Existe en catolicismo
un curioso concepto conocido como ‘indulgencia’
que consiste en el acto de ser benevolente con ciertos pecados por parte de
algunos religiosos (una especie de hacer la vista gorda) gracias a un permiso
especial que éstos dan para que se lleven a cabo dichos actos sin necesidad de
tener que ser perdonados posteriormente mediante la confesión y la
correspondiente penitencia (en forma de oraciones). Esos sí, para conseguir esa
benevolencia por parte de la autoridad eclesiástica, ha sido necesario, en
muchas ocasiones, realizar un desembolso económico en forma de donativo para la
Iglesia.
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Pero una indulgencia no era algo que se concedía ni
conseguía con facilidad, debido a que el solicitante debía reunir una serie de
requisitos y posteriormente debía de ser aprobado y otorgado por la autoridad
eclesiástica correspondiente.
Muchos han sido quienes, a través de la Historia, se han
aprovechado de las ‘indulgencias
eclesiásticas’: tanto quienes cometían algún pecado (o querían estar libres
de castigo a la hora de cometerlo) como los religiosos encargados en
concederlas.
Uno de esos religiosos (de los mucho que hubo durante los
últimos años del medievo) fue Johann
Tetzel, un fraile dominico de origen alemán que, a principios del siglo XVI,
se hizo sumamente famoso gracias al lucrativo negocio de tráfico de
indulgencias que se dedicó a vender a cambio de unas suculentas sumas de dinero
en la región de Sajonia.
Tal y como explico unos párrafos más arriba, la concesión de
las indulgencias no era algo que se concediese con facilidad, debido a que
existía una rigurosa regulación respecto a las personas y motivos por el que se
otorgaban, pero ante una crisis económica en el Vaticano, el papa León X
dio el visto bueno para que los religiosos encargados de conceder indulgencias
fuesen más flexibles, con el fin de otorgar un mayor número de benevolentes
perdones y así poder volver a llenar las
arcas eclesiásticas con el fin de tener dinero para la construcción de la Basílica de San Pedro, cuyas obras habían
comenzado en el año 1506 y peligraba su continuidad.
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Johann Tetzel, en la diócesis
de Magdeburgo donde predicaba, se encargó de vender indulgencias a diestro
y siniestro a todo aquel que se presentaba frente a él con un buen puñado de
monedas.
Pero el dinero obtenido en este lucrativo negocio (y que
llenó varios cofres de grandes dimensiones) no iba a parar a los bolsillos de
este religioso sino que se dividía en varias partes: la de mayor cuantía para
el pontífice León X y la financiación de la Basílica de San Pedro en el
Vaticano. Otra parte iba a parar al cardenal
Albrecht von Brandenburg, quien era el arzobispo de Magdeburgo y tenía una
cuantiosa deuda contraída con el banquero Jakob
Fugger (quien llegó a ser uno de los hombres más ricos de la historia de
Europa).
Fugger había prestado una gran suma de dinero al cardenal von
Brandenburg para la construcción de la sede del arzobispado en Maguncia. Por
tal motivo y para saldar dicha deuda, Johann Tetzel convirtió en un mercadeo
continuo la venta de indulgencias.
Este hecho fue lo que provocó unas graves disputas dentro
del seno de la Iglesia Católica en Alemania, dando origen a que Martin Lutero encabezase las reformas
que dieron como resultado el Protestantismo
(también conocido como Luteranismo
en su honor).
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Lutero tuvo fuertes desavenencias con el cardenal Albrecht
von Brandenburg y con Johann Tetzel respecto al frívolo uso que habían hecho
con la venta de indulgencias, señalando que a la fe y los evangelios se llegaba
a través de la predicación y no de comercializar los perdones a cambio de
donaciones económicas. Una de las acusaciones más graves hacia Tetze era el haber vendido el perdón por pecados que no
se había ni siquiera cometido.
Fuentes de la imagen: Wikimedia
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