El hombre que se dispuso a acabar con la corrupción política y policial de Nueva York

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Desde hace unos años nos hemos acostumbrado a utilizar la
palabra ‘corrupción’ como un término
de uso diario debido a la gran cantidad de casos que han salpicado la vida política
y económica de nuestro entorno. Esto no es algo nuevo ni exclusivo de nuestro país
y a lo largo de la Historia incalculables han sido los casos de corruptela y
los personajes que se han llenado los bolsillos gracias a las comisiones,
sobornos y cohechos.

A finales del siglo XIX en la ciudad de Nueva York se
destapó uno de los mayores escándalos de corrupción que salpicaba a empresarios,
ilustres políticos de la época e incluso a los propios miembros de la policía y
que se estaba llevando a cabo en pleno corazón de Manhattan.

Charles Henry Parkhurst
se acostumbró a utilizar sus sermones, desde el púlpito de la iglesia
presbiteriana situada en Madison Square
donde ejercía como pastor, para
denunciar la decadencia y degeneración que había sufrido el distrito de Midtown Manhattan y que había pasado
a ser conocido como Tenderloin
(aunque muchos fueron los que acabaron acuñando a aquella zona el mote de ‘el circo de Satán’).

En aquel barrio se había concentrado en los últimos años el
mayor número de locales dedicados al juego ilegal, salas de fiesta, burdeles y
bares donde se daban cita los personajes de la más baja calaña de la ciudad.

Pero la corrupción que allí se estaba llevando a cabo no
solo era a través de oscuras transacciones mercantiles por las que un político
concedía licencias a cambio de una generosa suma y el policía de turno miraba hacia
otro lado tras haber recibido su correspondiente ‘propina’.
El barrio se había degenerado por completo y pocas eran las personas que, a
partir de ciertas horas, se atrevían a pasear por allí sin sentirse en peligro.

Parkhurst, además de predicar como pastor, también presidía
desde 1891 la Sociedad para la Prevención del Delito, un cargo desde el que se había
empeñado en denunciar a todo aquel que estuviese salpicado de corruptela directa o indirectamente.
Pero pronto se dio cuenta que poco se podía hacer desde un atril, por lo que
decidió que había llegado el momento de actuar e infiltrarse en ese sórdido submundo
o, como él describió, ‘bajar a los
infiernos’
.

En marzo de 1892 cambió su elegante traje por unas viejas y
desgastadas ropas, desaliñó su aspecto y se mezcló entre los rateros de poca monta y los que
hasta allí acudían a hacer sus trapicheos.

Asuntos de drogas, alcohol y negocios sucios en los que
estaban implicados influyentes personalidades de la ciudad, pero el hecho que
llegó a ponerle los pelos de punta y helar su sangre fue descubrir en el Golden Rule Pleasure Club (en Greenwich
Village) a unos jovencísimos muchachos (alguno todavía en la pubertad) travestidos
y ejerciendo la prostitución.

Eso fue la gota que colmó el vaso. El pastor decidió ir a
por todas y acabar con toda aquella basura. Era inconcebible para él como podía
haber representantes públicos, políticos y judiciales que mirasen hacia otro
lado y no actuasen ante tal depravación de la sociedad.

Al mismo tiempo que denunciaba todos esos casos, Parkhurst
era objeto de una campaña de desprestigio que se realizó desde algunos periódicos donde lo
tachaban de retrogrado y puritano. Afortunadamente para él, consiguió el apoyo
de algunos políticos honestos y libres de cualquier corrupción que escucharon
sus denuncias y trabajaron para acabar con toda esa degeneración.

Con el nombre de ‘Comité
Lexow’
, la investigación
sobre corrupción policial y política llegó hasta el Senado del Estado de Nueva
York poniéndose al descubierto un gran número de casos de soborno, extorsión,
prostitución, estafas, brutalidad policial e incluso de fraude electoral en los comicios municipales (con intimidación a
algunos votantes).

Todo esto tan solo fue un pequeño primer paso para acabar con parte de la corrupción política y policial de
Nueva York, que todavía estaría presente, en muchos aspectos, en la ciudad a lo
largo de medio siglo más.