En el Perú rural de finales de la década de 1960 se hizo
inmensamente famosa la historia de un atroz crimen que conmovió a la población.
Una pequeña pastorcilla llamada Francisca
Amélica Chuque (las diferentes fuentes indican que debía tener entre los 9
y los 12 años de edad) fue violada
sexualmente y posteriormente brutalmente asesinada (recibió 27 puñaladas).
Tuvo lugar en la provincia de Cajamarca, situada al norte
del país y junto a la cordillera de los Andes en septiembre de 1966. Esto dio
lugar a que la prensa de la época titulase los artículos con los apelativos de ‘el monstruo de los Andes’ o ‘monstruo de Cajamarca’ cuando se
referían a Udilberto Vásquez, un
campesino que fue arrestado por dicho crimen, confesó ser el autor ante las
autoridades (parece ser que tras haber sido torturado por los agentes de policía
que lo interrogaron) y que finalmente fue ejecutado, el 11 de septiembre de
1970, ante un pelotón de fusilamiento.
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Todo parecía ser un caso muy claro de violación y asesinato
con ensañamiento, pero según han ido pasando las décadas se fueron descubriendo
muchos indicios que señalaban que se cometió una injusticia con Udilberto
Vásquez o al menos así lo quieren creer en los últimos años numerosísimas personas
devotas de este personaje, al que han
canonizado popularmente como ‘santo’ religioso (evidentemente, extraoficialmente)
y a quien han erigido un altar conmemorativo en el lugar donde reposan sus
restos para acudir a rezarle y a pedir milagros relacionados con la salud, la
economía y, sobre todo, la justicia que, según éstos, después les son
concedidos.
Toda una extraña historia que mezcla el fervor popular y
religioso, la leyenda urbana y el conocimiento (e indignación) ante un caso en
el que hay todos los visos de que se cometieron innumerables injusticias e
irregularidades con el señalado como culpable.
Tras la desaparición de la menor y posterior hallazgo del
cuerpo sin vida, el campesino Udilberto Vásquez fue detenido como presunto
culpable. Inicialmente él se declaró inocente e indicó que se encontraba
trabajando en el campo en el momento que se supone que desapareció la niña.
Algunos testimonios indicaron que no lo habían en su lugar de trabajo. Esto
sumado al hallazgo de unos calzoncillos manchados de sangre lo señalaron como
principal sospechoso y fue detenido.
De su defensa se encargó Carlos Alarcón Gálvez, único abogado de oficio en aquella provincia
y que, según recogen las crónicas de la época, no fue especialmente eficiente
en su trabajo. Sobre todo porque el tribunal condenó al acusado a 25 años de
prisión y tras el recurso que realizó el defensor ante la Corte Suprema de Justicia ésta rectificó la sentencia el 1 de
septiembre de 1970, dictaminando que Udilberto debía de ser ejecutado diez días
después.
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Este cambio radical no se produjo porque se encontraran
nuevas pruebas incriminatorias sino que llevaba a la práctica el Decreto Ley Nº 17388, promulgado el 24 de
enero de 1969, por el cual se ponía en vigencia la pena de muerte en Perú
para casos de violación o abuso sexual.
Así fue como, a las 5:30 horas de la mañana del 11 de
septiembre de 1970, Udilberto Vásquez fue ejecutado por un pelotón de
fusilamiento. Según cuentan las crónicas, gritó que era inocente y perdonó a
aquellos que, según él, injustamente acababan con su vida.
Según averiguaciones posteriores, todo parece indicar que Udilberto
Vásquez se autoinculpó de la violación de la pequeña pastorcilla Francisca
Amélica Chuque para salvar a su propio hermano, quien era el verdadero
responsable del atroz asesinato pero que estaba casado y era padre de varios
hijos. Udilberto, desconociendo que sería finalmente ejecutado, prefirió decir
que él era el responsable del crimen y así no dejar desamparada a su cuñada y
sobrinos.
Durante los cuatro años que el campesino estuvo en prisión
se convirtió en un devoto adventista. Sus compañeros de presidio comentaron que
su trato y comportamiento eran exquisitos y de una bondad infinita.
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Todo esto empezó a dibujar a un ser bondadoso y libre de
culpa que había sido injustamente ejecutado, elevándolo a la categoría de un ‘santo
mártir’. Algunas eran las personas que se acercaban hasta el nicho donde fue
enterrado y le dedicaban unas oraciones. Con el tiempo se le fue dejando presentes
y recordatorios y muchos creyentes iban a pedir que le concediera algún milagro
y acabaron trasladando sus restos a una tumba mayor en la que se levantó un
altar donde venerarlo.
Aunque oficialmente la iglesia no lo ha canonizado,
centenares son los peruanos que lo sienten y tratan como tal. Hay incluso quien
se refiere a él como ‘Udibertito el
milagroso’ y el primero de noviembre de cada año (festividad de Todos los
Santos) en aquel cementerio se agolpan numerosísimas personas que van a
rezarle, pedirle que obre un milagro para ellas o un ser querido y para adorarlo
como si de un verdadero santo se tratara.
La figura de Udilberto Vásquez se ha convertido en
controvertida en estas cinco décadas que han pasado. Por un lado hay quienes
están convencidos que fue el responsable de la atroz violación y crimen y por
otro quienes lo veneran y adoran incluso más que a los santos oficiales del
santoral católico.
Fuentes de consulta e imágenes: executedtoday
/ mjoh.blogspot
/ sisbib.unmsm
(pdf) / sinrodeoscajamarca
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