el archivo nacional británico han confirmado este plan, bautizado bajo el nombre de ‘Acción encubierta de propaganda’, aunque no ha trascendido cuántas y cuáles fueron las acciones reales realizadas por miembros del MI6 contra intereses soviéticos. Lo que sí se sabe es que, a pesar de las reticencias de Ernest Bevin, hubo cierta permisividad para realizar algunas acciones y no fue hasta bien entrada la década de los años 50 en el que se canceló la ‘licencia para matar’ indiscriminadamente de la que gozaban los agentes del ‘Servicio de Inteligencia Secreto’ del Reino Unido.

Fuentes de consulta: guardian / newworker