Con motivo de la celebración del Primero de Mayo, me encontraba escribiendo un post sobre la historia de los ‘mártires de Chicago’ cuando se ha conocido la terrible noticia del derrumbe de un edificio en la población de Savar, cerca de Dacca (capital de Bangladesh), el cual albergaba dos talleres de confección y que ha provocado la muerte de cientos de personas que allí trabajaban hacinadas y en pésimas condiciones laborales. Esto me hace pensar que tras aquella revolución obrera de la que os quería hablar hoy, y que tuvo su punto álgido durante la huelga general de 1886, todavía no ha llegado la verdadera revolución laboral a todos los rincones del planeta.
Desde 1889, cada Primero de Mayo se celebra en un gran número de poblaciones, de la mayor parte del planeta, manifestaciones y actos reivindicativos por la defensa de los derechos de los trabajadores, siendo su origen el rendir homenaje a ocho sindicalistas que en 1886 se convirtieron en mártires de un sistema judicial injusto y del voraz abuso capitalista.
Muchas personas ven en este día una jornada ideal para tener un día festivo y más si va acompañado de un largo puente que le permite salir unos días de vacaciones, quedando olvidado el espíritu de reivindicación y mejora de las condiciones laborales de millones de trabajadores de todo el mundo.
No podemos obviar ni olvidar a todos aquellos que deben ejercer su trabajo en unas condiciones infrahumanas y por un mísero salario. Actualmente, el mayor problema para muchos ciudadanos es la alta tasa de desempleo que existe, pero a menudo pasan desapercibidos todos aquellos que sí trabajan pero lo hacen de una forma precaria, como si de esclavos se tratase y sin ningún tipo de salubridad ni seguridad.
Precisamente, los protagonistas del post de hoy lucharon (ya en su día) por acabar con este tipo de prácticas abusivas por parte de la patronal, intentando conseguir una jornada laboral que se redujese a las ocho horas (por aquella época era muy común trabajar hasta 14 horas seguidas).
George Engel, Samuel Fielden, Adolph Ficher, Louis Lingg, Michael Schwab, August Spies, Albert Parsons y Oscar Neebe son los nombres de los ocho mártires de Chicago, activistas de ideología anarquista que fueron injustamente juzgados por un delito que no cometieron (cinco de ellos condenados a muerte), cuando lo único que hicieron fue defender los derechos de los obreros.
Durante los primeros meses de 1886 muchas fueron las fábricas en las que los trabajadores comenzaron a plantarse y a exigir mejores condiciones laborales y un horario y salario más dignos.
Los sindicatos comenzaban a tomar fuerza, pudiendo contar con el apoyo de grupos anarquistas y de izquierdas que se organizaban a lo largo y ancho de todo los Estados Unidos. Muchas eran las publicaciones que apoyaban los ideales impulsados por Karl Marx y que habían llegado desde Europa. Desde sus redacciones podían dar a conocer el mensaje marxista y la lucha obrera.
Innumerables eran las huelgas que mantenían cerradas miles de fábricas. Muchos de los empresarios quisieron pactar con los obreros y concederles las mejoras laborales exigidas, pero otros quisieron mantener un pulso con los huelguistas, no cediendo e incluso contratando personal que, a modo de esquiroles, ocuparían los puestos de los huelguistas y mantendrían abiertas las factorías.
La fábrica de maquinaria agrícola McCormik de Chicago era la única que permanecía en activo, gracias a los rompehuelgas contratados, por lo que desde los sindicatos y las plataformas de difusión obrera se convocó a todos los trabajadores a realizar una gran manifestación y acto de protesta para el día 1 de mayo.
La participación fue masiva y a lo largo de los siguientes días se concentraban miles de huelguistas frente a las puertas de McCornik a modo de protesta pacífica. Los allí presentes habían sido convocados a través de los más de veinticinco mil panfletos repartidos y las consignas lanzadas desde el periódico anarquista Arbeiter Zeitung, el cual estaba escrito en inglés y alemán, teniendo una gran difusión entre la clase trabajadora.
Durante la manifestación pacífica alguien lanzó un artefacto explosivo contra los policías que estaban acordonando la Plaza Haymarket, ocasionando la muerte de seis agentes y numerosos heridos, comenzando en ese instante una auténtica campaña campal que se saldó con centenares de manifestantes detenidos.
Se culpabilizó del lanzamiento de la bomba a los activistas anarquistas que habían convocado la manifestación, siendo detenidos sin prueba alguna que demostrase que realmente estuviesen involucrados en dicho atentado.
La prensa más tradicional y conservadora se dedicó a arengar a la población y a las autoridades para que señalasen como responsables a 31 personas, quedando finalmente imputados George Engel, Samuel Fielden, Adolph Ficher, Louis Lingg, Michael Schwab, August Spies, Albert Parsons y Oscar Neebe, recibiendo un juicio totalmente amañado y lleno de pruebas falsas.
El hecho de que todos ellos fuesen inmigrantes originarios de otros países ayudó a que el jurado se decantase a declararlos culpables, algo que con los años se comprobó que no lo eran.
Cinco de ellos fueron condenados a la horca, y los otros tres a penas de prisión (dos de ellos a cadena perpetua y el tercero a 15 años de trabajos forzados).
El 11 de noviembre de 1887 se llevó a cabo la ejecución. Tan solo cuatro fueron ahorcados ya que la víspera uno de ellos se suicidó en su propia celda.
Desde aquel entonces estos hombres, cuyo mayor delito fue luchar por una jornada laboral de ocho horas y unas mejores condiciones de trabajo, fueron conocidos como los ‘mártires de Chicago’, rindiéndoles homenaje cada Primero de mayo.
Lamentablemente todavía queda mucho camino que recorrer para conseguir que todos los trabajadores del mundo puedan desempeñar su empleo en unas condiciones óptimas y dignas.