El ‘gran pánico del libro’, cuando se creía que las bibliotecas eran el mayor foco de contagio de enfermedades mortales

A lo largo de la Historia muchos han sido quienes han
querido responsabilizar de causar enfermedades mentales a la lectura de según
qué libros. De hecho, en la novela ‘Don
Quijote de la Mancha’
, su protagonista (Alonso Quijano) es señalado de padecer
locura por culpa de los libros de caballería
.

Pero, durante mucho tiempo, la lectura de libros solo estuvo
al alcance de muy pocas personas y las pocas bibliotecas que existían eran de carácter privado (la mayoría en
palacios de acaudalados nobles o en centros religiosos).

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El concepto de ‘biblioteca
pública’
, como un lugar donde cualquier persona puede acceder al
intercambio y lectura de libros, tal y como lo conocemos en la actualidad, no
comenzó a funcionar hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Muy pocos eran en su origen los edificios que albergaban los
volúmenes y libros editados (la mayoría de gran valor), pero fue a partir de 1800 cuando los editores
comenzaron a publicar colecciones de libros
, los cuales no estaban al alcance
de todas las personas (por cuestiones económicas) y nació el concepto de acudir
a un lugar (biblioteca) donde te lo prestaban para leer y después se devolvía.

Gran parte de la población había sido analfabeta hasta hacía
relativamente poco tiempo y los pocos que sabían leer aprovechaban el préstamo
de libros para poder disfrutar del placer de la lectura (además de ser un
vehículo ideal para viajar con la imaginación por el planeta, a tiempos pasados
o vivir grandes y épicas aventuras).

Pero el hecho de que un gran número de esos nuevos lectores
perteneciesen a las clases más humildes y a que, por aquella época, las
prevenciones de salubridad e higiene no era como en la actualidad, empezó a difundirse la creencia de que los
libros de las bibliotecas podrían ser un peligroso foco de contagio de
enfermedades infecciosas
.

Esta idea, muy extendida sobre todo en el último cuarto del
siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX, fue respaldada por un gran
número de médicos y especialistas en enfermedades contagiosas en un momento en
el que habían aumentado los casos de tuberculosis,
viruela o escarlatina
entre la población de Estados Unidos o Gran Bretaña (hay
numerosa información y estudios al respecto de la época en estos dos países).

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También se tenía el convencimiento de que muchos de los
libros que eran tomados en préstamo de las bibliotecas públicas eran destinados para ser leídos por personas
enfermas
y que debían guardar cama.

Éstas (dependiendo de la dolencia que padeciesen) transmitirían sus gérmenes a través de
estornudos, la respiración o sus dedos, a las páginas del libro que estaban
leyendo y cuando dicha obra fuese devuelta a la biblioteca y alguien volviese a
abrirlo se infectaría de la enfermedad del anterior lector. Se tenía el
convencimiento de que el polvo que soltaban algunos libros al abrirlos eran mortíferas bacterias.

Un hecho relacionado y ampliamente documentado es el que
sucedió en 1895 cuando, Jessie Allan,
la bibliotecaria de la Biblioteca Pública
de Omaha
(Nebraska) enfermó de tuberculosis, falleciendo poco después. Muchos
fueron quienes señalaron a los libros que ella custodiaba como los culpables de
haberle transmitido la mortal enfermedad.

A partir de este incidente se acuñó el término ‘Great Book Scare’, que podría
traducirse como ‘gran pánico del libro’ (e incluso como ‘gran susto del libro’).

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En un gran número de bibliotecas se prohibió el poder sacar
y llevar los libros prestados fuera del edificio, con el fin de evitar que sus
destinatarios fuesen personas enfermas. También se contaba que las
bibliotecarias (en aquel tiempo este era un empleo exclusivamente femenino) evaluasen
a simple vista y el posible estado de salud de las personas que llegaban a la biblioteca
a solicitar un libro. Si tenía aspecto de estar enferma se le denegaba el
acceso.

Muchos de los especialistas apoyaron sus tesis en un curioso
experimento realizado por el investigador William
R. Reinick
, de Filadelfia, y publicado en la primera década del 1900 por la
prestigiosa revista médica ‘Scientific American’,
en el que el científico metió a cuarenta conejillos de indias rodeados de
numerosos libros, con el fin de observar si éstos enfermaban.

Lamentablemente todos los animales del experimento
fallecieron, algo que avaló, todavía más, la teoría de que los libros eran peligrosos
portadores de enfermedades mortales.

Fuentes de
consulta e imagen: Books as Disease Carriers, 1880-1920 / Library journal / Bacterial and fungal
contamination in the library setting: a growing concern?
/ americanlibrariesmagazine
/ pexels