La apasionante y viajera vida de Alexandra David-Néel

En 1969 los funcionarios de la prefectura
de los Bajos Alpes (Basses-Alpes), situada en la región francesa de Provenza-Alpes-Costa Azul,
quedaron asombrados tras recibir la singular petición para la renovación de su
pasaporte de una ciudadana llamada Alexandra
David-Néel
, huésped en una residencia de ancianos de la población de Digne-les-Bains
y que había cumplido cien años de edad hacía tan solo unos meses.

A pesar de su edad, Alexandra deseaba emprender un viaje a la India. Pero esa no era la
primera vez que viajaría al país asiático, aunque en esta ocasión no lo
lograría hacerlo con vida, debido a que su nuevo pasaporte le llegaría poco
después de haber fallecido.

Esta mujer, a lo largo de su centenaria
existencia, disfrutó de una apasionante y viajera vida, llena de aventuras,
dejando un legado de más de una treintena de libros.

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Su verdadero nombre era Louise Eugénie Alexandrine Marie David,
aunque ella prefería ser llamada Alexandra y era hija de un matrimonio de buena
posición económica cuyo padre tenía ideas progresistas (simpatizaba con algunos
movimientos anarquistas) y su madre una profunda devoción religiosa hacia el
catolicismo.

Fue educada para crecer en libertad
aunque sus progenitores procuraron que fuese y viviera como una ‘niña bien’. Pero desde bien pequeña le
ahogaron las normas establecidas y la encorsetada vida burguesa que le
obligaban a llevar, debido a la buena e influyente posición económica de sus
padres. Varias fueron las ocasiones en las que, a la búsqueda de un soplo de
libertad, la joven Alexandra salió de su casa y se dedicó a viajar de un lado
al otro con el fin de vivir nuevas aventuras. Solo volvía a su hogar cuando se
encontraba sin dinero para subsistir y viajar.

A los 18 años de edad ya tenía a sus
espaldas miles de kilómetros recorridos, muchos de ellos en bicicleta, como el
trayecto que realizó desde Bélgica hasta España. Hoy en día parecería factible
hacerlo, pero debemos tener en cuenta que lo realizó en el año 1886, en una
época en la que la mayoría de carreteras eran de tierra y piedras y que se
trataba de una joven muchacha (con los peligros que todo ello acarreaba)

Pero Alexandra no solo había nacido para
viajar, también poseía un don especial para el canto lírico y, tras su breve paso
por el conservatorio, a los 20 años de edad se convirtió en una prometedora
cantante de ópera. Puso todo de su parte, pero las ansias por viajar y
disfrutar del planeta eran muy superiores al amor que sentía por la música y,
sobre todo, a aquella aburrida y formal vida.

Cinco años después, el recibir una
cuantiosa suma de dinero como herencia tras el fallecimiento de su abuela, le
ayudó a tomar la decisión de emprender un
largo viaje que la llevaría hasta la India
. Allí quedó prendada de este
fascinante país, su cultura y su religión.

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Tras quedarse de nuevo sin dinero tuvo
que volver a Europa, donde retomó su carrera como cantante de ópera, lo cual
también le permitía viajar cuando realizaba giras, pero, evidentemente, no era
lo mismo. En 1900, durante un viaje por Túnez, conoció a Philippe Néel, con quien contrajo matrimonio.

A decir verdad, fue una relación matrimonial
muy atípica debido a que la pareja estaba largas temporadas sin verse ni
convivir juntos, pero gracias a la fortuna de él Alexandra pudo volver realizar
largos y apasionantes viajes.

El Tibet
le fascinó y atrapó y pasó mucho tiempo por allí, llegando a conocer y entablar
una amistad con el Dalai Lama. Pero en 1914 también conoció a otra persona que
se convirtió en el ser más importante de su vida: un joven tibetano de 15 años
de edad llamado Yongden y a
quien quiso como si fuera un hijo propio (lo adoptó oficialmente en 1929). De
hecho estuvieron unidos para el resto de sus días hasta que él falleció
inesperadamente en 1955.

Muchos y múltiples fueron los viajes al Tibet,
se convirtió al budismo y vivió momentos de misticismo inexplicables para ella
(aunque todo lo relató a lo largo de su extensa obra literaria).

La muerte de Yongden le afectó anímicamente.
Por aquel entonces Alexandra ya tenía 87 años de edad y salud comenzó a
resentirse. Se tenía que ayudar de muletas para poder caminar bien y la
artrosis le producía cada vez más dolor. Muy a su pesar, en 1957, decidió que
ya era hora de retirarse a descansar y se instaló en un hotel de Mónaco.

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Su propósito era dejar todo su legado arreglado
y viajar hasta la India para morir allí y que sus cenizas, junto a las de su
querido hijo adoptivo Yongden, fueran esparcidas en el río Ganges.

Por tal motivo, tras cumplir los cien años de
edad, y viendo que sus días llegaban a su fin, Alexandra solicitó a la
prefectura de los Bajos
Alpes la renovación de su pasaporte y dispuso todo para emprender su último
viaje.

Pero aquella renovación llegaría tarde, debido
a que el 8 de septiembre de 1969, a tan solo un mes de cumplir los 101 años,
Alexandra fallecería.

Fue incinerada pero hasta 1973 no se logró el
permiso para que sus cenizas y las de Yongden viajaran hasta la India y fueran esparcidas en
las aguas del Ganges tal y como había dispuesto en sus últimas voluntades.

Fuentes de consulta e imágenes: adventure-journal
/ mujeresenlahistoria
/ resolviendolaincognita
/ alexandra-david-neel.com /
Wikimedia
commons

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