Hasta entrados en la primera década de 1900, las investigaciones policiales para resolver un crimen no contaban con departamentos científicos o laboratorios forenses en los que se analizara cada una de las pruebas encontradas. Muchas de las conclusiones a las que llegaba un investigador era de tres modos: fiándose de lo declarado por un posible testigo, sacando sus propias conclusiones y dejándose llevar por la experiencia e intuición.
Coincidiendo con la finalización del siglo XIX e inicio del XX, apareció una corriente de aficionados a la literatura detectivesca (sobre todo de las novelas protagonizadas por Sherlock Holmes) que desde un par de décadas antes se habían convertido en una de las lecturas preferidas de los amantes a los crímenes e investigaciones policiales.
Muchos eran aquellos lectores que querían emular al protagonista de las novelas y relatos escritos por Arthur Conan Doyle, surgiendo un repentino interés por realizar estudios de criminología e incorporarse a los cuerpos policiales.
Pero la afición por los estudios de criminalística no solo surgió a raíz de la mencionada literatura de detectives, sino varias décadas antes (último cuarto de 1800) en el que ya se empezó a crear las primeras escuelas dedicadas exclusivamente al estudio pormenorizado de pruebas y evidencias. Dos de esas escuelas eran ‘Nuova Scuola’ del italiano, Ezechia Marco Lombroso (popularmente conocido por el pseudónimo ‘Cesare Lombroso’) y la ‘Escuela Lacassagne de Criminología’, del francés Alexandre Lacassagne, quien fue el tutor de Edmond Locard, uno de sus más aventajados alumnos y que se convertiría unos pocos años después en uno de los principales referentes a nivel mundial y fundador del primer laboratorio de criminalística forense de la historia.
Edmond Locard nació Saint-Chamond (en la región de Ródano-Alpes, Francia) en 1877, trasladándose durante su juventud a Lyon junto a su familia. Creció sumergido en la lectura de las novelas de Sherlock Holmes, que por aquella época se publicaban por entregas (capítulos).
Le fascinaba el modo en el que el perspicaz detective londinense era capaz de resolver sus casos utilizando la lógica e intuición, pero se dio cuenta que aquello que relataba magistralmente Conan Doyle, no era más que una ficción, a veces muy alejada de la realidad y de cómo deberían resolverse algunos crímenes, ya que estaba convencido que la ciencia podría aportar mucho conocimiento en ese área.
Locard se convirtió en un gran estudioso de la medicina forense en la Francia del siglo XVII, siendo este el tema de la tesis que defendió y publicó cuando se Doctoró en medicina en 1902 (con 25 años de edad recién cumplidos). Tan solo tres años después obtenía el título de abogado.
Fue en 1910 cuando decidió crear el Laboratorio Forense de Criminalística de Lyon, convirtiéndose en uno de los padres de la medicina policial forense que empezó a utilizar los métodos científicos y la demostración empírica para investigar y resolver crímenes.
En los años previos, había podido comprobar (a base de estudiar por su cuenta algunos viejos casos ya cerrados) que habían sido numerosas las ocasiones en las que se culpó a un inocente por culpa de no utilizar la ciencia para investigar.
Una de las cosas que hizo universalmente célebre a Edmond Locard y por lo que todavía se le menciona en las universidades fue el conocido como ‘Principio de intercambio’ (frecuentemente citado como ‘Principio de intercambio de Locard’) en el que expresaba que ‘Siempre que dos objetos entran en contacto transfieren parte del material que incorporan al otro objeto’.
Tuvo una larga y prolífica carrera, llegando a investigar casi once mil casos (concretamente, 10.905) y una obra literaria de cerca de una cincuentena de estudios y tratados sobre criminología forense, que siguen siendo de obligada consulta y estudio por las nuevas generaciones.
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