La vendedora de muñecas de Nueva York que espió para Japón durante la IIGM

A finales de 1937 en la céntrica Madison Avenue de Nueva York se abrió una exclusiva tienda de muñecas que llevó el nombre de su propietaria, Velvalee Dickinson. Un negocio en el que se podían encontrar ejemplares únicos, además de ser una clínica donde se reparaban aquellos que tenían algún desperfecto o rotura.

Esto llevo a que la señora Dickinson mantuviese contacto con su numerosa clientela, cuando estas le dejaban en su establecimiento alguna muñeca para ser reparada ir informando del progreso, además de poder contactar cuando le llegaba alguna pieza exclusiva o antigüedad por la que alguien se había interesado algún adinerado coleccionista.

Lo que no sabían las clientas de tan distinguido negocio era que aquella base de datos le servía a la propietaria de la juguetería para utilizar dichas señas postales y usarla como remite en las cartas que estuvo enviando a un contacto en Argentina a quien mandaba información sobre la flota marina de la Armada de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Y es que Velvalee Dickinson en realidad era una agente al servicio de los intereses del Imperio Japonés, realizando el envío de información que en aquellos momentos era de vital interés para los nipones.

La destinataria de las cartas enviadas a Argentina era una tal Inés López de Molinali, de Buenos Aires, aunque no correspondía a ninguna persona real y la dirección a las que se mandaba era incorrecta. Se supone que alguien del servicio de correos argentino interceptaba aquellas misivas antes de llegar a su destino, no sabiéndose a ciencia cierta cuántas llegó a mandar.

Lo que sí que sabe es que en los primeros meses de 1942 quien interceptaba aquel correo dejó de hacerlo, llegando las cartas al destino y siendo devueltas a sus remitentes (que eran distintas personas, aunque todas ellas habían sido enviadas por Velvalee Dickinson que había usado los datos de diferentes clientas que vivían en distintos lugares de los EEUU).

El retorno de aquellas cartas fue interceptado por el servicio de correros de EEUU, levantando ciertas sospechas y poniéndolas a disposición del FBI quien empezó a investigar sobre las mismas.

En todas aquellas cartas, las supuestas remitentes hablaban a la destinataria de muñecas, coincidiendo éstas con las que en realidad tenían en su poder.

Fue determinante una carta devuelta desde Argentina y que no fue interceptada por los funcionarios postales estadounidenses, llegando la misma hasta la dirección que ponía en el remite en Springfield (Ohio) y que tenía una particularidad respecto a las demás, ya que el matasellos de ésta correspondía a una oficina postal de Nueva York. La supuesta remitente (llamada Mary Wallace) llevó la carta a las autoridades locales, ante la extrañeza de que sus datos aparecieran en el remite y la policía la hizo llegar hasta el FBI, quienes ya tenían en marcha la investigación.

Aquel matasellos fue determinante ya que pudieron establecer que quien había enviado todas las cartas (o al menos el nexo en común entre todas ellas) era la tienda de muñecas de Madison Avenue de Nueva York.

Los expertos en descifrar mensajes encriptados, determinaron que cada referencia que se hacía a una muñeca era en realidad el nombre de alguna de las embarcaciones de guerra pertenecientes a la Armada de EEUU y los detalles que daba era sobre sus diferentes posiciones.

Se procedió a detener a Velvalee Dickinson, encontrando en su poder cuantiosa información de valioso valor además de una importante cantidad de dinero en metálico. Investigando la vida de la propietaria de la tienda de muñecas también se encontró que llevaba años teniendo una estrecha relación con relevantes personas de origen japonés (residentes en EEUU), habiendo acudido a fiestas y eventos incluso en la embajada japonesa en Nueva York y San Francisco.

Todo apuntaba a que con las pruebas encontradas, Velvalee Dickinson iba a ser condenada a cadena perpetua en el juicio que se celebraría en 1944 (ya que se le acusaba de traición a su nación, lo cual era un delito federal), pero finalmente supo jugar muy bien sus cartas, señalando que quien espiaba para el Imperio japonés era realmente su recién fallecido esposo. Además, llegó a un acuerdo con las autoridades estadounidenses para ponerse al servicio de estos y facilitar toda la información sobre Japón que disponía y a cambio tendría una pena menor de prisión, quedando en libertad en 1951 y rehaciendo su vida bajo otra identidad (con el nombre de Catherine Dickerson). Falleció en California en 1980, a los 87 años de edad.

Fuentes de consulta e imagen: FBI/ smithsonianmag/ historynet/ Wikimedia commons

Más historias que te pueden interesar: