El Salvador y Honduras comparten alrededor de 400 kilómetros
de frontera, la cual ha sido frecuentemente transitada por ciudadanos de ambas
naciones que han ido cruzando de un lado al otro, la mayoría de ocasiones por
cuestiones de trabajo, siendo los de nacionalidad salvadoreña quienes por
volumen más población aportó al país vecino.
Durante la primera mitad del siglo XX, cientos de miles fueron los salvadoreños que cruzaron la frontera
hondureña en busca de nuevas oportunidades laborales. La precaria economía
de ese pequeño país provocaba que sus habitantes saliesen en busca de trabajo
(mayoritariamente como jornaleros). Una situación de desesperación que era
aprovechada por los terratenientes y empresarios de Honduras para explotarlos
como mano de obra barata.
Los salvadoreños (llamados frecuentemente ‘guanacos’) solían realizar los peores trabajos y, además, con unas remuneraciones muy por debajo de lo que
estipulaba la ley laboral hondureña.
Esto causaba una gran molestia a los trabajadores de
Honduras, que veían como sus vecinos guanacos provocaban, al trabajar por míseros jornales, que los
patrones no quisieran contratar mano de obra hondureña.
Hacia finales de la década de 1960 la tensión que se vivía
en muchas poblaciones de Honduras llevaba a que fuesen continuas las peleas y linchamientos por parte de los autóctonos
hacia los trabajadores del país vecino.
Numerosas eran las campañas de desprestigio hacia los
guanacos, colgándose carteles y artículos en la prensa donde se les insultaba e
instaba a marcharse del país.
Durante mucho tiempo, las
autoridades de ambas naciones, bajo regímenes militares, miraron hacia otro
lado, dejando tales conflictos en manos de los propios ciudadanos. Pero en
1969 la tensión llegó a un alto grado tras la reforma agraria llevada a cabo
por el gobierno hondureño que perjudicaba gravemente los intereses de los
pequeños jornaleros y campesinos salvadoreños (expropiándoles tierras y
hogares) y beneficiando descaradamente los terratenientes y grandes
corporaciones empresariales que los explotaban.
Al mismo tiempo, entró en escena una organización paramilitar denominada ‘La Mancha Brava’ que se
encargó de cometer varios asesinatos de salvadoreños, en un llamamiento que
hacían para exterminar a los guanacos.
Fue entonces cuando los gobernantes salvadoreños decidieron tomar
cartas en el asunto y romper las relaciones diplomáticas con Honduras.
La casualidad hizo que en aquellos mismos meses se estuviera
disputando la fase de clasificación para
el Mundial de Fútbol que se disputaría en México en 1970, quedando emparejadas
en una de las eliminatorias las selecciones de El Salvador y Honduras.
Por aquel tiempo, el número de goles marcados en un
encuentro no se contaban para pasar una clasificación, sino que, en caso de
ganar cada uno un partido (fuese con el resultado que fuera), se disputaba un
tercer encuentro en terreno neutral. Cada una de las selecciones salvadoreña y
hondureña ganaron su respectivos partidos en casa (1-0 en encuentro de Honduras
y 3-0 en el de El Salvador), por lo que se desempató en México, jugándose el
partido el 26 de junio de 1969 y ganando los salvadoreños 3 goles a 2.
La crisis diplomática y ciudadana entre El Salvador y
Honduras estaba en aquel momento en su momento más álgido y el triunfo salvadoreño
provocó que se produjeran altercados contra estos y el asesinato un
considerable número de asesinados guanacos por parte de los miembros de La
Mancha Brava bajo el grito de ‘Hondureño,
toma un leño y mata a un salvadoreño’.
El 14 de julio, dieciocho días después de disputarse el mencionado
encuentro de clasificación para el Mundial de México, el gobierno de El
Salvador decidió declarar la guerra a sus vecinos hondureños, invadiendo el país
y realizando ataques aéreos.
Tan solo duró cuatro días y se le bautizó como ‘la Guerra de las cien horas’, pero
gran parte de la prensa prefirió denominarla como ‘la Guerra del fútbol’ (aún hay quien se refiere a la misma de ese
modo) debido a que, a pesar de que el conflicto bélico giró alrededor del
asesinato de numerosos ciudadanos salvadoreños, muchos fueron los hondureños
que quisieron ver en aquella guerra la excusa perfecta para vengar la afrenta
que les supuso haber perdido la clasificación del mundial frente a El Salvador.
Tras cuatro días de guerra, el 17 de julio los ataques
cesaron y se abrió una tregua (aunque no se firmó el tratado de paz entre ambos
países hasta el 30 de octubre de 1980, once años después).
Varios cientos de miles de salvadoreños fueron despojados de
sus hogares y pertenencias en Honduras y se les expulsó del país, algo que
provocó una grave crisis económica a El Salvador, debido a que se les tuvo que
acoger y dar un lugar donde vivir. Una situación que, una década después, fue
el detonante para que estallara la Guerra
Civil salvadoreña a lo largo de doce años y tres meses (1979-1992), dejando
un saldo de alrededor de 75.000 víctimas mortales, la mayoría población civil.
Fuentes de consulta e imagen: laprensagrafica
/ as
/ lavanguardia
/ danielrucks
/ Wikimedia
commons
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