A finales del año 1720 Isaac
Newton pronunció una de sus más famosa citas: “Puedo
predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las gentes”. Lo hacía después de haberse arruinado y
perdido todos sus ahorros (20.000 libras esterlinas de aquella época que era
una auténtica fortuna) tras estallar una
de las crisis económicas más graves que han sufrido los británicos y que
fue conocida como ‘la burbuja de los
mares del sur’, que dejó en la bancarrota al Estado británico, los bancos y
a miles de inversores (entre los que se encontraba el famoso matemático
inglés.
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Todo había comenzado una década antes, pero el punto álgido
de dicha crisis se acentuó y estalló a mediados de 1720. Para poner en
antecedentes sobre cómo se llegó a tal situación estos fueron los hechos que lo
desencadenaron…
Tras finalizar la Guerra de
Sucesión Española el francés Felipe V fue coronado como nuevo rey de
España y, entre otras muchas cosas, se firmó el conocido como ‘Tratado
de Utrecht’; un acuerdo de paz entre las dos partes beligerantes (borbónicos y austracistas)
en el que la nueva Corona española hacía una serie de concesiones al Imperio
Británico (que había apoyado al archiduque
Carlos de Austria) a cambio de que los ingleses reconocieran al Borbón como
rey de España.
Entre las muchas prebendas que se les concedió a los británicos,
a través de ese nefasto tratado (para los intereses españoles), se encontraba
el quedarse en propiedad el Peñón de Gibraltar y la isla de Menorca (esta
fue recuperada posteriormente por España a través del Tratado de Amiens de 1802), además
de una licencia de comercio (conocida como ‘navío de permiso’) por
la cual autorizaba a los británicos a enviar un barco al año para comerciar con
las colonias en las ‘Indias españolas’ (el continente
americano) y el conocido como ‘Asiento de Negros’, un acuerdo que
le otorgaba a Gran Bretaña el monopolio exclusivo del floreciente negocio del
tráfico y venta de esclavos africanos, hasta entonces en manos del Imperio
Español.
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No cabe duda de que los ingleses habían
salido ganando con ese trato, pero la corona británica se había empeñado económicamente
hasta las cejas debido al elevado coste que le supuso su participación en la guerra
española. Sabían que recuperarían gran parte de lo gastado e invertido pero era
algo a muy largo plazo y las deudas apremiaban, por lo que necesitaban liquidez
inmediata.
Por tal motivo crearon un entramado
especulativo por el cual sanearían las arcas y ganarían una gran cantidad de
dinero. Para ello se creó (a través del Lord Robert Harley, uno de los
ministros principales del gobierno) una empresa que fue bautizada como ‘Compañía de los mares del sur’ (South
Sea Company) la cual compró la deuda del Estado a cambio de la concesión y
explotación del ‘Asiento de negros’ y el ‘navío de permiso’.
Todo hacía prever que era un gran
negocio, pero se basaba en la especulación, ya que se tenía el convencimiento
que de América del Sur iban a traer preciados tesoros (o al menos así se lo
habían hecho creer las expediciones españolas).
Para cubrir todo lo invertido para pagar
la deuda de la Corona británica desde la Compañía de los mares del sur se
comenzó a atraer a inversores externos a quienes se les prometieron unos
grandes beneficios.
Y de hecho así fue durante los primeros
años en los que obtenían buenos
dividendos. Esto provocó que cada vez hubiese más inversionistas que
compraban bonos de la Compañía de los mares del sur todos sus ahorros. Eran
personas de todos los estatus económicos (desde humildes ahorradores a
importantes hombres de negocio).
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En poco tiempo el valor de las acciones
de la compañía se cuadruplicó y ante este floreciente negocio el Estado (que
seguía sin liquidez) ofreció a la
compañía que volviese a recomprarle la deuda.
La fuerte
especulación llevó a que se fuese hinchando una burbuja que finalmente acabó
estallando. A inicios de 1720 las acciones de la Compañía de los mares del
sur valían poco menos de 130 libras, tras el primer trimestre rondaban las 500 libras
y en agosto se dobló ese valor, pudiéndose comprar a 1.000.
Pero de repente toda esa euforia se fue
deshinchado y en cuestión de un mes muchos los inversionistas que decidieron
vender, lo que provocó que para finales de septiembre hubiese un desplome que
dejó cada acción a 150 libras y miles de inversionistas que veían cómo estaban
perdiendo todo lo invertido. Tres meses después llegó el desastre total.
La compañía, el Estado y el propio
gobierno inglés entraron en una profunda crisis, miles de personas se
arruinaros y los británicos vivieron una de sus peores crisis.
Entre los muchísimos afectados se
encontraba el mencionado Isaac Newton, una de las mentes más brillantes de su
época que perdió todos los ahorros en sus años de vejez (tenía en aquel momento
77 años de edad).
Fuente de la imagen: Wikimedia
commons
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