Hoy en día no hay ni un solo palmo de terreno en el planeta que no pertenezca a alguien, sea éste un Estado, mancomunidad, empresa explotadora o simplemente propietario. Pero hubo un tiempo en el que las propiedades sobre cualquier lugar se conseguían siendo el primero en llegar allí e instalarse.
Como en otras tantas ocasiones, la llegada de un aventurero a un paraje sin explotar hizo que éste quedase prendado del lugar y viese la gran oportunidad de su vida, trasladándose con toda su familia y autoproclamándose rey del lugar.
Situadas en el Océano Índico, entre Australia Sri Lanka, podemos encontrarnos con las Islas Cocos, uno de esos lugares paradisiacos formado por un grupo de 27 islas de coral y 2 atolones, que tiene tras de sí una curiosa historia de cómo fue adquirida y reinada (a lo largo de un siglo y medio) por el clan familiar de los ‘Clunies-Ross’, hasta que en 1978 pasaron a ser gestionadas por el gobierno australiano.
En 1825, el navegante y aventurero de origen escocés John Clunies-Ross llegó casualmente a la Islas Cocos, viendo un gran potencial comercial del lugar, a la vez de la belleza paradisiaca que las caracterizaba.
Ni corto ni perezoso, fue en busca de su familia para regresar y vivir allí para siempre. Pero en el periodo de dos años que tardó en arreglar todo lo necesario, al llegar en 1827 se encontró con la desagradable sorpresa de que alguien se le había adelantado y estaba instalado cómodamente.
Se trataba de Alexander Hare, otro navegante de los muchos que aquella época surcaban los océanos en busca de aventuras y fortuna. Hare había llegado al archipiélago de las Islas Cocos acompañado de un séquito de más de 200 esclavos de origen malayo y un harem de 40 mujeres.
La disputa por demostrar quién tenía más derecho a permanecer allí y ser propietario de las islas los llevó a cuatro largos años de peleas, divisiones del terreno y continuos conflictos. Pero poco a poco Hare fue quedando solo tras ser abandonado por las mujeres del harem, que prefirieron emparejarse con los trabajadores que había llevado hasta aquel lugar la familia Clunies-Ross. La promesa de dar un salario (aunque pequeño) y vivienda digna a los esclavos, fue también determinante para que los malayos escogieran trabajar para el patrón escocés, por lo que Alexander Hare tuvo que abandonar aquel lugar en 1831.
Como amo y señor de las Islas Cocos, John Clunies-Ross se autoproclamó rey de aquel archipiélago y comenzó a explotarlo comercialmente, llegando a importantes tratos comerciales con el Imperio Británico.
Tras el fallecimiento en 1854 del patriarca del clan, su hijo John George le sucedió en el trono, continuando la estela de éxitos alcanzados por la buena gestión del progenitor, quién había creado una importante red comercial que abastecía de aceite de coco, aparte de convertirse en un importante punto de paso dentro de las rutas marítimas que unían el continente australiano con África y el sur asiático.
En 1886 les llegó el gran momento de reconocimiento, cuando la propia reina Victoria les concedía la propiedad de las islas a perpetuidad, quedando una línea sucesoria de padres a hijos para ostentar el cargo de reyes de las islas Cocos y la explotación comercial de la misma, pero en la letra pequeña del acuerdo ponía algo que no fue tenido en cuenta por los Clunies-Ross, ya que indicaba que la Corona Británica, así como la Commonwealth se reservaban el derecho de recuperar el control sobre el archipiélago por motivos de interés público y sin compensación económica alguna.
Y con los años aquel lugar fue adquiriendo más importancia estratégica para los intereses de Australia, sobre todo durante las dos guerras mundiales, por lo que se luchó para que las Islas Cocos pasasen a manos de estos y en 1954 se comenzó toda una batalla legal por la consecución del control del archipiélago.
A pesar de que el acuerdo disponía que no estaban obligados a compensar económicamente, finalmente se consiguió una indemnización de 2,5 millones de libras esterlinas y las islas pasarían a pertenecer al gobierno de Australia a partir de 1978, perdiendo así la familia Clunies-Ross el reino que habían tenido durante un siglo y medio en aquel paraíso.
Pero no solo perdieron sus posesiones, sino que, al cabo de poco tiempo Cecil John CluniesRoss, el último rey de las Islas Cocos se arruinó a causa de la bancarrota en la que entraron sus empresas, en gran medida por el boicot recibido por parte del Gobierno Australiano como medida de presión para que abandonasen sus propiedades y se marchasen.
Fuentes: abc.net.au / bbc / cabovolo