Las primeras semanas del mes de enero es el periodo del año en el que una mayor afluencia de personas se apunta y acude al gimnasio. Perder peso e intentar ponerse en forma, sin lugar a dudas, son los propósitos del Año Nuevo que más gente intenta llevar a cabo, junto a los de aprender inglés o dejar de fumar.
Las salas de los gimnasios se llenan y todos los aparatos que allí podemos encontrarnos están ocupados por sudorosas personas que intentan recuperar la silueta que tenían antes de las comilonas navideñas.
Estas modernísimas máquinas para realizar todo tipo de ejercicios, y en las que se ha utilizado los métodos tecnológicos más avanzados con los que hoy en día cuenta la ingeniería y la ciencia, están basados en los aparatos diseñados hace un siglo y medio por un médico ortopedista, de origen sueco, llamado Jonas Gustav Wilhelm Zander.
A mediados del siglo XIX la gimnasia se había convertido en una disciplina ampliamente practicada por muchas personas que vieron en ésta una forma de fortalecerse, pero las tablas de ejercicios que se realizaban, en la mayoría de ocasiones, resultaban ser duras y de difícil ejecución para según qué colectivo.
Gustav Zander, tras licenciarse en medicina y optar por la especialidad de la ortopedia, quiso facilitar el trabajo de realizar ejercicio a todos aquellos que por su constitución física no tenían el aguante suficiente para realizar los duros y disciplinarios ejercicios gimnásticos.
El recuerdo que tenía de su infancia y los malos ratos pasados por culpa de ser un niño débil y enclenque, le motivó para buscar un método en el que la realización de gimnasia resultase mucho más fácil y no tan complicado como era hasta entonces.
Fue a través de sus investigaciones en el Instituto Zander, que abrió en la ciudad de Londres en 1860 (cuando contaba con 25 años de edad), donde comenzó a experimentar con diferentes artilugios y creó aparatos que debían servir para realizar ejercicios específicos, que ayudasen a fortalecer, de una manera más eficaz, una parte determinada de la anatomía.
Basándose en primitivos medios que ya se utilizaron para ejercitarse los deportistas en la Antigua Grecia y un artilugio creado en 1796 por Francis Lowndes, llamado Gymnasticon, comenzó a desarrollar máquinas que fuesen capaces de ayudar a realizar cualquier tipo de ejercicio físico y que incidiese en la parte concreta de la anatomía que se necesitase reforzar. Todo ello pensado para que el gimnasta no tuviese que sufrir un desgaste extraordinario por la realización de esos ejercicios.
La peculiaridad de estos aparatos era que podían ser utilizados por cualquier persona, sin que importase la condición o edad de ésta, ya que, hasta la fecha, la mayoría de las tablas de gimnasia habían sido pensadas para ser realizadas por hombres jóvenes y con grandes aptitudes físicas, no pudiendo ser practicadas por mujeres, ancianos o niños.
Coincidiendo con la aparición de los aparatos gimnásticos del Dr. Zander, en el último cuarto del siglo XIX se despertó entre un gran número de hombres la pasión por el culto al cuerpo, entre ellos cabe destacar, al por aquel entonces, joven estudiante de medicina Santiago Ramón y Cajal, quien en sus tiempos de juventud fue un entusiasta practicante y pionero del culturismo en España.
Los aparatos de Gustav Zander se convirtieron en la base de todo lo que hoy en día podemos encontrarnos en cualquier gimnasio e incluso, el tan famoso ‘método pilates’, está basado en las técnicas desarrolladas por este médico ortopedista sueco, que revolucionó la práctica de ejercicio gracias a sus artilugios gimnásticos.
Fuente: theatlantic