En septiembre de 1923,
el militar del Ejército español y Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera encabezó un golpe de
estado contra el gobierno legítimo del país, instaurando una dictadura que
lideró a lo largo de los siguientes siete años, gracias al beneplácito y connivencia del rey Alfonso XIII.
Primo de Rivera tenía fama de ser un hombre estricto, de fuertes
convicciones católicas y profundo
admirador del fascismo de Benito Mussolini (y su famosa ‘Marcha sobre Roma’ que lo llevó al
poder) que lo inspiraron para fundar el partido ultraconservador ‘Unión Patriótica’, con el que quería
liderar una España similar a la de su homólogo italiano.
Todo ese ramillete de supuestas virtudes tradicionalistas,
rectitud y pulcro comportamiento no eran más que pura fachada, debido a que en
su vida privada, Primo de Rivera era un
hombre dado a algunos excesos, sobre todo en lo que respectaba a su afición hacía mujeres dedicadas al espectáculo
del cabaret, como era el caso de la famosa cantante y actriz Raquel Meller (en aquellos momentos la
artista española más famosa e internacional).
El dictador Primo de Rivera había enviudado en 1908, tras
permanecer seis años casado con la joven aristócrata Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín y con la que tuvo
media docena de hijos (entre ellos José
Antonio, primogénito de la pareja y fundador de Falange española en 1933). También
se le adjudicaron algunos romances ‘formales’, siendo el más destacado el que
mantuvo con Mercedes (Nini) Castellanos
y Mendiville (perteneciente a una distinguida y noble familia), con quien
llegó a prometerse tras siete años de noviazgo, pero rompió la relación unos
meses antes de contraer matrimonio (y tras anunciarse en exclusiva en la prensa
de la época).
Primo de Rivera era más bien dado a visitar cabarets
nocturnos, tablaos flamencos y todo tipo de antros donde la juerga estaba
garantizada. En uno de esos lugares conoció a ‘La Caoba’, famosa prostituta andaluza (además de toxicómana y traficante
de drogas) que era llamada de ese modo debido al color tostado de su piel y por
la que se encaprichó perdidamente, hasta tal punto que el dictador protagonizó un
escandaloso y vergonzoso episodio.
A inicios de 1924 (la dictadura de Primo de rivera apenas llevaba
en marcha cuatro meses) se destapó un turbio
asunto de tráfico de drogas (cocaína y morfina, básicamente) y la extorsión
que estaba padeciendo un importante empresario teatral de Madrid, quien había
caído en las garras de la tal Caoba, provechando esta para chantajearlo con el
fin de que no hiciera pública su adicción hacía ciertos estupefacientes.
El mencionado empresario puso en conocimiento de las
autoridades el chantaje al que lo estaba sometiendo la prostituta y traficante,
siendo detenida y puesta a disposición judicial.
El titular del juzgado, José
Prendes Pando y Díaz Laviada, tras mandarla al calabozo recibió presiones
por parte del mismísimo Miguel Primo de
Rivera, quien le pidió dejar en libertad sin cargos a la arrestada. El juez
hizo caso omiso a la petición del dictador, recibiendo una nota por escrito de
éste, esa vez en un tono autoritario. El magistrado volvió a negarse e incluso le
hizo saber que incluiría la mencionada carta como parte del sumario.
Primo de Rivera no se lo pensó dos veces, ordenando el cese
del juez Prendes Pando, algo a lo que se negó rotundamente a que se llevara a
cabo el presidente del Tribunal Superior de justicia, Buenaventura Muñoz y Rodríguez.
El dictador, en un
deplorable y vergonzoso acto de despotismo, se encargó de cesar a José
Prendes Pando y Díaz Laviada y enviarlo a un nuevo destino en un juzgado de Albacete,
mientras que jubilaba fulminantemente a Buenaventura Muñoz y Rodríguez el 7 de
febrero de 1924.
El caso de ‘La Caoba’ se convirtió en uno de los escándalos
más sonados de la época, siendo muy comentado en los ambientes políticos, sociales
e intelectuales de la época. La prensa no pudo hacer mención, aunque el
periódico ‘Heraldo de Madrid’ llegó a publicar la noticia cambiando el nombre
de los protagonistas y ubicando la historia en Bulgaria.
Entre los intelectuales que criticaron el comportamiento de
Primo de Rivera se encontraba el escritor y filósofo Miguel de Unamuno (en aquellos momentos vicerrector de la Universidad
de Salamanca), quien no contaba con las simpatías del dictador tras varias y
públicas críticas que había hecho hacia él.
En ese momento tuvo lugar otra de las escandalosas muestras de autoritarismo absurdo de Primo de Rivera,
ordenando el destierro de Unamuno a la
isla de Fuerteventura.
En su destierro canario (que duró cuatro meses, tras escaparse
de la isla en una goleta rumbo a Francia, gracias a la ayuda de Henri Dumay, editor del periódico galo ‘Le
Quotidien’) Unamuno aprovecho para escribir un diario en forma de poemario y
sonetos qe fue publicado en 1925 y que llevó por título ‘De Fuerteventura a París: diario íntimo de confinamiento y destierro’,
donde recogía brevemente el escándalo protagonizado por el dictador Primo de
Rivera y la prostituta y traficante de drogas apodada La Caoba:
Famoso se
hizo el caso de la ramera, vendedorade drogas
prohibidas por la ley y conocida porla Caoba, a
la que un juez de Madrid hizo detenerpara
registrar su casa y el Dictador le obligó aque la
soltase y renunciara a procesarla por salirfiador de
ella.
Cuando el
caso se hizo público y el Rey, segúnparece, le
llamó sobre ello la atención, se lerevolvió la
ingénita botara tería, perdió los estri-bos — no la
cabeza, que no la tiene — y procediócontra el
juez tratando de defenderse en unasnotas en que
se declaraba protector de las jóvenesalegres.
Aquellas
notas han sido uno de los baldonesmás
bochornosos que se han echado sobre España,a la que el
Dictador ha tratado como a otra ramerade las que
ha conocido en los burdeles. Se ha com-placido en
mostrar sus vergüenzas y en sobárselasdelante de
ella.
El régimen del dictador Miguel Primo de Rivera hizo todo lo
posible por tapar el escándalo, no quedando apenas rastro documental de
aquellos hechos (aparte de lo mencionado por Miguel de Unamuno y poco más),
desapareciendo por completo la figura de La Caoba, de la que no se tiene ni una
sola evidencia más sobre ella a partir de entonces (no tan siquiera en las
hemerotecas).
Fuentes de consulta e imagen: lavanguardia
/ elasombrario
/ eldigitaldealbacete
/ lne
/ elsaltodiario/
lainformacion
/ abc
/ archive.org
/ Wikimedia
commons
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