El cura enamorado que cometió un asesinato en el Madrid de 1776 tras ser increpado por un vecino

Dos travesías por encima de la céntrica Gran Vía de Madrid nos encontramos con la calle de Antonio Grilo, la cual tiene
en su historia un gran número de
muertes, crímenes y truculentos hechos
ocurridos a lo largo de los últimos
tres siglos (con motivos y víctimas muy distintas).

Uno de esos relatos es el que popularmente ha pasado a ser
conocido como ‘El crimen de la calle de
las Beatas’
. El de las Beatas fue el nombre que recibió dicha travesía
durante los siglos XVIII y XIX debido a que allí se encontraba el beaterio de Santa Catalina de Sena, un convento
cuyas religiosas se hicieron sumamente populares por aquella época y que valió
para que se les dedicara la denominación de dicha travesía.

Pero el crimen de la calle
de las Beatas
nada tuvo que ver con el convento ni las religiosas que en él
había, aunque sí con otro miembro de la institución eclesiástica, un cura que daba misa en la iglesia de San
Martín
y cuyo nombre no trascendió.

Algunos cronistas de la historia de Madrid señalan que el relato
se trata de una leyenda apócrifa, que es
explicada como cierta y que realmente tal crimen no se cometió
. A pesar de
ello, numerosísimas son las referencias que aparecen sobre el caso, aunque la
mayoría no son más que simples ‘copia y pega’ que se van publicando en
diferentes blogs, webs y redes sociales.

Retomando el hilo del relato sobre el crimen de la calle de
las Beatas, resulta que el referido sacerdote acudía a la mencionada calle para
llevar sus sotanas a ser cosidas por una
joven viuda llamada Manuela
y que trabajaba
como modista
en un pequeño taller que tenía en su propio domicilio.

Parece ser que el
religioso acabó enamorándose perdidamente de aquella mujer
, hasta tal punto
que eran continuas las visitas que éste le hacía, levantando las sospechas de
los vecinos de la modista. Diego, un
hortelano que vivía por la zona, llegó a llamar la atención del cura
,
advirtiéndole que su conducta no era la esperada para un sacerdote y que de
seguir cortejando a la joven viuda lo pondría en conocimiento del obispado.

Este aviso no le sentó demasiado bien al sacerdote y una
calurosa noche (de 1776) fue al
encuentro de Diego y le asestó una puñalada en medio de la calle de las Beatas
,
dejándolo herido de muerte en el suelo.

Poco antes de la medianoche un matrimonio vecino que había
salido a tomar el fresco encontraron en medio de la calzada el cuerpo sin vida
de Diego, avisando a los aguaciles, quienes vieron que del cadáver salía un
rastro de sangre, el cual decidieron seguir y los condujo hasta la cercana
parroquia de San Sebastián.

Cabe destacar que durante largo tiempo de la historia, las
iglesias y edificios religiosos han sido utilizados por malhechores como un
lugar donde esconderse cuando se les buscaba por haber cometido algún crimen.
Las autoridades que siguieron el rastro de sangre estaban convencidos que quien
allí se escondía sería algún ratero que habría asestado una puñalada mortal al
campesino tras haberle robado en la calle de las Beatas.

Pero para sorpresa de los aguaciles, quien se escondía en el
santo lugar era en realidad un sacerdote que, tras ser arrestado fue conducido
hasta el presidio de la Corte y Villa, donde confesaría su deleznable crimen,
tras haber sido increpado por el difunto vecino.

Curiosamente, según cuentan los cronistas, este caso fue
juzgado por un tribunal ordinario, en lugar de hacerlo uno eclesiástico (como
era la norma en aquella época cuando algún religioso cometía algún delito).
Muchos eran los casos en los que se apartaba al sacerdote durante un tiempo e
incluso se le trasladaba a la parroquia de otra población y raro era el caso en
el que se le juzgase y condenase.

Pero parece ser que el caso del cura asesino de la calle de
las Beatas fue distinto, siendo juzgado y condenado por el tribunal a la pena
de muerte. Eso sí, los relatos explican que a pesar de la sentencia recibida,
el mencionado sacerdote recibió finalmente la gracia del rey Carlos III, quien le
concedió el perdón real (o dicho de otro modo, el indulto).

Nada más se sabe de esta historia, que es explicada por
guías a los turistas que visitan el centro de Madrid cuando pasean por la calle
de Antonio Grilo. El hecho de que haya tantas lagunas en el relato (la falta
del nombre del cura asesino, más datos sobre la víctima o la joven viuda a la
que pretendía el religioso, y la posterior vida de éste) hacen que un gran
número de historiadores la tachen como una simple leyenda apócrifa, surgida del
folclore popular madrileño.

Fuente de la imagen: Wikimedia
commons

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