La trágica historia del payaso mendigo que en sus años de juventud había sido un excéntrico millonario

Pocas son las personas adultas que residan en el Estado de Jalisco (México) que no conozcan a Federico Ochoa ‘Firuláis’, un curioso personaje que a mediados del siglo XX fue uno de los más célebres payasos callejeros de la ciudad de Guadalajara, logrando hacer sacar una carcajada a todo aquel que lo veía actuar, ya fuesen adultos o niños.

Tal y como suele decirse, la frontera que separa lo cómico de lo trágico es muy delgada y la vida de Firualáis estuvo llena de momentos divertidos pero sobre todo de tragedia y mala suerte que lo llevaron a vivir como un mendigo, cuando originalmente había sido inmensamente rico gracias a pertenecer a una de las familias más adineradas de todo México.

Nació en 1907 en la ‘Hacienda La Purísima’, en Tecalitlán (Jalisco) y descendía de una familia que, durante tres siglos y diez generaciones, había ido amasando una inmensa fortuna que hubiese permitido vivir a las siguientes sin apenas tener que trabajar (aunque sí sabiendo invertir bien el capital). Quedó huérfano de padre con tres años y su madre se hizo cargo de los negocios familiares (hoteles, plantaciones de azúcar…), mientras Federico fue enviado a estudiar a las mejores escuelas de México y Nueva York.

Fue en sus años de juventud, mientras vivía en Manhattan donde empezó a conocer un modo de vida muy distinto al que le habían enseñado, convirtiéndose en alguien habitual a las reuniones y fiestas sociales y comenzando un periodo algo díscolo y excéntrico.

Gastaba la asignación que le enviaba su madre en juergas e incluso llegó a abandonar los estudios para dedicarse a probar suerte en el mundo del toreo (en el que no era demasiado hábil pero que le apasionaba).

A finales de la década de 1940, su madre falleció, convirtiéndose en el heredero universal de toda la fortuna y negocios familiares, lo cual dilapidó malgastando hasta el último peso en tan solo diez años. A los cincuenta años de edad, Federico Ochoa se encontró solo, arruinado y sin un lugar donde vivir, por lo que empezó un periodo en el que tuvo que emplearse en diferentes negocios: camarero, recadero, chofer e incluso como ‘hombre-anuncio’ para un circo.

Fue precisamente en ese último en el que descubrió el placer de pintar su cara y disfrazarse de payaso para animar a la gente que transitaba por la calle a entrar a ver el espectáculo, dándose cuenta que tenía una habilidad innata para hacer divertir y reír a todo aquel que por allí pasaba. Fue ahí cuando nació su alter ego ‘Firuláis’, nombre artístico que no se sabe a ciencia cierta de dónde lo tomó, existiendo numerosas hipótesis (algunas de ellas claramente leyendas urbanas) y que, posiblemente, fuese el modo en el que de pequeño era llamado alguno de los perros que tenían en la hacienda familiar, debido a que dicho apelativo es muy común entre los canes en México.

Pero otro momento trágico en la vida de Federico Ochoa ‘Firuláis’ fue el del fallecimiento de su esposa con quien se había casado siendo ya adulto y que murió muy poco tiempo después de dar a luz a la hija de ambos (Mónica), la cual quedó al cargo del arruinado payaso.

Fue a partir de ese momento en el que empezaron a surgir innumerables historias y leyendas urbanas alrededor de Firuláis, sin existir un relato coherente sobre sus últimos años de su vida. Nada más se supo de su hija, que de seguir viva ahora mismo tendría algo más de 50 años de edad.

De lo poco que se sabe de Firuláis es que las dos últimas décadas de su vida las pasó postrado en una silla de ruedas y, según cuentan algunas crónicas, se debió a un percance sufrido en el año 1967, cuando fue contratado para participar en un espectáculo taurino en el que tenía que actuar vestido de payaso frente a un toro, siendo corneado por el animal en un tobillo y quedando impedido para andar para el resto de su vida.

Se sabe que falleció en la ciudad de Guadalajara en 1989 a los 82 años de edad y que era habitual verlo en sus últimos años de vida vestido de payaso sobre su silla de ruedas y explicando chistes o haciendo reír a los tapatíos (gentilicio de los residentes de esta localidad) que por sus calles transitaban y que le daban alguna limosna para ayudarle a subsistir.

Fuente de la imagen: soyjalisco

Más historias que te pueden interesar: