El caso de espionaje industrial de espejos en el siglo XVII que enfrentó al Reino de Francia y la República de Venecia

Desde su fundación a finales del siglo VII la Serenísima República de Venecia fue una
de las ciudades-Estado más importantes de Europa, contando con una gran vida
social, artística y artesanal a lo largo de un buen puñado de siglos.

Su carnaval, la corte que acogía a múltiples aristócratas,
los artistas que allí residieron o su importante comercio convirtieron a
Venecia en el centro de atención y, como no, de envidias por parte de otras
cortes europeas que ansiaban poseer el protagonismo de la capital del Véneto.

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A mediados del siglo XVII Venecia era considerada como la
número uno en la elaboración de lujosos
espejos de gran tamaño
que servían para decorar grandes casas y palacios.
Las técnicas utilizadas por los maestros artesanos eran guardadas por éstos
como alto secreto, motivo por el cual muchos eran quienes querían averiguar
cómo lo hacían para sacar un producto con una calidad tan exquisita.

Esto hizo que tuvieran el monopolio del mercado de espejos y
se crearan algunas enemistades por parte de artesanos de otros puntos de Europa
que deseaban descubrir las técnicas usadas por los venecianos para lograr hacer
espejos de gran tamaño (que doblaba a los que ellos hacían) y, sobre todo,
descubrir cómo lograban que la superficie que reflejaba fuera clara y no de un
color verdoso como pasaba al resto, además de no distorsionar la figura como
hacían el resto de espejos.

Cabe destacar que los
espejos venecianos se convirtieron en un auténtico artículo de lujo
,
superando en algunas ocasiones el precio de cuadros u obras de arte de algunos
artistas renacentistas.

Venecia se regía por un Dux
(magistrado supremo) y el ‘Maggior
Consiglio’
, quienes escogían anualmente a una decena de relevantes hombres
del Estado para velar por los asuntos de seguridad. Estos eran conocidos como el
‘Consejo de los Diez’ y se trataba
de un órgano político y diplomático que intentaba solventar cualquier conflicto
comercial que afectara a la Serenísima República y, por tanto, era quienes
protegían el secreto sobre la fabricación de los espejos venecianos.

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Las ganancias con las ventas de espejos eran enormes para
Venecia (ya no solo por la transacción comercial, sino por la cantidad de
personajes ilustres que viajaban hasta allí para adquirirlos), motivo por el
cual el hermetismo sobre la fabricación de este preciado artículo era enorme.

Uno de los más files amantes de los lujosos espejos venecianos
fue el rey Luis XIV de Francia,
quien gastaba millonarias cantidades del erario para adquirir carísimos espejos
con los que adornar sus palacios, algo a lo que quiso poner remedio Jean-Baptiste
Colbert
, Ministro de
Hacienda francés que decidió, en 1666, que una manera de poder ahorrar mucho
dinero a las arcas del Estado sería descubrir el secreto de los espejos
venecianos y fabricarlos en el país galo.

A través de Pierre de
Bonzi
, embajador de Francia en Venecia, Colbert instó a éste para ‘fichar’
a un elevado grupo de artesanos venecianos que, a cambio de una suculenta
remuneración, se marcharan a trabajar a suelo francés y confeccionaran allí los
ansiados espejos.

Varios fueron los que aceptaron la proposición económica y
se marcharon de incógnito a trabajar en Francia, pero la noticia sobre la huida
de los artesanos y puesta en marcha de una nueva factoría de espejos en suelo
francés no tardó en llegar a oídos del Consejo de los Diez, quienes decidieron
poner remedio a este contratiempo mandando al embajador veneciano en París, Marcantonio
Giustiniani
,  que ordenase regresar a los artesanos a
Venecia.

Algunos fueron convencidos, pero Colbert contraatacó
llevando hasta Francia las esposas e hijos de los artesanos, por lo que la
mayoría decidió quedarse allí.

Una serie de agentes de ambos países iban realizando
trabajos de espionaje para informar a sus superiores sobre cómo iban las
gestiones. Unas veces parecía que Venecia se salía con la suya y los artesanos
decidían regresar y sin embargo otras la balanza estaba del otro costado y eran
los franceses quienes lograban retenerlos o sino ir a buscar a otros que los
reemplazarían.

Así estuvo el asunto a lo largo de casi un año y a
principios de 1667 desde el Consejo de los Diez se decidió tomar una drástica decisión:
asesinar a los mejores artesanos venecianos que habían huido a Francia, de este
modo estaban convencidos que sin sus líderes y maestros el resto regresarían a
Venecia.

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El primero en morir envenenado fue Antonio della Riveta y poco tiempo después otros empezaron a
enfermar, a causa del veneno administrado por los espías venecianos. No
tardaron en  regresar a Venecia el resto de
artesanos quienes, tras pedir perdón al Consejo de los Diez, pudieron
reincorporarse a sus puestos de trabajo.

A pesar de quedarse Francia
sin aquellos artesanos sí que lograron el secreto que tanto codiciaban sobre
cómo se realizaban los espejos venecianos, por lo que el astuto ministro
Colbert preparó todo para que fueran artesanos franceses quienes fabricaran a
partir de aquel momento los espejos que adornarían los palacios del caprichoso Rey Sol.

Cabe destacar que cuando Luis
XIV ordenó adornar la conocida ‘Galería de los espejos’ del Palacio de
Versalles, en 1679, todos los espejos allí colocados eran íntegramente franceses,
ahorrando de ese modo una gran cantidad de dinero a las arcas del Estado.

Fuentes de consulta e imagen: nationalgeographic
/ artigoo
/ historiageneral
/ Wikimedia
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