En el Reino Unido todo aquello que tiene que ver con el legendario rey Arturo es sinónimo de devoción por parte de la mayoría de sus ciudadanos. La espada Excalibur, los Caballeros de la Mesa Redonda, Camelot, Sir Lancelot o el mismísimo mago Merlín fascina a los británicos, quienes dan por cierto todo lo que la literatura, leyendas y boca a boca se han encargado de trasladar hasta nuestros días.
Al igual que el Santo Grial es uno de los elementos más buscados por historiadores y especialistas, el hallazgo de la tumba del supuesto rey Arturo también ha mantenido la atención de numerosísimas personas a lo largo de infinidad de siglos. Incluso hay un momento de la Historia en que aparecen juntos en multitud de relatos e historias que han ido sucediéndose de padres a hijos a través de las diferentes generaciones.
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El punto geográfico en el que ambas cosas convergen es Glastonbury donde en 1184 la abadía levantada varios siglos atrás sufrió un terrible incendio, quedando prácticamente destruida. Hasta entonces multitud de peregrinos viajaban hasta ese lugar con la esperanza de estar en el primer punto del cristianismo de Bretaña.
Hasta allí había llegado en el año 63 José de Arimatea, un comerciante hebreo que, según consta en algunos escritos de la época, fue quién elaboró el cáliz que utilizó Jesucristo durante la Última Cena. También existen evidencias de que le unía un parentesco directo con el padre de la Virgen María. Todo esto le confirió una cierta relevancia al trasladarse hasta Britania tras la crucifixión de Jesús y crear allí la primera iglesia cristiana en toda esa zona.
Múltiples son las leyendas que indican que en su viaje José de Arimatea portaba consigo el Santo Grial. Durante siglos esta historia se dio como cierta y miles fueron los que peregrinaron hasta Glastonbury.
Pero el Santo Grial jamás fue hallado en aquel lugar. El incendio que había devastado la abadía hizo que el lugar dejase de ser un lugar de peregrinaje, algo que condujo a los monjes a hacer servir la imaginación y comenzar a inventarse, a lo largo de los siguientes años, una serie de sorprendentes hallazgos de las tumbas de ilustres personalidades.
Aquel mismo año (1184) comenzó a correr la voz que aseguraba que, durante las obras de reconstrucción de la abadía, se había encontrado los restos mortales de San Patricio, quien durante el siglo V se dice que estuvo predicando por la Britania (por aquel entonces provincia romana).
Pero en realidad no existía ni una sola evidencia que señalase que Patricio de Irlanda hubiese acabado sus días en Glastonbury, cuando todos los textos indicaban que falleció en la tierra de la que se convirtió en santo patrón.
En vista de que el bulo sobre San Patricio no había funcionado ni llevado nuevos peregrinos hasta el lugar, a los monjes se les ocurrió decir que se había realizado otro hallazgo y que esta vez se trataba de Dunstán, un santo muy venerado en la zona, debido a que comenzó su vida religiosa en la Abadía de Glastonbury.
Pero era también prácticamente imposible que los restos de este santo del siglo X descansen allí, debido a que tras una fulgurante carrera eclesiástica su último destino fue como Arzobispo de Canterbury, lugar donde murió y donde realmente enterrado.
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En 1189 el abad y algunos de sus monjes se dirigieron hasta el rey Enrique II con la intención de comunicarle los sueños y visiones que tuvieron varios de los religiosos de la congregación sobre el legendario rey Arturo.
Tras la visita de los monjes, Enrique II decidió confesarles el gran secreto que había sido guardado por la monarquía británica durante más de cinco siglos. Ese gran secreto revelado por el rey poco antes de morir era una gran noticia para los miembros de la abadía, ya que les indicó que encontrarían los restos del rey Arturo y su esposa Ginebra enterrados en el cementerio de St. Dunstán en Glastonbury.
Según relataron los monjes, así fue. Cuando llegaron a la abadía buscaron la tumba del insigne rey y desenterraron un tronco de roble macizo, enterrado a dieciséis metros de profundidad, tal y como les había indicado Enrique II, quien para entonces ya había fallecido y sido sustituido en el trono por su hijo Ricardo I, quien pasaría a la Historia como ‘Ricardo Corazón de León’.
En los siguientes meses multitud de peregrinos se acercaron hasta Glastonbury con la intención de visitar la tumba del que los escritos decían había sido el mejor y más justo rey de los británicos.
Muchas eran las historias que corrían de boca en boca, haciendo referencia al momento del hallazgo de la tumba de Arturo, quien apareció junto a una inscripción en latín que decía «Hic jacet sepultus inclitus rex Arthurus en insula Avalonia» (Aquí yace enterrado el famoso rey Arturo en la isla de Ávalon).
Ávalon, según la mitología celta era una legendaria isla rodeada de innumerables leyendas y fantásticas historias. Muchos eran los escritos que señalaban aquel lugar como el sitio donde decidió ir a pasar sus últimos días el rey Arturo, quien llegó allí en busca del Santo Grial.
Numerosos historiadores que tratan de dar como cierta estas leyendas también indican que Glastonbury se levantó sobre el lugar en el que anteriormente había estado Ávalon.
Miles fueron los mitos, leyendas e historias que comenzaron a surgir en torno al Arturo, su hallazgo junto a la abadía y, lo que es más sorprendente, sobre el aspecto físico del legendario rey.
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Los monjes describieron los restos como de un hombre muy corpulento (sobrepasando los dos metros de altura, algo inusual para la época) y con una cabeza desproporcionadamente grande (entre ojo y ojo decían que había varios dedos de separación).
Pero a decir verdad, nadie vio realmente esos restos y ni tan siquiera a día de hoy se sabe con certeza (de haber sido real el hallazgo) dónde fue enterrado nuevamente ni dónde podría estar en la actualidad.
Lo único que permanece es una letrero junto a las ruinas de la abadía (desaparecida en 1539) actualmente algo reconstruidas como ruta turística, debido al gran número de visitantes que recibe el lugar.
Cabe destacar que, prácticamente, la mayoría de historiadores e investigadores dudan de la veracidad sobre el hallazgo de la tumba del rey Arturo en la Abadía de Glastonbury e incluso, también mayoritariamente, no creen que el mítico monarca hubiese existido en realidad, a pesar de que, curiosamente, para la inmensa mayoría de los británicos, a la hora de ser preguntados por el mejor rey de la Historia de su país, nombran sin dudarlo al rey Arturo.
Fuentes de consulta: damninteresting / britannia