Cuando la masiva llegada de inmigrantes francocanadienses atemorizó a los estadounidenses

El control de la masiva llegada
de inmigrantes
se ha convertido en los últimos años en una auténtica obsesión
para numerosos gobernantes, quienes intentan regularlo de algún modo. Donald Trump es uno de los que más
empeño está poniendo en cerrar fronteras y acotar al máximo los flujos migratorios
que llegan a Estados Unidos desde México, empeñándose en levantar un gran muro que
impida la entrada al país de personas de otras nacionalidades.

Pero la obsesión por
controlar la inmigración en EEUU
no es algo nuevo, debido a que a lo largo
de la Historia del país varios han sido los episodios en los que se ha
perseguido, encerrado y/o expulsado masivamente a ciudadanos por el hecho de
ser extranjeros.

Ciudadanos latinoamericanos, chinos, japoneses e incluso
alemanes, han sido, en diferentes momentos de la historia, el objetivo de las
represivas leyes antiinmigración estadounidenses e incluso hubo un momento
entre la última década del siglo XIX y el primer cuarto del XX en el que se
fijó la atención en los inmigrantes
francocanadienses
que se habían instalado en Nueva Inglaterra.

Esta región, en el noreste del país, fue la primera en ser
poblada por colonos ingleses en la a partir de 1620 (de ahí su denominación).
En los siguientes dos siglos se convirtió en una de las zonas más prósperas del
norte del continente americano y una de las industrias más potentes que allí se
instalaron fue la textil.

Durante todo aquel tiempo la inmensa mayoría de habitantes eran
familias provenientes de Inglaterra e Irlanda, pero la Guerra de Secesión (entre 1861 y 1865) provoco que cerraran un gran
número de fábricas textiles de Nueva Inglaterra y que los trabajadores, junto a
sus familias, se desplazaran hacia otros puntos en busca de un futuro mejor
(sobre todo al Oeste, coincidiendo con la ‘fiebre
del oro’
).

Tras la Guerra Civil y la vuelta a la normalidad, muchos
empresarios decidieron volver a abrir sus fábricas, encontrándose que faltaba
mano de obra debido a la marcha de trabajadores a otros lugares. Ello motivó
que fuesen a la búsqueda de operarios al otro lado de la cercana frontera de
Canadá.

En las siguientes décadas varios cientos de miles de inmigrantes de origen francocanadiense cruzaron
la frontera hacia el sur con el fin de trabajar en las fábricas textiles de
Nueva Inglaterra, donde les daban alojamiento para todos los miembros de la
familia en barracones (en los que vivían hacinados) e incluso un empleo para la
mayoría de los integrantes (se contrataba trabajadores a partir de los ocho
años de edad).

En 1893 eran alrededor de medio millón los francocanadienses
que se habían instalado en la región. Esto llamó la atención de diferentes
responsables gubernamentales que se interesaron por saber cuáles eran las
condiciones de vida de todos aquellos inmigrantes que habían sido registrados
en las últimas décadas en el censo.

Hasta entonces poco interés se había prestado aquella zona,
a pesar de la proximidad que había con puntos importantes del país, como el cercano
Estado de Nueva York que lindaba por el sur con Nueva Inglaterra.

Sorprendió ver que aproximadamente la mitad de los
habitantes de aquella región tan solo sabían hablar el francés, interactuando únicamente
con otras personas de su mismo origen y habiendo creado una especia de gran
gueto en el que el catolicismo predominaba como confesión religiosa (cuando
anteriormente había sido la anglicana la predominante).

Aunque realmente no había motivos para alarmarse, empezó a
crearse una cierta e injusta desconfianza hacia los inmigrantes de origen
francocanadiense e incluso algo de temor hacia ellos.

A principios del siglo XX muchas eran las teorías conspiranoicas que indicaban
que el país estaba sufriendo una invasión
silenciosa de francocanadienses
para dominar y reconvertir a los
estadounidenses al catolicismo.

Desde la prensa se intentaba alertar del peligro que suponía
para el país una masiva presencia de inmigrantes provenientes de la parte
francesa de Canadá, denostándolos con argumentos como que eran la mayoría eran
analfabetos y estaban adoctrinados por
la Iglesia católica
.

Incluso se llegó a publicar teorías tan rocambolescas como
que se estaba gestando crear una nueva Francia que ocuparía todo e extremo noreste
del continente americano, al unir los territorios francófonos de Canadá y los
ocupados por los inmigrantes en Nueva Inglaterra.

Afortunadamente la mayoría de políticos estadounidenses no
vieron ningún peligro en aquella masiva presencia de inmigrantes e incluso se
les acuñó un nuevo término para que se sintieran más cómodos como ciudadanos: ‘franco-americanos’.

Un cuarto de siglo después (en 1925) el censo de personas de
origen francocanadiense en Nueva Inglaterra era de un millón de ciudadanos,
constituyendo en aquel momento aproximadamente el 40% de la población activa de
Nueva Inglaterra y con el paso del tiempo esa masa de personas se fue
dispersando por el resto del país.

En la actualidad la presencia de personas de origen francocanadiense
en la región de Nueva Inglaterra (compuesta por los Estados de Maine, Nuevo
Hampshire, Vermont, Massachusetts, Rhode Island y Connecticut) es aproximadamente
del cinco por ciento, no llegando al millón de habitantes.

Fuente de la imagen: nypl.getarchive

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