El día que los ciudadanos de Madrid organizaron un motín para echar del poder a los malos políticos que los gobernaban

Bajo el grito de ‘¡Viva
el rey, muera el mal gobierno!’
centenares de ciudadanos madrileños
quisieron hacer saber a sus gobernantes que estaban cansados de la mala gestión
que estos realizaban y reclamaban pan, con el que poder subsistir.

Estos disturbios tuvieron lugar el 28 de abril de 1699 y fue
conocido como el ‘motín de los gatos’.
Dicho apelativo provenía del apodo de ‘gatos’
que recibían los madrileños desde
hacía seis siglos, en tiempos en los que la población estuvo bajo el control musulmán
y se encontraba amurallada. Según cuentan los relatos y leyendas, en el año 1085
las tropas del rey Alfonso VI llegaron ante la fortificación y uno de los
soldados trepó por el muro (con la habilidad característica de un felino),
dirigiéndose hasta el torreon e izando una enseña cristiana en el lugar en la
que, hasta entonces, ondeaba la bandera mora. Fue esa hazaña la que haría que, a partir de entonces, a los nacidos en
Madrid se les conociera como ‘gatos’
.

Volviendo al año 1699 y la insurrección ciudadana, cabe señalar que esta venía precedida por
un año que, económicamente, había sido nefasto para el reino.

Las últimas cosechas
de trigo habían disparado el precio del cereal
(doblándose respecto a los
años anteriores), provocando que este no pudiese ser adquirido por las clases
más humildes y, por tanto, tener que acceder a otros tipos de harina (más
baratas y de peor calidad) para poder amasar el pan que debían comer.

Entre ellos el centeno, con el que se hacía el llamado ‘pan negro’ o ‘pan de los pobres’ y el cual era mucho menos sabroso (aunque
duraba más tiempo tierno) y en ocasiones podía estar afectado por un hongo llamado ‘cornezuelo’ que si se ingería hacía
enfermar, provocando alucinaciones, convulsiones, dolor abdominal y malestar
general. Muchas fueron las personas que se veían afectadas de ‘ergotismo’ (nombre que recibía la
intoxicación por dicho hongo).

El malestar general de la población, hacia los gobernantes,
acompañado por el enfado colectivo por los abusivos
precios del trigo
y el no poder acceder a él para elaborar un pan sabroso y
saludable, provocó que una muchedumbre
de madrileños se reuniera en la Plaza Mayor
y discutiera sobre la dramática
situación, por la que estaban atravesando, con el corregidor real, Francisco de Vargas Lezama, que hasta aquel lugar
se había desplazado.

Allí se enzarzó con en una discusión con alguno de los
presentes, llegando a contestar desafortunadas palabras; entre ellas a una
mujer que le dijo que no tenía qué dar de comer a su numerosa prole de hijos y
la respuesta del funcionario real fue la de sugerir que castrara al esposo para
que no la volviese a dejar embarazada.

Para muchos historiadores, esas palabras se convirtieron en
el detonante de una discusión que fue a más y que provocó el mencionado ‘motín de los gatos’, en el que se
gritó ‘¡Pan, pan, pan, queremos pan….
Viva el rey, muera el mal gobierno!’
(al menos así lo recogió alguna
crónica de la época). El rey al que se referían era Carlos II, quien por aquel entonces ya estaba muy enfermo
(fallecería un año y medio después).

La discusión con el corregidor Francisco de Vargas Lezama llevó a la muchedumbre a trasladarse
desde la Plaza Mayor hasta el Palacio Real, con el fin de exponer al monarca
sus quejas y descontento hacia los gobernantes que tenía en su Corte y
consiguiendo que el monarca (a pesar de su delicada salud) acabara asomándose y
dirigiéndose a los allí congregados para calmar los ánimos.

Una de las primeras medidas de Carlos II fue destituir al
corregidor, pero también a su entonces válido (cargo equivalente a Primer
Ministro) Manuel Joaquín Álvarez de Toledo;
un notable noble que ostentaba numerosos títulos nobiliarios (entre ellos el de
conde de Oropesa).

Curiosamente este levantamiento popular también es conocido
y recogido en las crónicas con el nombre de ‘motín de Oropesa’, debido a que éste fue el principal perjudicado
de la  revuelta, al ser destituido del
cargo por el monarca y marcando así algo que sería muy decisorio para el futuro
del reino: Carlos II no dejaba
descendencia
y, por tanto, el reinado de los miembros de la Casa de Habsburgo llegaba a su fin si
no se buscaba a algún pariente del monarca, aunque fuese en el extranjero.

El conde de Oropesa
fue uno de los principales defensores del Archiduque
Carlos de Austria
y de no haber sido destituido como válido, probablemente,
tras el fallecimiento de Carlos II sin dejar sucesor, hubiese sabido y/o podido
convencer al enfermo monarca para que nombrara a su recomendado y el nuevo rey quizás
no hubiese sido el francés Felipe de
Anjou
, representante de la Casa de
Borbón
(respaldado por el nuevo válido, el cardenal Luis Fernández Portocarrero) e incluso se hubiese
evitado el estallido de la Guerra de Sucesión
(1701-1715).

Evidentemente, aparte de las mencionadas destituciones, poco
o nada cambiaron las cosas a mejor para los ciudadanos, tras el motín de los
gatos (no solo de Madrid sino del reino en general).

Fuente de la imagen:  nuevatribuna

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