Cuando Mathias Rust aterrizó una avioneta en la Plaza Roja de Moscú porque quería tener amigos rusos

El pasado 28 de mayo se cumplían 30 años
de uno de los hechos más curiosos y arriesgados de los últimos tiempos de la Unión Soviética, en una época en la que
el final de la Guerra Fría ya se
vislumbraba y a la disolución de la URSS
le quedaba menos de un lustro.

Mathias
Rust
, un joven alemán de Uetersen (Alemania
Occidental), aterrizó con una avioneta en
plena Plaza Roja de Moscú,
saltándose todos los controles de seguridad de este férreo país, tras un
periplo de dos semanas que lo habían llevado a varias poblaciones europeas.

Algunos lo calificaron como una travesura
inconsciente de un joven inmaduro (tres días después de los hechos cumplía los
19 años de edad), ostros señalaron que ya tenía suficiente edad como para ser
consciente de que lo que había realizado había sido una imprudencia y que había
puesto en peligro su vida y la seguridad de todo un país e incluso hubo quien
quiso ver en el caso algún tipo de trastorno mental.

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Pero en realidad lo que Mathias Rust
quería era conseguir no era una proeza, sino llegar a diferentes poblaciones
europeas y hacer nuevos amigos (entre ellos rusos).

Había partido de su casa en Uetersen el 13 de mayo de ese mismo año con la excusa de ir a alquilar una
avioneta en el cercano aeródromo de Hamburgo y hacer un viaje por el norte de
Europa y así acumular horas de vuelo. Hasta la fecha Mathias tan solo había
volado una cincuentena de horas y deseaba adquirir mucha más experiencia, por
lo que unos días volando de un lugar a otro no solo se la proporcionaría sino
que le daría la oportunidad de conocer nuevos lugares y hacer amigos de nuevas
nacionalidades.

Mathías estaba convencido de que el clima
de crispación que se había producido durante los últimos años, entre los dos
bloques que separaba el Telón de Acero, se debía al poco entendimiento que
había entre las personas. Pensaba que si él era capaz de viajar a nuevos
lugares y entablar amistad con desconocidos y llevarse bien, la clase política
y militar del planeta también podrían hacerlo.

Tras despegar de Hamburgo, la primera
escala de su periplo la realizó en las Islas Shetland (norte del Reino Unido)
donde pasó una noche. Al día siguiente voló hasta las Islas Feroe donde también
estuvo una jornada, de ahí hasta Reykjavik (Islandia) donde estuvo varios días.
Posteriormente voló hasta Bergen (Noruega) y el 25 de mayo llegaba a Helsinki
(Finlandia).

Allí estuvo tres días hasta que la mañana del 28 de mayo decidió
que su siguiente destino sería Moscú.
Volaría hasta la capital rusa y lo haría tomando las máximas precauciones.

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Había leído en un libro que una forma de pasar inadvertido para
los radares era volando a baja altura y siguiendo el trayecto de una vía de
tren. Evidentemente era errónea su creencia y al poco rato de invadir cielo
ruso fue interceptado y salieron a su búsqueda un par de cazas del ejército
soviético, a los que no se les autorizó disparar a la avioneta.

Una vez en la capital de Rusia, Mathias se proponía aterrizar en
el interior del mismísimo

Kremlin,
pero finalmente cambió de opinión y prefirió hacerlo en plena Plaza Roja, donde
tenía suficiente espacio para hacerlo.

Los transeúntes que por allí pasaban en aquel momento quedaron
estupefactos ante el aterrizaje de la avioneta y la posterior aparición del
muchacho al descender del aparato.

Algunos curiosos se acercaron hasta él y entablaron
conversación, pero no tardó en aparecer las fuerzas de seguridad para
detenerlo.

Permaneció arrestado hasta el 2 de septiembre de aquel mismo
año, en el que comenzó un juicio en el que se le acusaba de vandalismo y de
haber puesto en peligro en cielo aéreo soviético. El tribunal lo encontró
culpable y fue condenado a una pena de cuatro años de trabajos forzados.

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La presión internacional hizo que en lugar de los trabajos
forzados permaneciera encerrado en la prisión moscovita de Lefortovo.

Pero la URSS se encontraba en pleno proceso de aperturismo y el
entonces líder soviético Mijail
Gorbachov
aprovechó para hacer un acto de buena voluntad hacia la opinión
pública internacional (sobre todo porque acababa de firmar un acuerdo de
entendimiento con Ronald Reagan
–Presidente de EEUU- para eliminar las armas nucleares de medio alcance) y ordenó
poner en libertad al joven Mathias Rust, quien volvió
a su Alemania natal convertido en todo un héroe y símbolo.

Muchas son las cosas que han sucedido en
la vida de Mathias en estas tres décadas que han trascurrido desde su hazaña,
pero esa ya es otra historia…

Fuentes de consulta e imágenes: washingtonpost
/ hemeroteca.lavanguardia
/ bbc
/ hipertextual
/ Wikimedia
commons

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