Durante la última década del siglo XIX varias de las grandes potencias europeas de la época
(Gran Bretaña, Francia, Alemania, Países Bajos, Portugal, Bélgica e Italia) se repartieron el continente africano como
si de una tarta se tratara (a España y otras naciones a las que se
consideraba de menor relevancia también les toco un trocito del pastel, aunque más
pequeño).
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Fue a raíz de la cumbre que tuvo lugar en la capital de del
Imperio alemán, entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, se
decidió en la Conferencia de Berlín
que parte de África se quedaba cada
uno, haciendo varias excepciones: se respetaría la República de Liberia, en la costa occidental del continente, que era una colonia creada por los Estados Unidos
a inicios de las década de 1820 y poblada por antiguos esclavos liberados y Etiopía
(en la costa oriental).
Pero en este reparto hubo una importante nación a la que no le correspondió ningún terreno: la Rusia Imperial del zar Alejandro III.
Ante el ninguneo sufrido, el emperador ruso dispuso todo
para que un grupo de cosacos viajasen hasta el continente africano y crearan,
inicialmente, una pequeña colonia con la esperanza de ir ganando terreno a
otras naciones y finalmente llevarse el trozo de tarta africana que, creía, que
les correspondía.
Al frente de la expedición de colonos pusieron al aventurero
cosaco Nikolay Ivanovitch Achinov,
quien se dirigió hacia el continente africano en a finales de 1888 y dirigiendo
a un grupo de 175 personas que estaba principalmente compuesto por hombres de
diversos oficios (algunos de ellos con su esposa e hijos), aunque
principalmente eran militares, ingenieros y algunos religiosos.
El lugar idóneo para establecer la nueva colonia rusa era en
la costa oriental del continente, justo donde se dividía el Imperio de Abisinia (Etiopía) y Yibuti. El emperador etíope (Yohannes IV) autorizó la presencia de
los rusos, ya que intuyó que le sería de gran utilidad el tener unas buenas
relaciones con estos de cara al enfrentamiento etíope con italianos, otomanos y
sudaneses. Estaba convencido de que, en caso de necesidad, el zar
Pero en este reparto hubo una importante nación a la que no le correspondió ningún terreno: la Rusia Imperial del zar Alejandro III.
enviaría a su ejército a echarle una mano.
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Sagallo era la
ubicación en la que a partir de mediados de enero de 1889 se instalaron los
nuevos colonos y en donde levantarían ‘Nueva
Moscú’, la colonia en África tan
ansiada por el emperador ruso.
Pero esto no fue del agrado de los franceses quienes ya
andaban por la zona desde hacía un lustro y quienes deseaban para el imperio
galo toda aquella zona, por lo que se iniciaron una serie de hostilidades hacia
los nuevos vecinos.
Nueva Moscú, no pudo llegar a levantarse en suelo africano y
las aspiraciones rusas se fueron al traste ante el acoso francés. Tan solo un
mes y medio duraron los colonos rusos allí antes de rendirse el 4 de marzo ante
el acoso francés, que había dispuesto una serie de barcos frente a la costa y
había lanzado varios cañonazos, saldándose el ataque con ocho muertos y cinco
heridos.
Ese 4 de marzo llegaba la orden desde la capital del imperio
Ruso de abandonar la colonia. Fue un duro golpe para Nikolay Ivanovitch Achinov
y sus colonos, quienes esperaban haber recibido ayuda del gobierno imperial.
Pero esta traición del zar hacia sus compatriotas se debía a
un trato firmado con varios banqueros franceses, puesto que éstos le concedían
un ventajoso crédito a Rusia (en plena crisis económica) a cabio de que los
rusos se olvidaran de su ‘sueño africano’.
Alejandro III aceptó las condiciones e incluso ordenó a la prensa
que obviaran por completo todas las noticias relacionadas con el fracaso de
Nueva Moscú y el ataque francés a la colonia.
Fuentes de consulta e imágenes: mitchtestone
/ rferl.org
/ jstor
/ towardsthegreatocean
/ Wikimedia
commons
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