En el diccionario podemos encontrar con el curioso término ‘querulante’ cuyo significado es: ‘Persona que acomete la presentación de
querellas y la iniciación de pleitos de un modo desmedido y obsesivo’ o,
dicho de otro modo, que se trata de un ‘querellante
patológico’.
Y es que esta definición nos vendría al pelo para denominar
de ese modo a la protagonista del post de hoy en el ‘Cuaderno de Historias’: Caroline
Giacometti Prodgers, una excéntrica millonaria que, a finales del siglo XIX, se
gastó una enorme parte de su fortuna en presentar demandas judiciales contra
infinidad de personas y colectivos, siendo quienes más sufrieron sus
incomprensibles denuncias los taxistas londinenses, quienes se echaban a
temblar y huían despavoridos cuando la veían aparecer por la calle.
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Nacida en 1829, dentro de una acomodada familia británica,
las primeras noticias relacionadas con Caroline
Prodgers (este era su apellido de soltera) y su paso por un tribunal fue en
1871, cuando presentó una demanda de divorcio contra su esposo, Giovanni Battista Giacometti, de quien
se quería separar tras diez años de matrimonio.
Fue un juicio farragoso, debido a que una de las
peculiaridades de dicho caso era ella quien poseía un mayor capital económico (el
esposo era marino mercante) y llegó a presentar la esposa varios recursos con
el fin de quedarse con absolutamente todo y, además, no tener que pagar pensión
alguna de manutención a su exmarido.
A partir de aquel momento (tras numerosísimas visitas al
juzgado hasta darse por finalizado el caso y salirse con la suya), Caroline
Giacometti Prodgers (quien continuó usando el apellido de casada a pesar del
divorcio) cogió afición por acudir a los tribunales y empezó a presentar demandas
por los motivos más absurdos contra cualquier persona que le llevase la
contraria.
La primera demanda que presentó tras el divorcio fue contra
una joven taquígrafa que había contratado durante los juicios para que tomara
buena nota de todo lo que se decía en las sesiones. Parece ser que alguna cosa
se le olvidaría escribir y no duró en demandarla.
Después llegó otra contra su propia cocinera, a quien acusó
de airear intimidades de su hogar; algunos comerciantes con quienes discutía el
recio de un producto a la hora de ir a comprar e incluso consta una demanda
contra el editor de un periódico con quien discutió (y parece ser que llegaron
a las manos) cuando se presentó en la redacción exigiendo que le dieran un
ejemplar del diario y negándose a pagar un chelín que costaba (un precio
irrisorio) ya que en él había un artículo hablando de ella y, por tanto, no
tenía que pagar por ello.
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Según las crónicas, Caroline Giacometti Prodgers tenía la
habilidad de sacar de quicio a todo el mundo con quien discutía y éstos
acababan insultándola o intentando agredirla, en ese preciso instante era
cuando ella se marchaba rumbo al juzgado para presentar la correspondiente
demanda.
Entre medio de tanta denuncia fijó su atención el colectivo de
taxistas (en aquella época conducían unos carromatos cerrados tirados
normalmente por un solo caballo). No se sabe con exactitud el motivo por el que
fueron estos conductores el objetivo prioritario de sus demandas a partir de
aquel momento (se contabilizaron que interpuso una cincuentena de demandas a lo
largo de algo menos de 20 años).
Mayoritariamente el motivo de la denuncia hacia los taxistas
era el mismo: el haber intentado cobrarle más dinero del que estipulaba las
tarifas establecidas (por aquel entonces no existían los taxímetros y los
viajes costaban según dónde comenzara y finalizara el trayecto). Caroline, en
dicha demanda adjuntaba el haber sido insultada o tratada de mala manera
(evidentemente tras haber acabado con la paciencia del conductor durante la
discusión).
Parece ser que Caroline Giacometti Prodgers se había
aprendido de memoria (o las llevaría escritas en alguna hoja) todas las tarifas
y recorridos que había dentro de Londres. Se plantaba en una parada de taxi,
donde éstos solían salir despavoridos cuando la veían aparecer, pero siempre
había alguno al que pillaba y no tenía más remedio que llevarla (la ley
obligaba a tener que coger a cualquier viajero que requiriese el servicio de un
cochero). Indicaba el lugar al que quería llegar y se fijaba si la dejaban
dentro o fuera del límite donde cambiaba la tarifa. Ahí era cuando comenzaba la
absurda discusión y acto seguido llegaba el momento en el que la señora
Prodgers se iba hacia el juzgado.
Incluso hubo un juez que llegó a comentarle que le saldría
más a cuenta el comprarse un carruaje y contratar un cochero que interponer
tantas demandas (de las que perdía un gran número y terminaba pagando las
costas del juicio y alguna que otra indemnización).
Durante dos décadas se escribió bastante sobre este peculiar
personaje y su afición querulante. Según consta en los obituarios, Caroline
Giacometti Prodgers murió en 1890, e incluso el 23 de mayo de aquel mismo año
en el periódico ‘Chicago Tribune’ informaba
del deceso publicando una nota en la que informaba: ‘La Sra. Giacometti Prodgers, el terror de los taxistas de Londres, ha
fallecido’. No era la primera vez que este rotativo estadounidense se hacía
eco de alguna de las demandas que tan popular la hicieron, incluso traspasando
fronteras.
Fuentes de
consulta e imágenes: chicagotribune / historythings / publicdomainreview / archive.org / cabbieblog / National
Portrait Gallery / picryl
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