Sobradamente conocida es la anécdota sobre cómo se inició la
Segunda Guerra Mundial el 1 de setiembre de 1939 con la invasión alemana de
Polonia. Unas horas antes de dicho ataque se produjo una llamada telefónica en
la que Reinhard Heydrich (uno de los hombres de mayor confianza de Adolf
Hitler) descolgó el teléfono y llamó al oficial de la SS Alfred Helmut Naujocks
y le dijo las célebre frase ‘La abuela ha muerto’, con la que daba
la orden para iniciar la ofensiva militar.
Casi cuatro décadas después, la madrugada del 24 al 25 de
abril de 1974, se producía una sublevación militar en Portugal. País que llevaba bajo un férreo régimen dictatorial desde
1932 (era la dictadura más longeva de
Europa) y cuyos últimos conflictos internacionales con las colonias que los
lusos tenían en el continente africano provocaron que un gran número de
miembros de las fuerzas armadas portuguesas decidieran iniciar una revolución y
dar un giro político al país.
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Una canción que sonó por la radio pocos minutos después de estrenarse
aquel 25 de abril fue la clave para poner en marcha la que pasaría a la
historia como la ‘Revolución de los
claveles’. La canción en cuestión fue ‘Grândola,
Vila Morena’ del compositor luso Zeca Afonso
la cual estaba interpretada por.
Se decidió que fuese esta canción la que sirviera como aviso
de inicio de la revolución debido a que justo un mes antes (el 29 de marzo) se
celebró un concierto donde la canto la artista Amália Rodrigues, considerada durante largo tiempo como la ‘reina
del fado’, y al que asistieron algunos de los cabecillas que encabezaron la insurrección
militar que acabase con el régimen dictatorial y devolviera al país la democracia.
Tenían muy claro que debía de ser una sublevación pacífica y
causando los mínimos daños posibles (tanto físicos como materiales). Las
órdenes estaban muy claras: tomar pacíficamente las calles y edificios
oficiales y detener sin violencia a quienes se opusieran.
No se debía usar la fuerza y mucho menos las armas, a pesar
de que se salió a la calle con los tanques y los soldados portaban fusiles.
Y de repente la casualidad se cruzó con aquellos militares
sublevados. Uno de ellos, desde un tanque pidió un cigarrillo a una mujer, de
40 años de edad, que iba cargada con un montón de claveles. Celeste
Martins Caseiro, que es como se llamaba, no fumaba por lo que en su lugar
dio al soldado una de las flores que portaba.
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Éste colocó el clavel en la boca del cañón del tanque (algunas
fuentes indican que la puso en su fusil y no en el carro de combate) y ante ese
gesto Celeste comenzó a repartir los
claveles que llevaba entre el resto de soldados quienes los fueron
colocando en sus armas como un modo simbólico de tapar la salida de proyectiles
(al menos esa imagen romántica y pacifista se le quiso dar con el tiempo al
gesto de los militares).
El motivo por el que la joven Celeste Martins llevaba todos
aquellos claveles era porque trabajaba en un cercano restaurante que justamente
ese día debía celebrarse allí una fiesta de aniversario del local, por lo que se
compraron flores para entregar a las clientas femeninas que asistieran al
establecimiento (a los hombre se les daría una copa de vino de Oporto). Pero
ante los acontecimientos de la sublevación militar se decidió anular y el
propietario dijo a sus trabajadores que se llevaran las flores porque se iban a
estropear si las dejaban allí.
Así es cómo se cruzó en el camino de los soldados, que iban hacia
la residencia del Primer Ministro (y dictador) Marcelo Caetano a detenerlo, las flores que se convirtieron en el
símbolo de la insurrección militar y que sirvieron para bautizarla con el
nombre de ‘Revolución de los claveles’.
Fuente de la imagen: Captura YouTube
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