A pesar de haber durado 116 años (entre inicios de 1337 y
finales de 1453) se conoce como ‘Guerra
de los Cien años’ a un conflicto militar que tuvo enfrentados a los Reinos de Francia e Inglaterra (junto a
sus correspondientes aliados, entre los que se encontraba la Corona de Castilla que apoyó a ambos bandos en periodos
diferentes).
Cuando la guerra llevaba en marcha poco más de dos décadas y
el dominio inglés sobre los galos
era incuestionable –habían invadido una importante parte de Francia e incluso mantenían secuestrado al monarca francés
Juan II-, tuvo lugar un efecto meteorológico imprevisible que fue
fundamental para el desarrollo del conflicto y se convirtió en una de las
piezas claves para que el rey Inglés, Eduardo
III, tomara la decisión de presentar un tratado de paz.
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Y es que hasta aquel momento, en vista al poder avasallador que
estaban manteniendo los ingleses en la guerra, Eduardo III no se había planteado ni por asomo hacer una tregua. El
dominio era absoluto y sabía que era cuestión de poco tiempo de invadir
totalmente Francia y hacerse con el control total del país.
Pero el 13 de abril de 1360, (Lunes de Pascua) todo cambió
debido a una torrencial tormenta que cayó sobre suelo francés e hizo cambiar de
opinión al rey inglés.
Los ingleses tenían sitiada gran parte de Francia, pero el
grueso del ejército (con su rey a la cabeza) se encontraba acampado a las
afueras de la población de Chartres.
Las últimas jornadas, al tratarse de periodo religioso (Semana Santa) no hubo
movimiento ni ataques en el campamento inglés y los planes era reanudar la
hostilidad bélica contra los franceses a partir de primera hora del día
siguiente.
Pero al caer la noche de aquel 13 de abril los cielos
quedaron totalmente cubiertos de nubes y una torrencial lluvia comenzó a caer.
Esta vino acompañada de una repentina bajada de temperaturas y la caída de una
cantidad incalculable de granizo (cuyas piedras de hielo tenían un tamaño
considerable).
Las tiendas en las que se refugiaban los soldados y miembros
del ejército inglés no resistieron la violenta caída de granizo (que se calcula
que caía a una velocidad aproximada de 160 kilómetros/hora) a la que, además,
acompañaron varios rayos que provocaron algunos incendios e incluso impactaron
en dos de los comandantes que murieron fulminados.
Rachas de fuertes vientos, bajas temperaturas, la granizada
que estaba cayendo y los rayos provocaron que en unas pocas horas habían
provocado la muerte de alrededor de mil hombres y seis mil caballos.
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La histeria y el pánico se apoderaron del campamento inglés
y muchos fueron los que vieron en aquel desastre meteorológico como un ‘castigo
divino’, debido a la gran superstición que por aquel entonces había en
referencia a ciertos fenómenos atmosféricos.
Incluso las crónicas de la época relatan que el propio Eduardo
III llegó a arrodillarse e implorar al cielo que dejara de atacarlos de aquella
manera y él se comprometía a firmar un tratado de paz.
Aquel día pasó a la Historia como el ‘Lunes Negro de 1360’.
Así fue como, habiendo tenido en los últimos años todo de su
parte, el rey de Inglaterra convocaba a los representantes del Reino de Francia
a sentarse para conversar y acordar una tregua en la que dejaría en libertad al
monarca francés Juan II tras el pago de un rescate y se le cediera la soberanía
a Inglaterra sobre Aquitania y Calais. En el tratado de paz, firmado en el Castillo de Brétigny varias semanas
después (el 8 de mayo de 1360), Eduardo III también renunciaba a su aspiración
de ser coronado rey de Francia.
Pero la paz entre Francia e Inglaterra tan solo duró nueve
años y en 1369 volvieron las hostilidades y los conflictos bélicos entre ambas
naciones, alargándose hasta 1453. Eso sí, con varias treguas intermitentes por medio.
Fuentes de consulta e imágenes: History
/ historic-uk.com
/ Yesterday
Channel
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