La Historia está repleta de asesinos en serie cuyos crímenes han sido escalofriantes. Todos los
países tienen algún caso que, según va pasando el tiempo, singuen explicándose
y acaban convirtiéndose en parte del
folklore popular de aquel lugar.
Varios han sido los casos de crímenes múltiples que han
tenido lugar en Gales pero hay uno,
sucedido en la aldea de Llangybi
(condado de Monmouthshire) en el verano
de 1878, que todavía sigue explicándose como uno de los hechos singulares en la Historia de esta pequeña población
en el sureste galés.
Las víctimas habían sido cinco integrantes de la familia Watkins: el matrimonio William
Elizabeth y sus tres hijos más pequeños (de los siete que tenían) Charlotte de
ocho años, Frederick de cinco y la pequeña Alice de tan solo cuatro.
En la mañana del 17 de julio uno de los trabajadores de una
explotación agrícola cercana se presentó en el hogar de los Watkins para
averiguar cuál era el motivo por el que William no se había presentado a su
lugar de trabajo aquel día.
Al llegar a la casa se encontró con una escalofriante escena, en la que los cadáveres del matrimonio yacían
sin vida en el suelo del comedor, envueltos en un gran charco de sangre y
presentando numerosos cortes por todo el cuerpo.
Por una de las ventanas del piso superior de la vivienda
salía humo y en el interior llegaba un fuerte y desagradable olor a quemado.
Tras subir, el testigo presenció una de las escenas más horribles… el cuerpo
sin vida y semimutilado de los tres pequeños, con los que el asesino se había
ensañado con un hacha y, posteriormente, había prendido fuego al colchón el que
estarían durmiendo cuando fueron sorprendidos por el criminal.
Rápidamente aquel hallazgo fue puesto en conocimiento de las
autoridades que empezaron a investigar para dar caza de los responsables de
aquella matanza.
Unas horas más tarde llegaba a la cercana población galesa
de Newport un viajante que, tras enterarse de la terrible noticia, puso en
conocimiento de la policía que por el camino, muy cerca al lugar del crimen, se
había cruzado con un extraño tipo al que ofreció llevar en el carromato y éste
se negó, dándole la sensación que huía de algo.
Según la descripción que ofreció aquel testigo casual, la
policía pudo determinar que se trataba de un joven marinero de 21 años y origen
español que el día anterior había sido puesto en libertad, tras haber pasado en
prisión nueve meses.
El joven, valenciano
de nacimiento, se apellidaba García y alrededor del cual se le da un nombre
diferente, dependiendo la fuente de consulta. En unos documentos es citado como
Joseph y en otros Yusaf. Lo más probable es que se
llamara Josep o José y en Gales se
le adaptase el nombre al inglés e incluso fonéticamente.
La cuestión es que García había cumplido una condena de
nueve meses tras haber sido detenido tras allanar una vivienda en 1877. Cuando
cometió tal delito acababa de llegar a Newport poco antes en un barco en el que
trabajaba como marinero.
Gracias a la descripción del testigo se realizó una abatida
por los alrededores y pudieron dar con García, quien portaba en aquel momento
una serie de objetos que se sabía a ciencia cierta que no le pertenecían y que
no tenía en el momento de salir de prisión.
Esos objetos eran algunas
prendas de ropa femenina, que posteriormente y gracias al testimonio de una
de las hijas mayores del matrimonio Watkins (que había podido salvarse del
crimen al no estar en casa) pertenecían a su madre Elizabeth. El presunto
asesino también llevaba consigo una navaja.
Garcia fue detenido, interrogado y llevado a juicio. En todo
momento se declaró inocente e indicó que había pasado por el hogar de los
Watkins y que cuando llegó ya los encontró muertos, robó algunos objetos y
huyó. Esa fue la declaración con la que la defensa intentó salvarlo.
Pero todas las pruebas apuntaban a que el joven marinero
español había sido el autor de terrible crimen y el jurado popular lo declaró culpable, sentenciando el juez que la
pena impuesta sería la ejecución
mediante la horca.
García fue ajusticiado en la mañana del 18 de noviembre de
1878. Un gran número de ciudadanos acudieron para ver en directo la ejecución e
incluso, según consta en las crónicas de la época, se llegó a vitorear al verdugo encargado de ejecutarlo en el
momento de accionar la palanca.
El relato de esta curiosa historia (con diferentes
variantes) se ha convertido en uno de los más explicados en el folklore galés.
Fuentes de
consulta e imágenes: newspapers.library.wales / truecrimelibrary / ‘Victorian Murders’ de Jan Bondeson / trove.nla.gov.au / paperspast.natlib.govt.nz / britishexecutions / executedtoday / walesonline
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