Domingo Badía nació
en Barcelona, el 1 de abril de 1767, en el seno de una reputada familia cuyo
padre era un alto funcionario de la tesorería del reino; empleo que los llevó a
trasladarse a la provincia de Almería (concretamente a la población de Vera)
cuando contaba con once años de edad y en donde empezó a conocer y a enamorarse
de la cultura andalusí y el pasado musulmán
de la región.
Un par de décadas después, tras haber contraído matrimonio,
Domingo se trasladó a vivir a Córdoba por cuestiones laborales (consiguió un
empleo como administrador de rentas de tabaco) y allí acabó sumergido
totalmente en el ambiente andalusí y la rica historia del al-Ándalus.
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Leyó libros, estudió la cultura, lengua e historia y se
marcó como propósito el realizar un viaje por varios países islámicos con intención
de seguir aprendiendo, pero para ello necesitaba financiación y precisamente en
esa época de su vida no estaba atravesando un buen momento económico al
arruinarse tras haber invertido su capital en un negocio fallido de globos
aerostáticos.
Su falta de recursos lo llevó a trasladarse en 1793 hasta la
Corte donde se puso al servicio del recién nombrado Secretario de Estado (Primer
Ministro) Manuel de Godoy, un astuto
personaje que con los años vio en Domingo Badía al alguien perfecto para llevar
a cabo los planes que tenía el rey Carlos
IV en tener bajo control Marruecos del autoproclamado sultán Mulay Sulaymán.
Domingo había solicitado al Estado financiación para su expedición
y el Válido del rey había accedido a subvencionar el viaje a condición de que
realizara tareas de espionaje para España, lograra entrar en el círculo más
íntimo de Sulaymán y organizase una sublevación desde dentro de Marruecos para arrebatarle
el poder al sultán.
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Una vez conseguido el dinero necesario para la expedición,
Domingo Badía decidió crear un ‘alter ego’ y para ello viajó hasta Londres
donde recabó más información sobre los lugares de destino, costumbres, compró
todo lo necesario (ropas, instrumentos científicos…) e incluso acudió a un
cirujano para que lo circuncidara y no dejar suelto ni un solo detalle.
Su nueva identidad, a partir de aquel momento, sería la de ‘Alí Bey el-Abbassí’, descendiente de
una adinerada y poderosa familia siria musulmana y con vínculos heráldicos con
el califato abasí (por lo que sus antepasados estuvieron emparentados con Mahoma) y que había cursado estudios superiores
en Europa, con un gran interés por la ciencia.
Con ese espectacular currículo estaba seguro que se le
abrirían todas las puertas, además de llevar una importantísima y generosa dotación
económica que le había cedido el rey de España y documentación –falsificada,
evidentemente- sobre sus antepasados.
Alí Bey llegó a
Marruecos en 1803 y no tardó en introducirse en los círculos más íntimos de Mulay
Sulaymán, quien lo recibió y atendió como a un auténtico príncipe. Se ganó la
confianza de éste y al mismo tiempo fue recabando información que iba enviando
a Manuel de Godoy, quien trazaba el plan desde España para apoyar militarmente
la sublevación.
Mientras tanto, Domingo (bajo la personalidad de Alí Bey) entró
en contacto con los opositores del sultán y encontró en Sidi Hescham (en algunos lugares nombrado como Sidi Hasim) al candidato perfecto para encabezar la sublevación,
poniendo a disposición de éste un contingente de diez mil soldados que permanecían
a la espera en Ceuta, además de varias embarcaciones militares que saldrían
desde puertos españoles.
Pero en el momento en el que debía ponerse en marcha todo el
operativo (julio de 1804) llegó la orden de Manuel de Godoy paralizando el plan
por decisión de Carlos IV. Tras dicha decisión por parte del Estado español y
ante la posibilidad de ser descubierto por el entorno del sultán Sulaymán, Alií Bey decidió iniciar el viaje expedicionario
que lo había llevado hasta allí un año antes y que tanto deseaba realizar.
Partió de viaje hacia La Meca en mayo de 1805 y de hecho se
convirtió en el primer europeo en acceder a aquel sagrado lugar. Recogió
muchísima información sobre todos los lugares visitados que años después
servirían para publicar libros relacionados con su apasionante viaje y que
irían acompañados de ilustraciones realizadas por él mismo.
Regresó a Europa en 1808 y se encontró que Carlos IV había abdicado,
Godoy destituido (y detenido) y en España estaba reinando el francés José I, hermano de Napoleón Bonaparte. Ante estas nuevas circunstancias Domingo Badía
se presentó ante el nuevo rey quien supo apreciar los servicios prestados a la
anterior corona.
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El gran conocimiento sobre el Islam que mostró Badía hizo
que se ganara la confianza y amistad de los Bonaparte (sobre todo de José I)
quienes destacaban por ser hombres ilustrados e interesados en la cultura e
Historia.
Esto llevó a que Domingo Badía fuese nombrado alcalde de
Córdoba en 1810, introduciendo grandes cambios en la ciudad (entre ellos la construcción
de tres nuevos cementerios, llevó el cultivo del
algodón, la remolacha y patata o trazó el primer plano urbanístico de la
capital). A pesar del gran trabajo desarrollado como edil tan solo duró en el
cargo poco más de un año, aunque a partir de 1811 estuvo muy bien situado en la
órbita de Bonaparte, algo que sirvió para ser acusado de afrancesado y tuviera
que huir de España en 1813 cuando José Bonaparte abandonó el trono y se exilió
en su Francia natal.
Cinco años después, Badía
decidió realizar un nuevo viaje al Islam, dirigiéndose hasta Damasco bajo la
nueva identidad de ‘Alí-Othman’.
Pero su pasado ya era ampliamente conocido (se había publicado un libro que
tuvo gran difusión), por lo que fue identificado por espías al servicio del
Reino Unido (gran enemigo de Francia en aquellos momentos) y acabaron con su
vida envenenándolo.
Así es como acabó la vida de
uno de los más apasionantes (y apasionados) aventureros españoles del siglo
XIX.
Fuente de la imagen: Wikimedia commons
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