Durante buena parte del siglo XIX uno de los relatos que más
se explicaban a través de la transmisión oral, de padre a hijos, era la curiosa
y heroica hazaña protagonizada por un joven ladrón de veintiún años de edad y
una cortísima carrera delictiva que, un siglo antes, tras ser detenido y
encarcelado logró escapar de la prisión hasta en cuatro ocasiones de los modos
más originales y rocambolescos.
[Te puede interesar
leer: El curioso origen del término
“rocambolesco”]
Se llamaba Jack
Sheppard y en Inglaterra llegó a ser más popular que la propia reina
Victoria, convirtiéndose su nombre en sinónimo de héroe e ídolo del pueblo.
Nació en 1702 en el hoy barrio londinense de Spitalfields (por aquel entonces un
municipio anexo a la capital inglesa) y desde muy temprana edad demostró tener
mucha perspicacia y ser más inteligente que el resto de sus amigos y vecinos.
Pero Jack no delinquió hasta haber cumplido los veinte años.
El hecho de pertenecer a una familia sin recurso hizo que cuando cumplió los
seis años sus padres lo enviaran a una casa de acogida (hospicios particulares
muy de moda en la época) con la intención de que trabajara en una carpintería como
aprendiz y el sueldo semanal lo recibieran directamente sus padres.
Los siguientes años los pasó trabajando (a pesar de su corta
edad) y aprendió rápidamente el oficio de carpintero y tapicero y teniendo
varios patrones, siendo el último de ellos un jefe maltratador que lo explotaba
y seguía empleando como aprendiz, cuando con la experiencia que Jack ya poseía
debía ocupar el puesto de oficial.
Esto influyó en el carácter del muchacho, quien, recién
cumplidos los veintiún años, comenzó a frecuentar tabernas de los bajos fondos de
Londres y a juntarse con ciertos personajes poco recomendables.
Uno de ellos fue Jonathan Wild, el más famoso criminal de la
época, que lideraba una banda de jóvenes rateros que robaban y delinquían para
él.
[Te puede interesar
leer: La adolescente que secuestró el
vuelo 541 de la TWA]
Jack había sido hasta entonces un buen muchacho, responsable
y muy trabajador, pero se había cansado de ser explotado y maltratado, motivo
por el que quiso probar la vida de delincuente donde ganaría más dinero, además
de proporcionarle cierta fama entre las mujeres que lo admirarían, debido a que
no era un joven demasiado agraciado, tartamudeaba, era flacucho y de baja
estatura (163 cm). Sin embargo, como ladronzuelo de la banda de Jonathan Wild se convirtió en el centro
de atención de aquellos que escuchaban sus andanzas cuando las explicaba en la
taberna que frecuentaba.
Se enamoró perdidamente de una joven prostituta conocida
como ‘Edgworth
Bess’ (su nombre
real era Elizabeth Lyon) que
fue quien introdujo a Jack en el sórdido mundo de la delincuencia y le ayudó a
realizar sus primeros robos en su recién estrenada carrera criminal en la
primavera de 1723, con veintiún años recién cumplidos.
Tras cada golpe (que era
básicamente pequeños hurtos a comercios o personas ricas) relataba sus andanzas
en las tabernas que frecuentaba, esto le dio mucha fama y muchos eran los que
querían ser como él, debido a que su inteligencia le hacía planear los robos de
una manera original.
Uno de los actos que le dio
gran fama fue cuando tramó un plan para liberar de la prisión a su amada Edgworth
Bess, quien fue arrestada por prostitución.
Entre el 5 de febrero
de 1723 y el 29 de octubre de 1724 Jack Sheppard fue detenido en cinco
ocasiones, logrando escapar de la cárcel las cuatro primeras veces.
Su habilidad con las herramientas (gracias al oficio de
carpintero que aprendió durante la mayor parte de su vida) lo llevaron a ser un
virtuoso a la hora de abrir cualquier tipo de candado, por lo que fácilmente se
podía deshacer de los grilletes. También ayudó su extrema delgadez, ya que
cabía entre los barrotes de las ventanas. De ese modo se fugó en un par de
ocasiones en las que dejó deslizar una sábana a través del ventanuco y bajó por
ella.
También se fugó disfrazándose de mujer, durante una visita
que recibió en prisión de Edgworth Bess
y una amiga, que le pasaron las ropas y se dedicaron a entretener a los guardias
que lo custodiaban.
[Te puede interesar leer: Los
desmadrados presos de la alegre prisión de Pont-l’Évêque]
Los relatos de las capturas
y fugas de Jack Sheppard se hicieron inmensamente populares. En
cualquier taberna podía escucharse a alguien explicar cuál había sido la última
peripecia del joven ladrón, quien se había convertido en todo un ídolo, hasta
tal punto que el escritor Daniel Defoe (quien
hacía poco había publicado su famosísima novela ‘Robison Crusoe’) se interesó sobre la vida y hazañas de Jack y
comenzó a escribir sobre él.
El 29 de octubre de 1724 Jack fue detenido por quinta y
última vez. En el juicio celebrado la vez anterior se le había condenado a ser
ahorcado pero, ante la popularidad que había alcanzado el joven delincuente, el
juez le ofreció conmutar la pena de muerte por unos cuantos años de prisión si
delataba a sus compinches y daba el nombre de éstos.
Pero Jack se negó a ser un chivato y prefirió que lo
llevaran al cadalso donde el 16 de noviembre de aquel mismo año le esperaría la
horca.
Paralelamente, entre Jack y un grupo de amigos (entre los
que ya se encontraba su admirador Daniel Defoe) planearon una última y
sorprendente fuga: esperar a que fuese ahorcado e inmediatamente después
acceder al cadalso, cortar la soga, recuperar el cuerpo y reavivarlo. Muchas habían
sido las ocasiones en las que otros reos condenados a muerte habían ‘resucitado’
con ese tipo de ayuda.
Todo estaba planeado para acceder al cadáver de Jack tras
ser ahorcado, pero sus socios no contaban con un detalle: la inmensa
popularidad del Jack Sheppard congregaría a miles de personas alrededor del
cadalso y tal y como fue ahorcado para que éste no sufriera una lenta agonía un
grupo de admiradores se acercaron hasta la trampilla y estiraron fuertemente de
sus piernas con la intención de darle una rápida muerte (evidentemente,
creyendo que de esta forma ayudaban).
[Te puede interesar
leer: El hombre al que no pudieron
ahorcar]
El último plan de fuga (y regreso de la muerte) del joven
Jack se convirtió en un fracaso, pero su figura y recuerdo perduró en la
memoria de los ingleses a lo largo de muchísimas décadas. En el recorrido de su
cuerpo sin vida se congregaron alrededor de doscientas mil personas.
Fue tal su popularidad que el propio gobierno tuvo que
prohibir cualquier tipo de publicación en la que se relatase y ensalzase la
figura de Jack Sheppard y durante cuatro décadas se persiguió a aquellos que hablaban
públicamente de este personaje o publicaban sus aventuras.
Pero la transmisión oral de una generación a otra hizo que
el pueblo inglés no se olvidara de este singular personaje, quien durante la
segunda mitad del siglo XIX (más de cien años después de su muerte) era más conocido y popular en Inglaterra que la propia reina Victoria.
Fuentes de consulta e imágenes: historic-uk
/ La Novela de Londres de Paul Tournier / britannica
/ Wikimedia commons
/ john-adcock.blogspot.com