El científico que, gracias a los piojos, engañó a los nazis y logró salvar la vida a cientos de judíos polacos

Varios son los posts que he publicado en el Cuaderno de Historias en
el que he relatado curiosos episodios sobre cómo se las ingeniaban algunas
personas para poder salvar su vida (y el de otras muchas) de morir a manos de
los genocidas nazis durante el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial.

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En esta ocasión os traigo la anécdota sobre cómo el
científico polaco Rudolf Weigl logro
salvar la vida a cientos de compatriotas judíos
, tras la entrada de los
alemanes en el país, al mismo tiempo que mantuvo engañados a los nazis y todo
ello lo hizo con la ayuda de cientos de piejos.

Rudolf Weigl era
un reputado investigador que, en la década de 1930, desarrolló una efectiva vacuna contra el tifus epidémico.
Gran parte de su trabajo se basaba en las investigaciones realizadas en 1909 por
Charles Nicolle en el Instituto Pasteur de París.

Tras la invasión alemana de Polonia, Weigl se encontraba
trabajando en dicha vacuna en el instituto que llevaba su mismo nombre en la
población de Lwów (actualmente
llamada Lviv y perteneciente a Ucrania desde tras finalizar la IIGM).

Si había algo que respetaban los nazis eran las
investigaciones médicas y el hecho de que Rudolf Weigl hubiese desarrollado
dicha vacuna (la cual debía mejorar y crear millones de dosis) hizo que los
jerarcas del Tercer Reich decidieran dejarle trabajar a sus anchas,
facilitándole todo lo que precisase.

El tifus se había
convertido en una enfermedad epidémica que temían que pudiese afectar a los
soldados y población alemana, de ahí que le permitieran trabajar cómodamente en
su laboratorio e incluso que dispusiera de su propio radiotransmisor (algo prohibidísimo
y perseguido).

El doctor Weigl rápidamente se dio cuenta que muchos de sus
compatriotas polacos estaban siendo encerrados en guetos o llevados a campos de
concentración (donde la mayoría eran aniquilados).

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Por tal motivo ideó un plan para poder salvar el máximo de
vidas, ya no solo con sus vacunas sino reclutando el mayor número posible de
voluntarios que se sometiesen a las picaduras de piojos.

Como bien se sabe, una de las mayores transmisiones de la
enfermedad del tifus es a través de los piojos, pero no por su picadura en si
sino que son sus heces las que están contaminadas y se transmite/infecta en el
momento que alguien se rasca y mezcla ese deshecho orgánico del insecto
anopluro con la sangre.

Para ello realizó unas pequeñas cajas (que tenían un pequeño
orificio en el reverso) en las que se colocaba un piojo en cada una y que se
ataban varias en las extremidades de los voluntarios con unas correas. Los
insectos cuando ‘tenían hambre’
picaban a su alimentador y éstos, por mucho que le doliese dicha picadura no
podían rascarse, por lo que no contraían el tifus.

Weigl necesitaba tener miles de pulgas bien alimentadas de sangre
de personas sanas para después crear todas las dosis necesarias para las vacunas contra el tifus.

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Así fue como muchos de sus amigos y colegas se colocaron a
trabajar como voluntarios alimentadores de piojos. Solo tenían que prestar el
servicio unas pocas horas al día y el resto del tiempo volvían a los guetos en los
que se les obligaba vivir. A través de ellos el científico pudo hacer llegar miles
de dosis de la vacuna a personas en serio riesgo de morir de tifus (debido a la
gran cantidad de piojos que había en esos lugares).

Como nota anecdótica, cabe destacar que uno de los
voluntarios que se dedicaron a alimentar los piojos del laboratorio de Rudolf
Weigl fue el célebre matemático Stefan Banach
quien iba a ser apresado por los alemanes pero que logró salvar su vida gracias
a que el científico lo contrató en su instituto. Banach logró sobrevivir a los
nazis pero lamentablemente  falleció tras
finalizar la IIGM a causa de un cáncer de pulmón.

Fuente de consulta e imagen: lwow.home.pl / xatakaciencia
/ yadvashem
/ lwow.com.pl