Cuando la mojigatería y el fervor religioso hizo ocultar los genitales de las estatuas con hojas de parra

Extensa fue la obra de los artistas de las antiguas Roma y Grecia en la que esculpieron innumerables esculturas que representaban a sus deidades, emperadores o personajes célebres de la época o de sus correspondientes mitologías. Una de las cosas que destacaba en muchos de esos monumentos era que los mostraban totalmente desnudos y con los atributos sexuales a la vista. Algo que en  aquel tiempo estaba considerado como normal y no ofendía a quien los contemplaba.

Pero todo cambió a partir del siglo IV, tras la expansión del cristianismo, la llegada al poder de muchas naciones de los representantes eclesiásticos y el afán por evangelizar a medio planeta. La visión de los genitales masculinos, en toda aquella obra monumental heredada del paganismo, empezó a causar cierta incomodidad y muchas fueron las esculturas que sufrieron ciertos retoques por indecorosas.

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Hubo a las que se le colocó algún tipo de ornamento (normalmente una hoja de parra o higuera que cubría las partes impúdicas) pero muchísimas fueron las obras que sufrieron algún tipo de castración a base de martillo y cincel.

Durante prácticamente toda la Edad Media escasos fueron los artistas que se atrevieron a realizar sus obras en las que se mostrase algún desnudo y si aparecía estaban convenientemente cubiertos los atributos sexuales con algún elemento decorativo, como las mencionadas hojas de parra o higuera. Además, la mayor parte de ellas fueron
dedicadas a relevantes personajes de la vida militar, reyes e incluso al arte sacro, por lo que representarlos desnudos estaba fuera de lugar.

Hubo un significativo cambio a partir del siglo XV, en el llamado ‘Renacimiento’, en el que los artistas quisieron recuperar el estilo escultórico grecorromano (de ahí llamar de ese modo a aquella época, ya que fue un renacimiento de aquella manera de hacer y ver el arte) y numerosas las obras en las que se volvía a dejar a la vista los atributos sexuales.

Ello fue posible gracias a que la Iglesia Católica andaba en un tiempo de horas bajas, tras varios cismas que hubieron en el seno de la institución religiosa y sus representantes andaban más preocupados por arreglar los problemas internos que de ir controlando y censurando las obras realizadas por los artistas.

Pero todo es cíclico y tras el bache en el seno eclesiástico todo volvió a ponerse en su sitio y a mediados del siglo XVI los jerarcas religiosos volvieron a las andadas y con ello a volver a controlar la vida social, espiritual y artística de los ciudadanos, censurando de nuevo aquellas obras en las que aparecían genitales y obligando a tapar las impúdicas partes, otra vez con las famosas hojas de parra u otra ornamentación.

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En el siglo XIX hubo otra eclosión de artistas que decidieron recuperar los desnudos en sus obras escultóricas, pero para entonces ya no era la iglesia quien se ocupaba de censurarlo, sino que fue la propia sociedad quien lo hizo, al no estar acostumbrados a visionar unos atributos sexuales en un lugar público.

Esto sucedió, por ejemplo, durante la década de 1820 en Inglaterra, en el que el célebre escultor Richard Westmacott decidió realizar una monumental escultura en honor al Duque de Wellington, Arthur Wellesley, héroe en las Guerras Napoleónicas (y que asentó un duro golpe al Imperio francés de Bonaparte). El mencionado monumento fue colocado en  Hyde Park y el Duque de Wellington era representado como el héroe de la mitología griega, Aquiles, y totalmente desnudo. Eso sí, el artista quiso ser prudente y le colocó unos atributos que
eran relativamente pequeños para la envergadura de dicha estatua, lo que provocó por un lado la mofa por parte de la prensa de la época, pero incluso el enfado de un sector del periodismo ante la afrenta de poner dicha miniatura de genitales a un héroe nacional y que, además todavía estaba vivo (Arthur Wellesley llegó a ser Primer Ministro del Reino Unido a finales de aquella misma década).

Por otra parte también fue notoria la indignación por parte de los ciudadanos que paseaba por el famoso parque londinense, quienes se escandalizaban al contemplar dicho
desnudo
en un lugar público. Motivo por el que se le añadió la correspondiente hoja de parra para tapar las partes impúdicas.

A mediados de aquel mismo siglo (en 1857) y también en Londres, surgió otra sonadísima polémica con una escultura que representaba un desnudo.
En esta ocasión fue con una réplica del famoso ‘David’ de Miguel Ángel que Leopoldo II, Gran Duque de la Toscana, encargó realizar para regalárselo a la reina Victoria del Reino Unido. No cayó el noble florentino en la enfermiza mojigatería de la monarca, quien al ver los atributos al aire de la estatua ordenó que fuesen tapados con una hoja de parra y que se colocase el monumento en el Museo de Kensington Sur (hoy en día llamado ‘Victoria & Albert Museum’). Actualmente la réplica del David ya se muestra sin ornamentación alguna cubriendo los
genitales y la mencionada hoja está expuesta a pies de ésta.

Los años han ido pasando y depende de la época, país y régimen se ha seguido censurando el arte. Incluso en la actualidad se han dado numerosos casos de eliminar fotografías en
las redes sociales en las que aparecía alguna escultura mostrando los genitales
.

Fuentes de la imágenes: Wikimedia commons / Maxpixel

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