Sabido es que los Estados
Unidos de América son una república
federal y con un régimen político basado en la democracia presidencialista. Está formada por una cincuentena de
Estados que, a lo largo de los últimos dos siglos, se han ido incorporando,
desde que se firmó la Declaración de
Independencia, el 4 de julio de 1776, que desvinculaba a las Trece Colonias del dominio británico.
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Tanto en la firma del mencionado documento de independencia
como en la Constitución, ratificada
el 21 de junio de 1788, se explicitaba el carácter republicano de la nueva
nación, que pasaba de ser denominada como Trece
Colonias de Nueva Inglaterra a Estados Unidos de América.
Durante las muchísimas reuniones que mantuvieron los
llamados ‘Padres de la Nación’ se
discutió largo y tendido sobre cómo querían que fuese la nueva nación que
estaban diseñando. Tenían la posibilidad de hacerlo todo partiendo desde cero y
pudiendo elegir, para cada caso, cuál era la mejor opción: cómo elegir la fecha
en la que debían tener lugar las elecciones, qué plazo habría para la toma de
posesión de un nuevo presidente, cómo serían las cámaras que los
representarían, cómo se dividiría los poderes legislativo, ejecutivo y
judicial, en qué forma se debía limitar el poder del presidente y cómo serían
los niveles de gobierno estatal, federal y local.
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Miles de horas de discusión y debate para conseguir uno de
los países con un nivel de democracia más sólidas y seguras del planeta. Pero
desde un principio la inmensa mayoría de los participantes en todas aquellas
reuniones tenían clara una cosa: la
nueva nación debía ser una república.
Curiosamente en aquellos momentos todos los ejemplos de gobierno
conocidos por los americanos eran las distintas monarquías europeas y, en
especial las británica, holandesa, francesa, portuguesa y española, tan
presentes en el continente. Así que los más eruditos quisieron tomar como referencia el modelo de
democracia que tuvieron en la Antigua Grecia (la primera de la Historia,
según los expertos).
Tan solo unos pocos veían factible el copiar el modelo político del Gran Bretaña (bajo
el que se habían regido durante los últimos 170 años como colonia) y contemplar
la posibilidad de instaurar una
monarquía, partiendo de cero y en la que el cargo de rey no fuese heredado
genealógicamente sino escogido democráticamente por sufragio.
Pero esta propuesta duró tan solo un suspiro, debido a que
muchas de las cosas y necesidades políticas que se planteaban se podían
solventar fácilmente teniendo una república
federal y con un presidente escogido
a través de las urnas y al que se le podría delimitar cuáles eran sus
funciones y poder.
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Debían y querían huir del modelo de Estado autoritario que
una monarquía, como la británica, en aquellos momentos representaba. Los
diferentes monarcas ingleses (Jacobo I, Carlos I, Carlos II, Jacobo II,
Guillermo III, Ana Estuardo, Jorge I, Jorge II y Jorge III) bajo los que fueron
sus súbditos como colonia, a lo largo de 170 años, habían reinado de forma arbitraria, déspota y caprichosa y, con
frecuencia, injusta y cruelmente.
Esto último fue el caso de Jorge III, el último rey bajo el
que estuvieron sometidos. Partieron de la premisa de que cualquier modelo de Estado democrático podría ser
válido siempre y cuando estuviese en las
antípodas del régimen monárquico de Gran Bretaña.
En el periodo que va entre la Declaración de Independencia
de 1776 y la ratificación de la Constitución de los Estados Unidos de América de
1788, catorce fueron los presidentes del Segundo
Congreso Continental (el órgano que legisló la nación durante todos
aquellos años) que precedieron a George Washington (elegido democráticamente en
las primeras elecciones celebradas en
EEUU entre el 15 de diciembre de 1788 y 10 de enero de 1789).
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Como dato anecdótico, cabe destacar que en mayo de 1782 (un
año antes de finalizar la Guerra de independencia), George Washington, por aquel entonces Comandante en Jefe del Ejército Continental, se estuvo carteando
con Lewis Nicola, un experimentado
militar al frente del Cuerpo de Inválidos (un regimiento de ocho compañías
compuesto de soldados y oficiales veteranos que padecían algún tipo de
discapacidad a consecuencia de la guerra pero que todavía eran válidos para
luchar en ella).
Lewis Nicola escribió a Washington para exponerle el
problema que se estaba atravesando por el que sus hombres no habían percibido
su sueldo como soldados desde hacía varios meses (incluso había algún caso que
llevaba sin cobrar un par de años). Responsabilizaba de ello al Segundo
Congreso Continental (el órgano legislador en aquellos momentos) y sugería al Comandante
en Jefe que una de las soluciones para arreglar todo aquello era convertir la nación en una monarquía,
en la que la autoridad y mano dura de un rey podría solventar cualquier
dificultad política y económica que la república no era capaz de solucionar.
Dejaba entrever que el más cualificado para ser escogido
como rey de los Estados Unidos sería el propio George Washington. Éste, que
aspiraba a gobernar la nueva nación algún día (y que no haría hasta diecisiete
años después, desde 1789 hasta 1797), a pesar de tener una gran soberbia y un
enorme ego sabía que para alcanzar su fin debía hacerlo desde la humildad y
dando los correspondientes pasos, sin que nadie pudiese acusarlo de exceso de
protagonismo y viera en él un posible dictador o gobernante autoritario (como
eran, por aquel entonces, los monarcas). Pero también deseaba huir de la
equivocada idea que tenían algunos sobre él, a quien lo veían como un ‘Cromwell americano’ (en relación a Oliver Cromwell, quien lideró Inglaterra
como república entre 1653 y 1658 y acabó convirtiéndose en un tirano para gran
parte de los ingleses).
Por tal motivo, George Washington hizo entender a Lewis Nicola
(a través de sus cartas de respuesta) que la mejor opción de gobierno para la
nueva nación era la de ser una república democrática y presidencialista y debía
descartarse por completo la posibilidad
de convertirse en una monarquía.
Fuentes de
consulta e imagen: howstuffworks
/ founders
(1) / founders
(2) / founders
(3) / bbc
/ Wikimedia
commons /
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