Imaginaos por un momento la siguiente escena: Último cuarto del siglo XIX, hasta Wall Street llegan varias de las personalidades más importantes de la vida política y económica de la ciudad de Nueva York. Van en sus lujosos y suntuosos carruajes y al apearse para entrar en el edificio de la bolsa se topan con una mujer con cara de pocos amigos y vestida con viejas ropas. Todos y cada uno de esos importantes personajes se reverencian frente a ella y le rinden pleitesía, dejando atónitos a los viandantes que por allí transitaban, al ver cómo una mujer con aspecto cercano al de una sin techo era reverenciada por los más insignes hombres de la ciudad.
Evidentemente, no se trataba de ninguna vagabunda sino de Hetty Green, una mujer más temida que apreciada y que controlaba gran parte de las acciones de los grandes negocios que se movían en Wall Street.
Ese descuidado aspecto hizo que, en más de una ocasión, alguna persona que no la conocía le diese una limosna, la cual no devolvía, a pesar de poseer una inmensa fortuna.
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A lo largo de cuatro décadas (entre finales del siglo XIX y principios del XX) Hetty Green fue considerada como la mujer más rica del mundo, a la vez que se había ganado el de ser la más tacaña y avariciosa, debido a que no gastaba ni un centavo de más ni perdonaba ni una sola de las deudas que alguien había contraído con ella a través de su negocio de prestamista.
Muchos eran los importantes empresarios de Nueva York que tenían alguna deuda asumida con la señora Green, por lo que su fama de implacable la llevaba a ser temida por la mayoría de ellos. No le importaba dejar a familias enteras sin su hogar si con ello podía satisfacer el cobro de una deuda.
Este comportamiento la llevo tener como apodo el mote de “la bruja de Wall Street”.
Muchos son los episodios que destacan en su vida por el que la hacían merecedora de tal sobrenombre, aunque quienes más tuvieron que soportar su extrema tacañería fueron los propios miembros de su familia.
Sonado fue en su momento el contrato prematrimonial que hizo firmar al que sería su esposo y por el que no se podría beneficiar de un solo dólar de ella. Pero sus hijos Edward y Sylvia fueron los realmente afectados, ya que a pesar de tener como madre a la mujer más rica del mundo vivieron de una forma totalmente austera y sin un solo capricho.
Hetty Green en lugar de tener una casa en propiedad en la que residir prefería hacerlo en una lúgubre pensión a las afueras de Manhattan. Siempre vestía con las mismas ropas y no se cambiaba de vestido hasta que éste no se caía de viejo. La comida la compraba en economatos y adquiría los productos más baratos, además de que en más de una ocasión había llegado a acudir a comedores sociales, con tal de ahorrarse el gasto que suponía comer.
Incluso en cuestiones de salud fue tremendamente agarrada, no queriendo gastar ni un solo dólar más de lo necesario e incluso negándose a llamar a un médico para que atendiese a alguno de sus hijos.
Esta actitud fue fatal para la salud del pequeño Edward quien tras caer y fracturarse la pierna, su madre no quiso gastar dinero en pagar los servicios de un médico y prefirió curarlo ella misma, con la consecuencia de que la herida gangrenó y al niño se le tuvo que amputar la pierna.
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Siendo ya anciana, Hetty Green requirió de los cuidados y servicios médicos, pero impidió que se contratase a enfermeras o doctor alguno, intentando corregirse ella misma la grave hernia colocándose una tablilla de madera que se la oprimiese y así ahorrarse los 150 dólares que costaba la operación.
Tras sufrir una apoplejía (consecuencia de la cual fallecería en 1916 a la edad de 81 años) su hijo contrató los servicios de una enfermera para que la cuidara, pero la hacía ir vestida de calle y con ropas baratas para hacer creer a su madre de que se trataba de una voluntaria social que acudía gratuitamente.
Tras la muerte de Hetty Green se calcula que la fortuna que tenía ascendía a cerca de doscientos millones de dólares (que actualmente serían alrededor de los dos mil millones de dólares).
Durante los siguientes 20 años de vida que le quedaron, Edward se dedicó a dilapidar la parte de la herencia que recibió, despilfarrándola en juergas, juego y amantes. Mientras, su hermana Sylvia siguió llevando una vida totalmente austera y tras fallecer en 1951 todo el patrimonio familiar fue a parar a la beneficencia, siendo repartido entre 63 organizaciones benéficas.
Hetty Green, “la bruja de Wall Street”, no solo pasaría a la historia por ser la mujer más rica del siglo XIX, sino que llegaría a ser incluida en las primeras ediciones del Libro Guinness de los récords como la mujer más tacaña y avara del planeta.
Fuentes: scandalouswoman / rsparlourtricks