El ‘Periodo
Azuchi-Momoyama’ (1568-1603) es conocido por ser el de la unificación de Japón,
teniendo lugar innumerables batallas y luchas por controlar el país. Oda Nobugana se hizo con el poder hasta
que en el año 1582 fue asesinado, siendo Toyotomi
Hideyoshi (su hombre de confianza) quien vengaría su muerte y lideraría la
nación.
Pero Hideyoshi, temeroso de acabar como su antecesor,
decidió conseguir el apoyo de los budistas,
prometiéndoles que esa sería la única y principal religión en Japón, por lo que
promulgó en 1587 un edicto de expulsión
de los evangelizadores católicos que hubiese en el país.
Muchos fueron los religiosos que decidieron marcharse, ante
las hostilidades y persecución que recibían por parte de los soldados imperiales
de Hideyoshi. Pero también los hubo que quisieron quedarse y seguir con la
labor evangelizadora. En los primeros años, a quienes eran apresados se les
expulsaba del país o recibían alguna sanción (que podía ser de reclusión).
Una década después la persecución de los evangelizadores
católicos se volvió mucho más violenta, ordenándose que aquellos que fuesen
apresados pagarían con sus vidas, como castigo ejemplarizante.
A inicios del año 1597 un grupo de clérigos pertenecientes a
congregaciones franciscanas y jesuitas, provenientes de España y Portugal e
incluso alguno del Nuevo Mundo (territorios del Virreinato español en el
continente americano) fueron localizados junto a ciudadanos japoneses que se
habían acogido a la fe católica.
En total eran 26 personas, entre las que se encontraban tres
niños menores de trece años y que pasaron a la historia como ‘los 26 mártires de Japón’.
Tras ser detenidos se les cortó una oreja y como castigo ejemplarizante
(con el fin de alertar a los católicos que se encontraban ocultos) se les llevó
caminando (a lo largo de todo el frio mes de enero) desde Kioto a Nagasaki,
pasando por todas las poblaciones intermedias y en un recorrido cercano a los
mil kilómetros.
El 5 de febrero de 1597 fueron crucificados en Nagasaki, en
donde los dejaron morir lentamente mientras los soldados iban clavándoles
lanzas en los costados, como modo de imitación al método utilizado quince
siglos atrás con Jesucristo.
La ejemplaridad de cómo se comportaron aquellos 26 mártires
(quienes no renegaron ni un solo instante de sus creencias religiosas) hizo que
se convirtieran en personajes muy venerados por comunidades religiosas de todo
el planeta, que les dedicaron templos y convirtieron aquella fecha en toda una
conmemoración.
En los dos siglos posteriores miles fueron los católicos
perseguidos en Japón, siendo los 26 mártires los más famosos y transcendencia
han tenido en la historia.
El 10 de junio de 1862 los 26 mártires de Japón fueron
canonizados por el papa Pio IX.
Fuente de la imagen: Wikimedia
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