Juan de Miralles el espía español amigo de George Washington

Durante la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos que tuvo lugar entre 1775 y 1783 el monarca español Carlos III de Borbón decidió posicionarse a favor del bando revolucionario, comandado por el que sería primer presidente de la nación norteamericana George Washington.

Ese apoyo tenía la astuta intención de ir contra intereses británicos, los grandes enemigos por aquella época de la Corona Española.

Para realizar las tareas de apoyo, tanto económico como militar, se contó con la inestimable colaboración de Juan de Miralles, un próspero hombre de negocios nacido en la población alicantina de Petrel y que residía desde 1740 en Cuba, por aquel entonces colonia española.

Miralles fue nombrado en 1777 Comisionado Real de España (lo que vendría a ser un Embajador en nuestros días) en las Trece Colonias que se habían declarado en rebeldía contra el Imperio Británico. Su elección fue basada en el buen dominio del idioma y, sobre todo, la gran cantidad de contactos que poseía en toda aquella zona gracias a las actividades comerciales que realizaba traficando con esclavos.

El buen olfato para los negocios de Juan de Miralles le había abierto numerosas puertas en el continente, por lo que su llegada a Norteamérica no despertaría demasiadas sospechas. Con todo y con eso, urdió un perfecto plan en el que harían creer que el barco que lo llevaba hasta Charleston (Carolina del Sur) había tenido que ir a parar a ese puerto debido a una emergencia durante el supuesto trayecto que realizaba entre La Habana y Cádiz.

Su nombramiento oficial como Comisionado Real se realizó el 21 de enero de 1778, dos semanas después de haber llegado a la zona y haber entablado los respectivos contactos. El cargo de diplomático era una perfecta tapadera para desarrollar el trabajo encargado directamente por el rey de España: realizar servicios de espionaje e informar sobre todos los pasos que fuesen realizando los británicos.

Su trabajo estaba resultando impecable, trasladándose hasta Filadelfia (Pensilvania) donde se encontraría con destacados miembros de la revolución y que le serían de gran ayuda para seguir desarrollando su oculto cometido para los intereses españoles.

Recibió por parte de la Corona una importante dieta de 39.000 pesos, la cual la utilizaba para seguir llevando un simulado ritmo de vida de importante comerciante y a la vez poder hacer los pagos y sobornos pertinentes a cambio de la información que hacía llegar de forma cifrada a sus contactos españoles en Cuba.

Su estancia en la zona le permitió abrir nuevas vías de negocio, prosperando rápidamente y amasando una gran e importante suma de dinero, donando una gran parte de éste en forma de armas y medicinas a las tropas rebeldes y que llegaban en barcos desde España, aprovechando las rutas comerciales de los negocios de Miralles.

Esto ayudó enormemente a los intereses del Ejército Continental e hizo que los miembros más destacados confiasen plenamente en él. Entre ellos se encontraba George Washington, uno de los ‘padres fundadores de los Estados Unidos’ y posteriormente Primer Presidente del país, quien brindo su inestimable e incondicional amistad al diplomático y empresario español.

A partir de ahí, la amistad forjada entre el líder norteamericano y Miralles dio sus frutos a través de grandes y numerosas veladas, donde se reunían los más insignes personajes de la época. Muchas fueron las cenas organizadas por el diplomático a las que asistiría Washington acompañado de su esposa.

El centro de operaciones de la revolución americana estaba instalado en Morristown (Nueva Jersey), que se había convertido en la ‘capital militar’ y sede de la residencia oficial de George Washington. Y hasta allí llegó Juan de Miralles, dándole hospedaje en su propia mansión, al ser acogido con todos los privilegios.

Pero una fatal pulmonía, que llevaba arrastrando desde tiempo atrás, hizo que Miralles enfermase gravemente, poniendo a su disposición los mejores médicos de los que se disponía. Nada se pudo hacer, falleciendo el 28 de abril de 1780 y siendo enterrado en uno de los actos más solemnes que se habían celebrado hasta el momento.

En los libros de Historia norteamericanos quedó la memoria de Juan de Miralles, un singular personaje que se codeó con la flor y nata de la Nueva Nación Americana y que entre su legado dejó a otro ilustre español, su sobrino Peter Casanave, el hombre que colocó la primera piedra de la Casa Blanca.

Fuente: «Héroes y Villanos (españoles olvidados por la historia)» Editorial Cydonia de Javier García Blanco