La Asociación
Estadounidense de Bibliotecas, conocida como ‘ALA’ (acrónimo en inglés de ‘American
Library Association’) tuvo un papel fundamental tras la entrada de EEUU en
la Primer Guerra Mundial, realizando una recaudación masiva de fondos (cinco
millones de dólares) con los que adquirieron alrededor de diez millones de libros que se distribuyeron por todos los frentes y
campamentos en los que había soldados norteamericanos.
El ‘Servicio de bibliotecas
de la guerra’ (Library War Service) lo constituía un buen número de
bibliotecarios profesionales a los que
se le unieron varios cientos de voluntarios (la inmensa mayoría mujeres)
provenientes de diferentes instituciones benéficas, religiosas e incluso de la Cruz
Roja y otras asociaciones sociales.
Su labor era la de proporcionar
a los militares libros con los que entretenerse, enriquecerse culturalmente
y, sobre todo, subir su moral a través de la lectura.
Muchas eran las horas muertas que los soldados debían pasar
en los campamentos o trincheras, siendo esos momentos muy agobiantes para la
mayoría de ellos, quienes ocupaban esos ratos en pensar y darle vueltas a la
cabeza, acabando estos agobiados por la situación y con el ánimo por los suelos.
El proporcionarles alguna tipo de lectura les mantendría con la mente
entretenida (evitando los pensamientos circulares que tanto les angustiaban), además
de hacerles pasar mucho más deprisa el tiempo y hacer que un gran número de
soldados se habituasen a leer, algo que muchos no realizaban normalmente en sus
vidas como civiles.
Otro de los factores importantes de tener a la tropa entretenida
leyendo libros en sus horas muertas era para evitar que se pasaran aquellos
ratos bebiendo y que esa afición quedase exclusivamente para los momentos en los que tuvieran algún permiso y
no estando en el campamento.
A lo largo y ancho de los Estados Unidos, la ALA realizó varias
campañas públicas para recaudar fondos con los que adquirir suficientes libros y
construir bibliotecas itinerantes. Pero
no solo se recaudó dinero, también fue muy importante la generosa aportación de
ciudadanos particulares, editoriales, librerías y otras bibliotecas del país
para recopilar un gran número de ejemplares de todo tipo de temática, aunque la mayoría de los volúmenes eran novelas,
cuyas temáticas eran mayoritariamente de aventuras y misterio, pero no
faltaban manuales técnicos (sobre todo
de ingeniería militar) que ayudaban a los lectores a conocer mucho mejor
todo el armamento e infraestructura que se estaba utilizando en la guerra y que
una vez terminase el conflicto bélico serviría como base de conocimiento de
futuros profesionales.
Dotaron de numerosos ejemplares a los diferentes barcos de
la Armada estadounidense, así como la construcción de 36 bibliotecas repartidas
en los diferentes campamentos de entrenamiento y bases militares. También se
instalaron algunas salas de lectura en hospitales de campaña, además de
exportar varios miles de ejemplares a Europa (mayoritariamente en los
campamentos del frente francés).
El propósito de los responsables de la ALA, a través del Servicio
de bibliotecas de la guerra, era que allí
donde se encontrara algún soldado estadounidense también hubiese libros,
con el fin de proporcionarle entretenimiento y cultura, siendo la lectura el
mejor método para mantenerles la moral alta y levantarles el ánimo.
Todas las personas al cargo de este servicio de bibliotecas
de la guerra iban uniformados, llevando un parche que los identificaba como
miembros de la ALA.
Fuentes de
consulta e imágenes: World Digital Library / American Library Association / Library Notes / Exile Bibliophile / Library
History Buff / American
Libraries Magazine /
Wikimedia commons
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