Cuando el alcalde de Madrid colocó en 1901 estufas en las calles para que los pobres no tuvieran frío

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Recién iniciado el siglo XX, cuando el cambio climático todavía
no había hecho notar sus efectos y las temperaturas en el invierno eran realmente
gélidas con un buen puñado de grados por debajo de como marcan hoy en día en el
termómetro, el hecho de tener que pasar unas cuantas horas en la calle podía dejar
helado a cualquiera (que no convenientemente bien abrigado, evidentemente).

Era una época en la que gran parte de la sociabilización
(tal y como lo percibimos actualmente) se producía no solo en los bares y cafés
de tertulia, sino también en cualquier esquina de una calle o plaza pública en
la que se podían unas cuantas personas y departir sobre diversos temas. También
era muy común la venta callejera de diversos productos: desde la prensa diaria
a fruta, tabaco o flores…

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Esto hacía que fueran muchos los ciudadanos que transitaran
a lo largo del día por las calles de cualquier población y más si ésta era una
capital importante, como era el caso de Madrid. Sobre todo al caer la tarde se
producía un continuo trasiego de personas que iban de un lado al otro, se
paraban a dialogar o simplemente les gustaba salir a pasear para vivir el
ambiente nocturno de la ciudad.

Entre aquellos que tenían que pasar, irremediablemente,
largas horas deambulando estaban los vendedores callejeros, además de los más
desfavorecidos social y económicamente.

Por tal motivo, y ante las bajas temperaturas del crudo invierno,
hubo un alcalde de Madrid que trató de preocuparse de los más desfavorecidos
que debían pasar largas horas por la calle y decidió colocar una serie de estufas
repartidas por varios puntos de la ciudad con el propósito de que aquellos que
transitasen cerca de alguna pudieran (durante un rato) calentarse en las frías
noches.

El nombre de este alcalde era Alberto Aguilera y pasó a la historia no solo por este hacho, sino
por ser un gran impulsor de la ciudad, siendo quien aprobó el proyecto de la
construcción de la Gran Vía madrileña,
un par de importantes hospitales, un gran número de estatuas repartidas por
toda la villa (en un tiempo en el que apenas había) e incluso una institución
benéfica para dar cobijo a los más desamparados -el asilo
de Santa Cristina
– (este último construido a finales del siglo XIX
cuando ejercía como gobernador Civil de Madrid). Cabe destacar que muchas de
las mejoras que se realizaron en la capital fue gracias a la generosa
aportación económica que el propio Alberto Aguilera hizo de su fortuna
personal.

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Las ‘estufas
populares’
, tal y como eran conocidas, fueron instaladas en los siguientes
puntos de la ciudad: Plaza Puerta de Moros, zona del Rastro, Lavapiés, Plaza de
Antón Martín, Calle Arlabán, Plaza de
Alonso Martínez, Glorieta de Bilbao y Plaza de Herradores. Estas no
permanecían encendidas durante todo el día sino que se hacía en dos periodos
concretos de la jornada: entre las 6 y las 9 de la mañana (para dar calor a
aquellos que madrugaban y debían callejear con la venta ambulante de primera
hora) y entre las 8 de la tarde y la 1 de la madrugada.

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Era en este segundo tramo el que más personas se
concentraban alrededor de estas estufas. Muchos eran trabajadores y vendedores
ambulantes que aprovechaban hasta última hora del día para vender sus productos
(sobre todo a aquellas personas de recursos que salían de ver un espectáculo
teatral o acudían a cenar a algún restaurante).

También existía, por aquel entonces, la costumbre de sacar
una edición vespertina de la prensa, la cual era una reedición del diario de la
mañana aportando actualización de las noticias que se habían ido produciendo a
lo largo del día. Estos periódicos no solían venderse en kioscos sino que se
hacía a través de vendedores callejeros.

Cuando llegaba la hora de encender las estufas populares se
presentaban hasta allí dos funcionarios del ayuntamiento: uno que era el que se
encargaba de llevar el carbón y la lumbre y otro que se quedaba al cuidado de
esos braseros, ponía orden ante cualquier trifulca que pudiera haber entre
quienes se agolpaban alrededor del calor e iba determinando el tiempo que podía
estar cada persona en primera fila (haciendo rotatorio el tiempo de exposición
frente a la lumbre).

Pero esta iniciativa solidaria del alcalde no fue acogida
con demasiado entusiasmo por todos los sectores de la ciudadanía y no faltaron
duras críticas a la idea de Alberto Aguilera
debido a que muchos eran los sectores más conservadores que opinaban que dichas
estufas populares no era más que un foco de conflictos, ya que reunía alrededor
de éstas a malhechores y golfos que transitaban por las calles de Madrid. El hecho
de que tuvieran un lugar donde cobijarse y estar calientes hacía que
permanecieran durante más tiempo callejeando y, por tanto, fuera mayor la
inseguridad y delincuencia callejera.

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Alberto Aguilera se mantuvo al frente de la alcaldía de
Madrid hasta febrero de 1910, aunque continuó su carrera política como senador
vitalicio hasta la fecha de su muerte en diciembre de 1913, a los 71 años de
edad.

Sus sucesores en el consistorio madrileño (una veintena de
alcaldes ocuparon el cargo a lo largo de la siguiente década) mantuvieron la
iniciativa solidaria de las estufas populares y a partir de 1923, tras
iniciarse el periodo de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, el
alcalde de turno (Alberto Alcocer
y Ribacoba
) mandó retirarlas.

Cabe destacar que el hecho de colocar estufas callejeras
para los más desfavorecidos fue copiado por varias capitales europeas a lo
largo del siglo XX y en todos esos lugares se elogió dicha iniciativa, algo
que, lamentablemente, en España no se terminó de conseguir.

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Fuentes de consulta e imágenes: revistadehistoria
/ lacorrientedelgolfo
/ fotomadrid / caminandopormadrid
/ Pinterest / larazon
/ Wikimedia
commons

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