Cuando en la Nochebuena de 1929 se produjo un incendio en la Casa Blanca

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Los últimos dos meses de 1929 representó para la gran
mayoría de estadounidenses ser de los peores de sus vidas. El desplome bursátil del
jueves 24 de octubre (habitualmente nombrado como ‘Jueves Negro’ del ‘Crack
del 29’
) dio origen a una de las mayores crisis económicas que hasta entonces
había conocido el país (‘la Gran
Depresión’
).

Millones de ciudadanos habían perdido sus empleos e
incalculable era el número de empresarios que habían quebrado sus negocios y se
encontraban en la más absoluta de las ruinas.

Para muchísimas familias aquellas Navidades iban a ser, muy posiblemente, las más tristes de sus vidas, debido a que no disponían de dinero
para poder celebrarlas. De hecho, se habían puesto en marcha algunos programas
de ayuda para que los más desfavorecidos pudieran alimentarse en comedores
sociales, siendo uno de los más activos el que abrió en la ciudad de Chicago el
mismísimo Al Capone, donde se
atendió a miles de ciudadanos sin recursos.

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comer a miles de personas
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Desde las instituciones políticas del país también se quiso
dar una imagen de normalidad y se celebraron actos para que el espíritu
navideño de los estadounidenses no decayera, de ahí que, a pesar de la nefasta
gestión económica del presidente Herbert
Hoover
(quien llevaba en el cargo desde el 4 de marzo de aquel mismo año),
desde la Casa Blanca siguiera
realizándose los tradicionales actos de cara a la Navidad.

Una de ellas era una tradicional fiesta que la tarde del 24
de diciembre, a pocas horas de la Nochebuena, se celebraba en una de las salas
de la residencia presidencial y en la que los invitados especiales eran los
hijos de todos los funcionarios de la Casa Blanca y de un buen puñado de amigos
personales del presidente Hoover y su esposa.

Alrededor de las ocho de la tarde, cuando la fiesta estaba
en pleno apogeo (con una banda de marines tocando para amenizar la celebración),
Herbert Hoover fue avisado de un ‘pequeño incendio’ en la Ala Oeste del
edificio por el jefe de servicio de mayordomos de la Casa Blanca, Irwin Hood Hoover (quien llevaba en el
cargo desde hacía dos décadas y a pesar de coincidir con el apellido no tenía
relación familiar con el presidente).

Sin armar ningún revuelo y no asustar a los pequeños (que no
se enteraron de lo sucedido), el presidente Hoover se dirigió hacia la zona que
se encontraba en llamas y una vez allí se puso codo con codo con el resto de
trabajadores (y su propio hijo Allan) a sacar todo lo que podían de los
despachos del Ala Oeste.

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La butaca presidencial del despacho oval, retratos, la
bandera y, sobre todo, archivadores conteniendo valiosísimos e históricos documentos
fueron sacados de allí antes de que las llamas alcanzaran aquella zona.

Mientras tanto en el ático del edificio las llamas estaban
quemando parte de la Historia del país y a pesar de la rápida respuesta de los
bomberos (se presentó una dotación de 130 hombres y cuatro camiones provistos
de 19 bombas de agua) no pudieron salvar gran parte de la documentación que se
encontraba almacenara (cerca de doscientos mil documentos, algunos de muchísimo
valor, fueron destruidos por las llamas).

También se produjeron importantes desperfectos en el
edificio (en el Ala Oeste) ya no solo por el fuego sino por varios agujeros que
los propios bomberos hicieron en el tejado de la Casa Blanca para que pudiera
salir el humo, además de meter por ahí mangueras y la entrada de agua que
sofocase el incendio.

Mientras tanto, en el lado opuesto del edificio la fiesta
infantil seguía con normalidad y bajo la supervisión de la Primera Dama (que
estaba al tanto del incendio) y que ayudó a que los pequeños estuvieran
entretenidos e ignorantes del accidente. A las diez de la noche se dio por
terminada la celebración y los niños se marcharon de allí sin ser conscientes
de lo que había ocurrido.

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Tras varias horas el incendio fue finalmente apagado por
totalidad. Afortunadamente no hubo que lamentar ninguna pérdida humana (sí
alguna intoxicación por humo de algunas de las personas que colaboraban en
pagar el fuego y que fueron atendidas en el hospital) pero sí de valiosos
documentos y enceres.

El peritaje posterior determinó que se había producido a
causa de un cortocircuito fortuito en el ático.

Las obras de remodelación duraron cuatro meses y como nota
curiosa cabe destacar que la Casa Blanca no disponía de ninguna póliza de
seguros, por lo que se tuvo que destinar una partida presupuestaria especial
desde el Congreso para cubrir todos los gastos ocasionados por la reforma.

Fuentes de
consulta e imágenes: whitehousehistory / mentalfloss / arlingtonfirejournal / Library of Congress

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