La mujer que en el siglo XVII consiguió una sentencia contra su marido por malos tratos y se le concedió el divorcio

La violencia de género
es algo que está muy presente en nuestro día a día a través de las tristes
noticias que los medios no hacen llegar de los múltiples casos que se producen
a diario. Actualmente, en la era de las comunicaciones, tenemos la capacidad de
enterarnos de forma inmediata de espeluznantes historias de maltrato hacía mujeres
y la muerte de muchas de ellas a manos de sus parejas (con
el consabido debate sobre si debería juzgarse el delito como asesinato u
homicidio
).

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Afortunadamente cada vez son más las instituciones (tanto
públicas como privadas) que dan diferentes coberturas y ayudas a las víctimas del maltrato machista, pero
hasta no hace demasiado tiempo la mayoría de responsables de esos actos
quedaban impunes ante la justicia, llegando a conocerse vergonzosos veredictos
exculpatorios.

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Pero hace cuatro siglos, cuando la inmensa mayoría de
mujeres estaban totalmente desamparadas judicial y socialmente, hubo una que
dio un paso decisivo en su vida y decidió acudir a los diferentes tribunales
que por aquella época existían en España para denunciar que era víctima de la
violencia que sobre ella ejercía su marido.

Ella se llamaba Francisca de Pedraza, nació a
finales del siglo XVI dentro de una humilde familia y quedó huérfana de padres
siendo todavía muy niña. Pasó la niñez y parte de la adolescencia en un
convento, donde las religiosas se encargaron de cuidar de ella y le
proporcionaron educación, algo que le sería fundamental años después cuando
supo a dónde dirigirse y cómo hacerlo para exponer su caso de malos tratos.

Siendo todavía muy joven se
interesó por ella Jerónimo de Jaras,
con quien contraería matrimonio en el año 1612. Según lo recogido en escritos
oficiales, varias décadas después, desde el primer momento en el que se
convirtieron en marido y mujer, el esposo estuvo ejerciendo la violencia hacia
Francisca de una manera repetida.

Dos años después de casarse y harta de las continuas
palizas, la joven Francisca escapó del hogar conyugal y fue a cobijarse en el
convento en el que había vivido. Pero no tardó demasiado tiempo en ir a por
ella Jerónimo, quien prometió a las religiosas que no volvería a poner la mano
encima a su esposa, algo que no cumplió ya que tal y como regresaron a la casa
volvió a someterla a su violencia.

Y así fue como pasó Francisca de Pedraza los siguientes años
de su vida (mala vida), entre palizas y violaciones por parte de su esposo.
Tuvo dos hijos de dichos abusos y perdió alguno estando embarazada debido a las
patadas que Jerónimo de Jaras dio contra su vientre.

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En 1619 decidió volver a decir basta y se presentó ante un tribunal ordinario para denunciar los
malos tratos de su esposo. Pero allí hicieron caso omiso a sus reclamaciones.
Un año después volvería a intentarlo, esta vez ante un tribunal eclesiástico.
Ante éstos llegaría incluso a mostrar su cuerpo totalmente desnudo para que
vieran todas las marcas y cicatrices que tenía por culpa de la violencia
ejercida hacia ella por su marido.

En 1622 volvió a presentarse ante el tribunal eclesiástico, quienes la primera vez la ignoraron, y en
esta segunda ocasión solo se limitaron a aconsejar al esposo que fuese bueno
con ella. Literalmente los miembros eclesiásticos aconsejaron a Jerónimo de
Jaras lo siguiente:

[…]…bueno, honesto y considerado con la demandante y no le
haga semejantes tratamientos como se dice que le hace[…]

Francisca tuvo que seguir conviviendo durante dos años más
con su agresor, quien no deponía de su actitud violenta hacia ella.

Fue en 1624 cuando Francisca de Pedraza por fin vio luz a
sus reclamaciones. Ante el nulo caso que le habían hecho en los tribunales
ordinarios y eclesiástico decidió acudir al Tribunal Universitario, una institución regida por hombres sabios y
justos a los que haría conocer su angustiosa situación.

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El rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Don Álvaro de Ayala, escuchó el
testimonio pormenorizado de Francisca de Pedraza. Llamó a declarar a Jerónimo
de Jaras (y parece ser que algunos testimonios) y dictó una sentencia inaudita
para la época: le concedió el divorcio a la demandante, mandó que el esposo le
devolviese la dote que recibió en el momento de contraer matrimonio y una orden
de alejamiento, además de la siguiente advertencia:

[…]… y prohibimos
y mandamos a dicho Jerónimo de Jaras no inquiete ni moleste a la dicha
Francisca de Pedraza… por sí ni por otra interpósita persona[…]

De este modo, después de una
década de palizas, abusos y violaciones, Francisca de Pedraza consiguió
alejarse oficialmente de su agresor. Se trasladó de hogar y vivió tranquila el
resto de sus días. Algo inaudito para la época y que hoy en día sirve como
ejemplo para muchas mujeres.

Fuentes de consulta e
imagen: El divorcio de Francisca de Pedraza, Ignacio Ruiz
Rodríguez
/  yorokobu / elpais
/ elmundo
/ Wikimedia
commons

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