Desde hace más de cinco décadas las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba han pasado por muchísimos momentos de gran tensión. Sin lugar a dudas, la crisis conocida como ‘Crisis de los misiles de Cuba’ de 1962 fue uno de esos puntos álgidos que podrían haber acabado con el estallido de una Tercera Guerra Mundial, tal y como os relataba en un post publicado en ¡QUÉ HISTORIA! unos meses atrás.
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Conocida también era la devoción que había sentido por la cultura y modelo de vida norteamericano el líder cubano Fidel Castro, durante sus años de adolescencia y juventud.
Todo cambió tras el estallido y triunfo de la Revolución Cubana, de la que se convirtió en unos de sus líderes y pilares fundamentales. Su mano derecha e inseparable camarada fue el no menos conocido Che Guevara, el guerrillero de origen argentino que acabaría convirtiéndose en un mito para millones de personas de todo el planeta y su imagen en un icono reconocido internacional, al margen de la ideología política que profesaba.
Pero el radicalismo del Che iba mucho más allá de la revolución del pueblo cubano (o de otras tantas en las que participó), debido a que estaba convencido de que el verdadero enemigo se encontraba al norte del continente, culpabilizando de todos los males que padecía la sociedad al régimen capitalista instaurado en Estados Unidos, por lo que no descartaba un ataque al corazón de la nación estadounidense, la ciudad de las ciudades, el lugar que se había convertido en el símbolo del país: la ciudad de Nueva York.
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Gracias a las gestiones realizadas desde la administración norteamericana, encabezada por el carismático presidente John Fitzgerald Kennedy, como la soviética, con la férrea posición de Nikita Kruschev, se pudo poner freno a la angustiosa crisis de los misiles cubanos que tuvo en jaque la paz del planeta debido a los misiles descubiertos en la isla caribeña durante un vuelo espía realizado el 14 de octubre de 1962.
Reunión en la Casa Blanca entre John F. Kennedy y el ministro soviético Andrei Gromyko (Wikimedia commons)Tras reunirse en la Casa Blanca el presidente Kennedy con el ministro de Asuntos Exteriores soviético Andrei Gromyko, el norteamericano se comprometió a no invadir la isla si se retiraban los misiles nucleares, algo que hizo que todos quedasen contentos y en paz. En realidad no todo el mundo quedó satisfecho con el acuerdo llegado entre los EEUU y la URSS, ya que el propio Che Guevara, seguía manteniendo su acérrimo convencimiento de atacar y destruir la ciudad de Nueva York.
Así se conoció este singular hecho tras desclasificarse documentos relativos a aquella época y entre los que destaca una conversación mantenida entre Kruschev y Antonín Novotný (Presidente de Checoslovaquia).
Ambos mandatarios hablaban de lo cerca que estuvo el conflicto militar y el soviético le comentaba al checoslovaco la insistencia de Fidel Castro de ser ellos los primeros en lanzar los misiles, ante la amenaza de invasión a la isla.
Kruschev supo disuadir a Castro. Sabía que, de estallar un conflicto, Cuba sería lo primero en desaparecer del mapa. El potencial estadounidense solo podía ser repelido por la Unión Soviética, pero no por la isla caribeña, que se llevaría la peor parte.
La delegación soviética estaba convencida que una guerra termonuclear en aquel momento solo traería millones de personas muertas y un planeta medio desolado, además de dar al traste con el proyecto socialista llevado a cabo con la Revolución Bolchevique.
A quien costó convencer de no emprender acción bélica alguna fue al Che Guevara, quien había comentado al Embajador yugoslavo en la capital cubana su propósito de controlar las armas nucleares, instalándolas sobre cada centímetro de la isla y sin dudar en ningún momento en lanzarlas (en caso de necesidad) contra el corazón del adversario (Nueva York).
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Afortunadamente soviéticos y estadounidenses supieron arreglarlo y el objetivo del guerrillero de lanzar los misiles quedó en el olvido, aunque a lo largo de estos más de cincuenta años que han pasado desde entonces muchas otras tensiones diplomáticas se han desencadenado entre ambas naciones, pero ninguna de tal magnitud.
Fuentes de consulta: altergeo / wilsoncenter / gwu.edu