La afición que sentía Heinrich
Himmler por todo lo que tenía que ver con el esoterismo llegaba a tal
extremo que se convirtió en una auténtica obsesión. Eso motivó a que muchas de
las decisiones que tomó y viajes que realizó tuvieran algún vínculo con el
ocultismo, lanzándose a la búsqueda incesante de todos aquellos objetos dignos
de devoción y que tuvieran relación con el misticismo.
Una de esas piezas era el ‘Santo Grial’ (el vaso o copa que, según las leyendas, utilizó
Jesucristo durante la ‘Última Cena’)
y que se convirtió en objeto de deseo del Comandante en Jefe de las SS.
En octubre de 1940, con motivo de la preparación del encuentro
que debía llevarse a cabo entre Hitler y Franco en Hendaya, Himmler viajó hasta
España, realizando un recorrido que lo llevó a visitar San Sebastián, Burgos,
Madrid, Toledo y Barcelona, ciudades en las que fue recibido y tratado como si
de un Jefe de Estado se tratase, agasajándolo con todo tipo de presentes,
adornando las avenidas por la que debía pasar con la esvástica y llevado a
visitar los lugares más típicos de cada lugar (no faltó la corrida de toros).
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Pero, de todo el circuito turístico que Himmler realizó, donde
más ansiaba ir era a Barcelona, la última parada de su periplo español y desde
donde realizaría una visita a la Abadía
de Montserrat, lugar en el que, según los estudios y elucubraciones
realizadas por la sociedad esotérica a la que pertenecía, podría encontrarse
guardado el Santo Grial que
tanto ansiaba poseer (según sus creencias esotéricas el objeto proporcionaría
poderes sobrenaturales a quien lo tuviera).
La base en la que se fundamentaba esa creencia fue una rocambolesca interpretación que realizaron del
poema épico medieval Parzival de Wolfram
von Eschenbach (cuyo argumento se centra en el Rey Arturo, los
Caballeros de la Mesa Redonda y la búsqueda del Santo Grial) y de la obra
musical derivada de éste realizada en el siglo XIX por el compositor Richard Wagner y que situaba ‘Monsalvat’ (montañas que debían
encontrarse en el noreste de España) en el macizo de Montserrat
y en donde, según sus creencias, se escondía el ansiado grial.
El 23 de octubre llegaba Heinrich Himmler al aeropuerto del
Prat, era recibido por las máximas autoridades de Barcelona y tras ser llevado
de visita por varios puntos turísticos de la ciudad y ofrecerle un opíparo almuerzo,
a las 15:30 horas el ‘Reichsführer’
de las SS montó en un automóvil que lo llevó hasta la montaña de Montserrat.
Tras la llegada del séquito de Himmler, que estaba
compuesta por una veintena de personas y había sido anunciada con antelación, el
jefe de la policía política del Führer pudo
comprobar con estupor que el abad de Montserrat, Antoni María Marcet, no salía a atenderlo
sino que fue recibido por un joven monje llamado Andreu Ripoll Noble.
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Desde la abadía alegaron que el motivo de que
el padre Ripoll fuese quien los atendiese se debía a que era el único de la
congregación que sabía expresarse en alemán. En realidad la no comparecencia
del abad ni de ninguno de sus adjuntos se debía al enfado que tenían por los continuos desprecios que desde el Tercer Reich se hacía hacia el catolicismo
y muchos de sus símbolos.
Y uno de esos desprecios fue llevado a cabo por
el propio Himmler en Montserrat cuando al pasar frente a la imagen de la Virgen de Montserrat e indicarle Andreu
Ripoll que era costumbre besar la esfera dorada que ‘La Moreneta’
porta en su mano derecha el Reichsführer contestó con desconsideración
que ellos ya se encargarían de acabar con esa superchería. Es
curioso comprobar cómo se refirió a la superchería una persona que creía ciegamente
en pseudociencias, ocultismo y el esoterismo.
Según indican algunas crónicas, a Himmler no se le permitió
visitar la biblioteca de la abadía ni revisar ninguno de los libros allí
contenidos, además de insistir el monje sobre lo errados que estaban con la interpretación
que hacían en cuanto al Santo Grial y el lugar donde se encontraba.
La de Himmler al Monasterio de
Montserrat no fue una visita fructífera ni del todo cordial, marchándose los
nazis con la sensación de que los habían tratado con menosprecio, algo que
hicieron conocer a las autoridades españolas con el fin de que desde el
gobierno de Franco se llamase la atención a estos religiosos.
Parece ser que ese no fue el único incidente de Heinrich
Himmler en Barcelona, ya que cuando regreso esa misma tarde a su suite del hotel
Ritz se dio cuenta que había desaparecido su cartera (algunas crónicas se
refieren a ésta como un maletín o portafolios). Nada se supo de ella y lo más
probable es que fuese sustraída por algún miembro del servicio de inteligencia
británico MI5 en busca de
documentación.
Fuentes de consulta e imágenes: Hemeroteca La Vanguardia / Hemeroteca ABC / elmundo / elpais
/ historiadeiberiavieja
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