Hasta la invención de
la imprenta, a mediados del siglo XV, por parte del alemán Johannes Gutenberg, de cada libro
existían poquísimas copias y éstas eran realizadas manualmente por amanuenses (escribanos que se dedicaban
a realizar copias manuscritas y exactas y que, mayoritariamente, solían ser religiosos
que se encontraban en monasterios).
No todos los autores podían permitirse el lujo de ver sus
obras copiadas y encuadernadas en forma de libro, debido a que dicho trabajo
era, además de laborioso, económicamente muy caro, por lo que muchos han sido
los escritores que tuvieron que recurrir a algún mecenas que sufragase dichos
gastos.
Por tal motivo, con la aparición de la considerada como ‘imprenta moderna’ todo cambió y
benefició enormemente la difusión y universalización de muchas de las obras que,
de no haber sido impresas, posiblemente hoy en día no conoceríamos.
Debo puntualizar que el invento de Gutenberg es nombrado
frecuente mente como ‘imprenta moderna’ debido a que existe constancia de que en
Asia, bastantes siglos antes, ya se utilizaba algún tipo de mecanismo para
realizar copias impresas de algunos documentos.
Tras la llegada de la imprenta de Gutenberg (con la que se imprimieron
centenares de copias de la Biblia que ayudaron a la evangelización católica) en
España unos pocos fueron los pioneros impresores que se dedicaron a ese oficio.
Uno de los pioneros, durante el siglo XVI, fue Pedro Madrigal, quien fundó una de las
imprentas más importantes de Madrid y de cuyos talleres, décadas después,
saldrían algunos de los libros más
importante de la literatura del Siglo de Oro español.
Salmantino de nacimiento, se marchó a vivir a Madrid poco
después de que Felipe II trasladase
su corte y la convirtiera en la capital
del reino. Allí abrió una imprenta en la
calle de Atocha, en cuyos talleres había las más modernas máquinas de
impresión y de donde salieron algunas de las principales obras de la época,
sobre todo libros de teología y Derecho.
Tras el fallecimiento de Pedro Madrigal, en 1594, su esposa María Rodríguez de Rivalde se hizo
cargo del negocio familiar. Para ello se asociarían con un maestro impresor (figura
que era imprescindible en cualquier imprenta) llamado Juan Íñiguez de Lequerica, natural de Alcalá de Henares, quien
aportaría capital económico al negocio y con el que contraería matrimonio la viuda de Madrigal un año después del
deceso de su anterior esposo.
En la afamada imprenta de la calle Atocha, a pesar de
algunos problemas económicos debido a deudas contraídas, se continuó con la
estela y buen trabajo iniciado por Pedro Madrigal, llegando a publicar algunas
relevantes obras de finales de aquel siglo.
Pero el matrimonio
entre María Rodríguez de Rivalde y Juan Íñiguez de Lequerica tan solo
duraría un año. Algunas fuentes señalan que motivado por la separación de la
pareja y otras que debido al fallecimiento del impresor alcalaíno.
Esto motivó que la imprenta volviese a tener graves
problemas económicos que se vieron agravados por la falta de un maestro
impresor que dirigiera el trabajo.
Fue en ese momento cuando hizo acto de presencia el
segoviano Juan de la Cuesta, quien
con los años acabaría convirtiéndose en el más famoso de los impresores de su
época y saliendo de su taller obras tan importantes en la Historia de la
literatura española como la primera edición de ‘El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha’ por encargo de su
autor, Miguel de Cervantes Saavedra,
y financiado por Francisco de Robles,
un famoso ‘mercader de libros’ (modo
en el que por aquel entonces se conocía a los libreros).
De la imprenta, ya regentada por Juan de la Cuesta, salieron
otros muchísimos libros entre ellos de Lope
de Vega, Pedro de Oña, Andrés García de Céspedes, Cristóbal de Mesa, Juan Arce
Solórzano, Francisco Lucas, Alonso de
Ercilla y Zúñiga o Frei Juan Díaz
Hidalgo, por citar unos pocos.
A lo largo de la vida de Juan de la Cuesta hay algunos
claroscuros que no permiten saber a ciencia cierta ciertos datos sobre su
biografía. Consta que, en 1603, contrajo matrimonio con María de Quiñones, quien parece ser que era hija de una primera
relación de María Rodríguez de Rivalde, aunque este dato no es confirmado ni
desmentido por los historiadores.
Lo que sí se sabe es que Juan de la Cuesta, a pesar de tener
un gran éxito como impresor en la Corte y Villa de Madrid, en cierto momento
decide marcharse hacia Sevilla, dejando al cargo de la imprenta a su esposa y
el maestro impresor Jerónimo de Salazar,
siendo éste quien publicaría, entre otros libros, la segunda parte de El Quijote (aunque en el sello de imprenta de la
portada figuraba el nombre de Juan de la Cuesta).
En la capital andaluza se le pierde la pista de Juan de la
Cuesta y muchos son quienes indican que fue hasta allí para iniciar un viaje
hacia el Nuevo Mundo, donde quería establecerse como impresor, pero es tan solo
una hipótesis sugerida por algunos historiadores, aunque son datos sin
confirmar.
Actualmente, en el edificio de la calle Atocha que albergó
la imprenta fundada por Pedro Madrigal y en la que continuaron su labor María
Rodríguez de Rivalde, Juan Íñiguez de Lequerica, Juan de la Cuesta, María de
Quiñones y Jerónimo de Salazar, se encuentra la Sociedad Cervantina.
Fuentes de consulta e imágenes: Real Academia de la
Historia (1) / Real
Academia de la Historia (2) / casamuseolopedevega
/ Biblioteca Nacional de
España / iberlibro
/ historia-urbana-madrid
/ sociedadcervantina / memoriademadrid
/ Wikimedia
commons
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