
Recién estrenado el verano de 1902 los periódicos de toda España se hicieron eco de un asesinato, ocurrido en la céntrica calle de Fuencarral de Madrid, que conmocionó a todo el país y que a lo largo de varias semanas mantuvo a los lectores enganchados a cada una de las noticias que iban apareciendo en los diarios.
El crimen tuvo lugar a primera hora del domingo 22 de junio de 1902 cuando Pascual Manuel Pastor, un excéntrico ‘solterón’ (en aquella época era muy común referirse de ese modo
de aquellos hombre que habían superado los 40 años de edad y no se habían casado todavía) de buena familia que se dedicaba a dilapidar la fortuna familiar, fue asesinado por su criada Cecilia Aznar Celamendi, quien llevaba a su servicio tan solo tres semanas.
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El cuerpo de la víctima fue encontrado sin vida tumbado en su cama y mostraba numerosos golpes en la cabeza que habían sido realizados con una robusta plancha de hierro macizo.
La joven criada, de 22 años de edad, desapareció del lugar sin dejar rastro y habiéndose apoderado de once mil pesetas (por aquel entonces una auténtica fortuna).
Día tras día los diarios iban publicando nuevos datos sobre la víctima y dando a conocer sus excentricidades y detalles sobre su estrafalario modo de vida: dormía vestido, apenas tenía muebles en su casa, tan solo salía al atardecer y comía poco y mal.
De la presunta asesina no se tenían demasiados datos y lo poco que se sabía es que tenía un hijo de poco menos de un año y medio, había enviudado en marzo de aquel mismo año, aunque cuando falleció su esposo ya no vivía con éste pues lo abandonó al caer enfermó para ponerse a trabajar como sirvienta. Algunos periódicos llegaron a asegurar que durante un tiempo se dedicó a la prostitución y aunque había conocido a Pascual Manuel Pastor cuando unos meses antes ella trabajaba en el hotel La Gare de Irún y él se encontraba de vacaciones, la relación laboral de ésta con el fallecido no era laboral, sino que más bien la tenía viviendo con él como una mantenida a cambio de favores sexuales.

Todo eran hipótesis, pero día a día surgían nuevos datos de ese extraño caso y del verdadero motivo por el cual ella decidió asesinarlo.
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Diez días después del crimen, al no tenerse noticia alguna sobre la asesina, las autoridades decidieron poner varios anuncios en la prensa en los que ofrecían una recompensa a aquellas personas que ayudasen a dar con el paradero de Cecilia Aznar (hay quien asegura que ese fue el primer anuncio-cartel de un ‘Se busca’ en España).

El 8 de julio era detenida por la Guardia Civil en una pensión de la localidad gerundense de Puigcerdá. Durante el interrogatorio en el puesto de la Benemérita, Cecilia acabó
confesando el crimen y dio detalle de la premeditación del mismo, cómo lo había planeado y ejecutado y la vida que había llevado durante los días en los que estuvo fugada, en los que se dedicó a comprar ropas caras, algunas joyas y correrse algunas juergas en Madrid y Barcelona.
Había llegado a Puigcerdá en busca de un modo de huir al extranjero, pero el testimonio de unas personas que la reconocieron fue vital para su detención.
Fue trasladada a la prisión de mujeres de Madrid y el 9 de febrero de 1903 comenzó el juicio donde declaró que cometió el crimen cansada de los abusos sexuales a los que la víctima la sometía. Fue declarada culpable por el tribunal y condenada a morir en el garrote vil.
No se sabe a ciencia cierta el porqué -algunas publicaciones de la época indican que por la presión social- pero, mientras esperaba su ejecución, llegó una orden en la que se le conmutaba la pena de muerte por la cadena perpetua, teniendo que cumplir la condena en la prisión de Alcalá de Henares, donde estuvo encerrada durante los siguientes 34 años, debido a que en 1937 (en plena Guerra Civil) el gobierno de la Segunda República decidió abrir las puertas de las cárceles y amnistiar a todos los presos y presas.

Cecilia fue una de las beneficiadas. Tenía 57 años cuando salió de prisión y a partir de ahí se le perdió el rastro para siempre.
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Fuentes de consulta: Hemeroteca Nacional de España / Agradecimientos a Daniel Fernández de Lis por ponerme en la pista de esta curiosa historia