La división de Polonia en dos tras la invasión en 1939 por parte de Alemania y la Unión Soviética, hizo que en ambos lados del país se encontrasen miles de personas que no tenían un pensamiento afín con el régimen que dirigía el destino de su nación a partir de ese momento. Ello propició que una gran multitud de ciudadanos polacos acabasen en campos de concentración de uno u otro bando.
Es el caso de Witold Glinski, un joven de apenas 17 años al que le tocó vivir en el lado soviético y, al no compartir la ideología marxista que se le imponía, fue detenido junto a su familia y juzgado como espía al servicio de los enemigos, cayéndole una pena que lo condenaba a pasar 25 años de trabajos forzados en Siberia.
Desde el primer momento que llegó al campo de trabajo estuvo tramando un plan para poder fugarse de allí. Witold no se imaginaba pasarse los siguientes 25 años de su vida como prisionero en unas condiciones infrahumanas. Estaba en un lugar inhóspito, a menos de 700 kilómetros al sur del Círculo polar Ártico, donde nevaba la mayor parte del año y en el que la frontera más cercana se encontraba a menos de dos mil kilómetros yendo hacia el sur.
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El propósito era poder escapar y lograr llegar hasta Mongolia, ese lugar sería su salvación. Tramó todo un plan que se inició presentándose voluntario como leñador para ir a cortar leña y talar árboles en el bosque, lo que le sirvió para conocer de cerca el lugar por el que podría escapar, y fue dejando diferentes señales para poder guiarse en el momento de la fuga.
La habilidad que tenía el joven para relacionarse con todo el mundo le ayudó para entablar amistad con la esposa de uno de los oficiales del campo, lo que hizo que ocasionalmente ésta le pidiera que fuese a hacerle pequeños arreglos domésticos; momento que aprovechaba Witold para inspeccionar y memorizar un mapa que había en la casa.
El día elegido para la fuga fue el 9 de abril de 1941, en el que una terrible tormenta de nieve estaba azotando la región. Y le vino bien, pues sus huellas quedaron inmediatamente borradas. Tras cavar un túnel bajo la alambrada salió del lugar que lo había tenido aprisionado durante los últimos meses y se adentró rápidamente hacia el bosque. Pero, cuando llevaba unos pocos metros recorridos, un extraño ruido tras él lo asustó, se escondió y pudo comprobar que se trataban de otros seis presos que lo habían seguido y que también querían escapar de allí.
Aunque sabía que eso entorpecería la marcha y la ralentizaría, también era consciente de que el ir acompañado lo protegería de posibles eventualidades, por lo que terminó aceptando la compañía de sus nuevos compañeros de fuga. Llevaban provisiones de comida, lo que ayudó a que los primeros días de marcha hacia el sur cundiesen, a pesar de las inclemencias meteorológicas. Pero poco a poco las fuerzas empezaron a desaparecer y algunos de los miembros desfallecieron por culpa del frío y el cada vez más obligado racionamiento de la comida.
Los siete hombres efectuaron el camino en silencio, apenas se dirigieron la palabra entre sí y la desconfianza de unos hacia los otros era latente. Era una conducta que habían adquirido como modo de subsistencia en el campo de trabajo.
Llegando a la frontera se cruzaron con una joven de 18 años llamada Kristina Polansk y que huía de unos soviéticos que habían asesinado a toda su familia e intentado violarla. Aunque hubo reticencias para acogerla, finalmente se optó por llevarla con ellos. La muchacha en pocos días se ganó la confianza de todos los miembros de esa expedición hacia la libertad y propició al grupo un nuevo sentido de cordialidad y confianza entre todos. Pero la joven no iba todo lo sana que convenía para hacer un trayecto tan largo, ya que uno de sus pies tenía heridas y comenzaba a gangrenarse. Se turnaron para transportarla en una especie de camilla que realizaron con ramas de árbol y pieles, pero poco tiempo después empezó a tener fiebre, a la vez que su pierna se iba poniendo de color negro. El fallecimiento de Kristina les conmocionó, pero no era la primera baja del grupo, ya que días atrás otro de los miembros también había muerto de congelación.
Tras mucho sufrimiento y sacrificio llegaron a la frontera con Mongolia, comprobando que el país se había acogido al régimen comunista y por lo tanto no podían permanecer allí. La siguiente opción era China, pero ante la incertidumbre de saber cuál sería el régimen allí, optaron por seguir la travesía en dirección hacia la India, bajo protectorado británico.
Tuvieron que atravesar el desierto del Gobi y tras múltiples penurias y más bajas entre el grupo, llegaron al Tíbet y el Himalaya, que también debían cruzar antes de llegar a su destino final. Tras once meses de travesía y cerca de 7.000 kilómetros recorridos, en marzo de 1942 por fin avistaron una base británica en la frontera con la India. Tan solo quedaban cuatro de los componentes que iniciaron la fuga desde el campo de trabajo siberiano.
Como dato anecdótico, cabe destacar que en 1956 un polaco llamado Sławomir Rawicz publicó un libro titulado “The long walk” que relataba esta historia y en la que él era el protagonista. La novela se convirtió en un best seller, vendiéndose cientos de miles de ejemplares, pero no fue hasta el 2006 (dos años después del fallecimiento de Rawicz) en el que se descubrió la farsa y que nunca había realizado tal fuga.
En el 2009 se dio a conocer el nombre de Witold Glinski, que en aquel momento contaba con 84 años y que tras realizar las investigaciones oportunas se concluyó que se trataba del verdadero líder y cabeza pensante que organizó la famosa fuga.
Post publicado originalmente para Yahoo! Noticias España el 16/4/2012:
https://es.noticias.yahoo.com/blogs/cuaderno-historias/la-asombrosa-fuga-7-000-kil%C3%B3metros-andando-desde-144926613.html
Fuentes de consulta: nn.by / mirror / sentadofrentealmundo / bbc