«Estos tipos van en serio» fue el comentario que un inspector de los carabinieri les hizo a la familia Getty tras recibirse en la redacción del prestigioso diario Il Messaggero un sobre que contenía un mechón de pelo y una oreja amputada.
Era noviembre de 1973 y llevaban cuatro meses tras la pista de los captores del joven Jean Paul Getty III, un adolescente de 16 años que había sido secuestrado en Roma el 10 de julio de ese mismo año.
Desde un inicio, todas las investigaciones para tratar de localizarlo se habían realizado de una manera errónea. La vida díscola y rebelde del muchacho había llevado a pensar a sus familiares que la desaparición era una más de sus muchas trastadas y formas de llamar la atención, por lo que no se puso una atención especial a la hora de recibir los primeros mensajes por parte de los secuestradores.
Motivos para desconfiar no les faltaban a la familia Getty, debido a que Jean Paul había sido expulsado de siete colegios diferentes en los últimos años, detenido tras lanzar un coctel molotov durante una manifestación izquierdista y había posado desnudo para una publicación erótica.
No se trataba de un secuestro casual o por cuestiones políticas, ya que el muchacho era el nieto de Jean Paul Getty, un excéntrico, mujeriego y huraño multimillonario que en aquellos momentos era una de las principales fortunas del planeta gracias a sus negocios petrolíferos y a mantener a todos sus allegados a un férreo control. Ningún miembro de la familia podía gastar un solo dólar sin su consentimiento y supervisión.
Su avaricia llegaba hasta tal límite que incluso había mandado instalar una cabina telefónica en su propio domicilio para que ninguna persona del servicio pudiese utilizar el teléfono sin pagar por la llamada.
El contacto solicitando el rescate no tuvo demasiado éxito por parte de los captores, ya que al pedir la cantidad de 17 millones de dólares a cambio de liberar al joven, el abuelo se negó rotundamente a pagar, aduciendo que tenía 14 nietos más y si accedía al chantaje lo que obtendría sería otros 14 nietos secuestrados.
La mala relación personal entre el padre del muchacho y el patriarca de la familia tampoco ayudaba demasiado a llevar a buen término las negociaciones en las que se consiguiese su liberación. Jean Paul Getty Jr. no disponía de liquidez económica para hacer frente al pago del rescate de su hijo, por lo que se veía sometido a un sinfín de decisiones tiránicas por parte del cabeza de familia.
Llamada tras llamada de los secuestradores se encontraban con la misma respuesta: «No pienso pagar ni ceder al chantaje».
Pero todo cambió el día en que se recibió la oreja derecha del chico. Los carabinieri se veían incapaces de dar con su paradero y los expertos aconsejaban negociar el pago del rescate con una cantidad razonable.
El multimillonario solo estaba dispuesto a aportar la cifra de 2,2 millones, ya que era la aconsejada por sus asesores económicos, debido a que esa era la cantidad máxima por la que se podría beneficiar en las reducciones fiscales, a la hora de pagar los impuestos anuales.
Finalmente Jean Paul Getty cedió a prestar a su hijo un total de 2,9 millones de dólares, con la condición de que esa cantidad le fuese devuelta en su totalidad, y a la que se le debía sumar el 4% de intereses.
El 15 de diciembre de 1973, tras el pago del rescate, el joven Jean Paul fue liberado por los secuestradores y encontrado con vida al sur de la península italiana. A partir de aquel momento, la vida del muchacho entró en una espiral de drogas, alcohol y extrañas compañías que le llevaron a sufrir una sobredosis que en 1981 le dejó tetrapléjico y prácticamente ciego.
La ruptura con su familia le llevó a no recibir ni un solo centavo de la herencia de su abuelo, quien falleció en 1976. Su padre, siguiendo la estela marcada por el patriarca familiar, se negó a pagar ni una sola de las facturas médicas de su hijo, que ascendían a 20.000 dólares mensuales, pero sí prefiriendo donar alrededor de 150 millones de dólares a eventos culturales. Alegó que con el pago del rescate (que tuvo que devolver) ya le había dado todo lo que le correspondía a su hijo. Tampoco le dejó nada en herencia.
Jean Paul Getty III falleció, tras su larga enfermedad, el 5 de febrero de 2011.