Durante un largo periodo de nuestra Historia el llevar sombrero se convirtió en toda una
convención social y una serie de normas y protocolos marcaban cómo tenían
que ser y de qué tipo de material debían de estar fabricados.
Todas las clases sociales, ya fueran aristócratas como
jornaleros, debían llevar sus cabezas tocadas con algún tipo de sombrero. Evidentemente
cada clase social tenía explícitamente los suyos, además de existir una serie
de estrictas normas sociales que delimitaban
el uso a según qué lugares y las fechas en las que se debía usar uno u otro
sobrero.
En las últimas décadas del siglo XIX en los Estados Unidos
se fijaron unos criterios por el cual a los hombres se les permitía usar sombrero de paja (los comúnmente conocidos
como ‘canotiers’) única y
exclusivamente durante la considerada como época estival: entre el 15 de mayo y
el 15 de septiembre, una vez superada esta fecha deberían volver a usar el
típico sombrero de fieltro (en el caso de las clases más acomodaras) y las
típicas gorrillas o boinas (a los trabajadores).
Pasada la fecha del 15 de septiembre aquel que seguía llevando
un canotier era objeto de burla e incluso se veía con buenos ojos que otra
persona se lo quitara de la cabeza y pisotease. Esto sirvió para que se dieran
muchas situaciones curiosas, ya que eran muchos los jóvenes con ganas de pelea
que se dedicaban a buscar despistados que seguían llevando el sombrero de paja
pasada la fecha límite para así poder meterse con él e incluso agredirle.
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Esta norma social se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX,
pero hay una curiosa anécdota que tuvo lugar en 1922 y que ha pasado a la
Historia como ‘los disturbios del sombrero de paja’.
Ese año, dos días antes de que llegase la fecha límite para llevar
sombrero de paja, varios miembros de bandas
callejeras de Nueva York decidieron saltarse la norma y el 13 de septiembre
comenzaron a meterse con un grupo de obreros que acudían a trabajar a las
fábricas situadas en el barrio Mulberry Bend de
Manhattan (donde actualmente se encuentra Chinatown).
Los camorristas comenzaron a quitarles los sombreros y
pisotearlos. Como es de esperar, los trabajadores agredidos se defendieron y se
inició una batalla campal a la que se fue sumando cada vez más gente (ya
fuera de un bando u otro).
La policía intentó poner orden y arrestó a unos cuantos de
los jóvenes que iniciaron los disturbios. Pasaron pocas horas en comisaría ya
que el juez de turno encontró que lo que habían hecho no era un delito tan
grave como para encerrarlos en la prisión, así que les impuso unas multas a la
mayoría de ellos y a unos pocos les obligó a realizar unas cuantas horas de
servicio a la comunidad.
Una vez en la calle, estos jóvenes camorristas, en lugar de
no volver a meterse en follones, decidieron seguir agrediendo a todo aquel que
llevase un sombrero de paja (aunque aún no fuese el plazo para quitárselo).
Esta vez fueron mucho más agresivos e incluso había quien iba provisto de un palo
(algunos de ellos con un clavo en la punta para causar más daños).
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A lo largo de una semana los disturbios y peleas callejeras,
entre los jóvenes delincuentes y aquellos agredidos por llevar un canotier, se
extendió por varios barrios de Nueva York y tuvo en vilo a las autoridades de
la ciudad.
El desenfreno con el que los camorristas se peleaban hizo
que desde los periódicos se hiciera un llamamiento a los progenitores de éstos
para que acudiesen en busca de sus hijos y ayudasen a acabar con aquellos
absurdos disturbios.
El 21 de septiembre finalmente la policía sí que pudo
controlar totalmente la situación, volvieron a arrestar a los principales
responsables y esta vez algunos de ellos fueron a parar durante un tiempo a la
prisión.
Se calcula que los jóvenes que participaron en estos
altercados superaban el millar, siendo la mayoría de ellos menores de quince
años (edad límite para ir a la cárcel).
Fuentes de consulta: mentalfloss
/ chroniclingamerica
/ thehistorybox
/ simonandmary
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