La adolescente que milagrosamente sobrevivió tras caer sin paracaídas de tres mil metros de altura

El 24 de diciembre de 1971, pocos minutos antes del mediodía, despegaba del aeropuerto Jorge Chávez de Lima (Perú) un avión turbohélice Lockheed L-188A Electra que debía realizar el vuelo 508 de LANSA (acrónimo de Líneas Aéreas Nacionales SA) que unía la capital peruana con la población de Iquitos (capital de la Región Loreto y quinta ciudad más grande del país), haciendo una escala intermedia en aeropuerto de Pucallpa.

Entre los 86 pasajeros que iban a bordo del mencionado vuelo se encontraba Juliane Koepcke, una adolescente de 17 años que viajaba junto a su madre, Maria Emilie Anna von Mikulicz-Radecki, rumbo a la ‘Estación de Investigación Biológica Panguana’, donde les esperaba Hans-Wilhelm Koepcke (padre y esposo respectivamente) y con quien pensaban pasar aquellas fiestas navideñas en familia.

La pareja formada por Hans-Wilhelm Koepcke y Maria Emilie Anna von Mikulicz-Radecki había llegado a Perú dos décadas antes, tras haber finalizado ambos sus estudios de zoología y ornitología en Alemania (país origen de ambos) y contrayendo matrimonio poco después. Fruto de dicha unión nació Juliane en 1954.

El matrimonio Koepcke se había convertido en toda una institución en Perú, siendo los fundadores, en 1968, de ‘Estación de Investigación Biológica Panguana’ (a escasos 200 kilómetros de Pucallpa) y era el lugar al que se dirigía Juliane y su madre, la víspera del día de Navidad, para reunirse Hans-Wilhelm.

Pero, tres cuartos de hora después de haber despegado el avión desde el aeropuerto de Lima y poco antes de llegar a su primera escala en Pucallpa, el turbohélice se vio envuelto en unas turbulencias meteorológicas, a siete mil metros de altura, descendiendo el piloto rápidamente hasta los tres mil metros donde parece ser que una de las alas recibió el impacto de un rayo, partiendo el aparato en dos y precipitándose contra la selva amazónica.

Juliane se convirtió en la única superviviente de las 92 personas que iban a bordo (86 pasajeros y 6 miembros de la tripulación) y lo hizo de una forma milagrosa tras haber caído desde tres mil metros de altura cuando la butaca en la que iba sentada se separó del resto del avión y cayó directamente sobre las copas de los árboles de aquella frondosa y espesa selva, que amortiguó la caída y golpe.

Tras el brutal impacto y volver en sí, la muchacha (magullada por los golpes y con diversas fracturas) trató de mantener la calma y recordar las valiosas palabras que tantas veces había escuchado decir a sus progenitores, respecto a la supervivencia en un lugar como aquel: en caso de perderse en la selva debía de observar el canto de los pájaros y estos le llevarían hasta el arroyo más cercano y siguiendo éste le conduciría hasta un río, el cual más tarde o temprano llegaría hasta algún poblado. Y así lo hizo Juliane.

Tan solo llevaba consigo una bolsita de caramelos (de las que repartían en los vuelos comerciales) y ese sería su alimento hasta el momento en el pudiese encontrar algo de comida.

A lo largo de los siguientes diez días estuvo caminando y subsistiendo en la selva peruana, durante los primero cuatro días gracias a los caramelos pero los siguientes del agua de los arroyos que iba encontrando y de la savia que extraía de algunas hojas y plantas.

El 2 de enero de 1972 el arroyo le llevó hasta un río, donde encontró un pequeño bote que le sirvió para dirigirse hasta una cabaña donde se refugiaría para pasar la noche y posteriormente proseguir con el camino en busca de civilización.

Su conocimiento del medio y las valiosas enseñanzas de sus padres para subsistir en condiciones adversas le fue de gran ayuda. También el conocer que utilizando un poco de carburante del motor de la embarcación podría servirle para curar y desinfectarse las heridas; una acertada decisión que hizo que no acabara con una grave infección o gangrena.

En todos aquellos días que transitó por la selva había estado escuchando el paso de algunos helicópteros que sobrevolaban la zona en busca de los restos del avión siniestrado y de posibles supervivientes, pero lo frondoso de aquella selva imposibilitaba que pudiesen verla. Lo mismo que le había salvado la vida (al amortiguar su caída) era lo que impedía ser rescatada.

Pasó la noche refugiada en la cabaña. Era la primera vez en diez días que dormiría bajo un techo y eso le dio cierta tranquilidad, hasta tal punto que fue el día que durmió y descansó más profundamente. Al día siguiente fue despertada por un grupo de trabajadores forestales que allí trabajaban y que la encontraron en la cabaña.

Juliane Koepcke fue trasladada en lancha hasta una enfermería de la población de Tounavista para ser atendida y curada de las heridas, reencontrándose poco después con su padre.

Cursó estudios de zoología y se convirtió en una reputada investigadora científica y toda una eminencia en su campo. Cuarenta años después, en 2011, decidió publicar un libro titulado ‘Cuando caí del cielo’ en el que relató la experiencia vivida de adolescente. Actualmente, Juliane Koepcke tiene 67 años de edad y sigue al frente de la Estación Biológica de Panguana que fundaron sus padres.

Fuente de la imagen: The Guardian

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